07. El bien de una hija

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Tenía siete años cuando se dió cuenta que su madre la odiaba. Ninguna otra palabra podría describir lo que ella sentía por Brianna.

Su padre había muerto recientemente y acostumbrada a ser tratado con cuidado y cariño por él, sintió doblemente encrudecida la bofetada que le dió su madre cuando la encontró llorando una noche en su cama. A la luz de un diminuto cabo de vela había estado mirando más que leyendo el libro favorito de su padre, marinero de profesión y nacimiento le había costado terriblemente aprender a leer pero cuando lo hizo no había parado de conseguir más y más que leer y aprender, aunque fueran escasos y sucios los libros que llegaran a sus manos pero su favorito siempre había sido uno de un capitán de barco que se enfrentaba a una ballena enorme. Su madre había dado gritos y lanzado el libro al fuego que se consumió rápidamente emitiendo dolorosos gemidos entre sus páginas, también la había hecho sangrar por la nariz con otra bofetada y una amenaza de no perder el tiempo, porque ya era hora de empezara a trabajar.

Brianna fue la criada más joven contratada en cualquier mansión de ese condado y desde entonces había estado trabajando. En dónde fuera.

Pero también despedida.

— Te despidieron de nuevo, ¿no es así? — la voz de su madre tenía una calidad rasposa y grotesca como todo lo demás de ella, también con un nombre elegante Catriona Mackenzie fue la tercera hija de un tabernero de Edimburgo que nunca recibió educación pero tenía una mente rápida para la seducción y una belleza exótica. De eso solo quedó la mente rápida pero ahora para los insultos —  Maldita tonta, no tendré vida para arrepentirme lo suficiente de tenerte. Eres una buena para nada, igual que tu padre.

Cómo siempre la mención de su padre provocó punzadas ardientes tras sus ojos en forma de lágrimas persistentes.

Su madre continuó, agarrando en su puño su cabello para echar su cabeza para atrás y que la estuviera mirando a los ojos, hacía mucho que no lo hacía. Cuando se dió cuenta de su odio, había dejado de mirarla a los ojos para andar con la cabeza baja y de puntillas en su presencia. Siempre temiendo. Siempre huyendo.

— Vas a ir con la señora Jones y rogarle clemencia de la manera en que ella pida, ¿me entiendes? — sus ojos verdes parecían los de una serpiente, rasgados por la ira y amarillentos alrededor — O sino vas a ir a la mansión del barón y la baronesa y hacer lo que sea que quieran para que te contraten, es hora de que dejes de ser una mojigata y que le saques un buen dinero a ese cuerpo que tienes. Si el barón quiere que sonrías, sonríes. Si el barón quiere que te subas a su regazo, lo haces. Y si el barón quiere que te abras de piernas, lo haces gustosa. Las veces que quiera y de la manera que quiera...

— ¡Maldita sea!

La blasfemia las tomó desprevenidas a ambas, Brianna se había dado cuenta de que cuando el vórtice de violencia se accionaba todo a su alrededor desaparecía bajo el estruendo de los latidos de su corazón y su visión se oscurecía en los bordes sofocantemente, su madre la soltó con un empujón para volverse a registrar la habitación hasta dar con la figura perteneciente a la voz. Aún no oscurecía pero por la disposición de la habitación había una franja sin luz frente a la puerta ahora cerrada, él parecía haberse adueñado de este lugar mimetizandose con las sombras.

— ¿Quién demonios es usted y qué carajos hace en mi casa?

Brianna sorbió y se limpió bruscamente las mejillas donde lágrimas habían florecido vergonzosamente. Rodeó el gran cuerpo de su madre para llegar hacia él.

— El señor es... — se interrumpió cuando notó lo absurdo de lo que iba a decir, no eran amigos. En ese momento aún menos que nunca, no podía reunir valentía suficiente para mirarlo a los ojos aún menos para tener la audacia de llamarlo así, una razón de más que trajo nuevas lágrimas a sus ojos.

Amar al vizconde Where stories live. Discover now