29. Quizás demasiado

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Brianna alargó la mano, atraída por las gotas de rocío en los petalos de las rosas, pero se detuvo cuando las espinas escondidas entre las hojas y las ramas respondieron a su toque. Se lo pensó un momento antes de finalmente tocar con la punta de su dedo la suavidad de la flor, que simplemente existía en su delicadeza.

La confesión que le había hecho Ross la noche anterior seguía resonando en su cabeza.

No fue decisión de Amelia que la acompañará a mansión Houghton como su doncella sino de Sebastián. Él le prometió mantener su sueldo pagado por él para que siguiera a disposición y cuidado de ella, pero además le pidió que le informara de lo que le ocurriera. Cualquier cosa y todas las cosas que pasaran.

— No le he dicho nada sobre usted, señorita — había aclarado Ross.

Su primera reacción fue ir y echarselo en cara, especialmente cuando aún estaba furiosa porque le hubiera roto el vestido la noche anterior. Por haberla humillado de tal manera y seguir haciéndolo con cada acción o cosa que hacía sin tomar en cuenta su opinión. Aceptó la consideración y preocupación que podía tener por ella, admitiendo que su recelo por las intenciones de su familia eran ciertos, que ellos tenían planes no tan honestos para con ella, pero aún así no debió actuar a sus espaldas.

Ella le había prometido que le hablaría de cualquier cosa que la lastimara o la hiciera sentir incómoda pero por una vez que lo intentó y todo había terminado terriblemente mal para los dos.

Huir de Londres.

La idea de no volver a verlo nunca, aunque devastadora, seguía siendo una opción para Brianna.

A su lado Lord Vissher se aclaró la garganta, trayendola de regreso a la realidad y a su paseo por los jardines, al parecer se había detenido frente a los rosales por mucho tiempo.

— Lo siento, milord.

— Son unas flores muy bellas pero también muy peligrosas — le tendió un pañuelo oscuro con sus iniciales bordadas y le indicó dónde se había hecho un diminuto corte en la yema de su dedo y una gota de sangre se acumulaba.

Brianna lo aceptó y presionó allí hasta que el corte desapareció sin pasar a más, en la tela oscura no se notó la sangre pero aún así Brianna prometió lavarlo.

Continuaron caminando por los senderos en silencio, él no parecía sentirse ofendido por su ánimo decaído esa mañana y no se acercaba demasiado a ella, brindándole el espacio que sus nervios alterados necesitaban. Se imaginó que su caballerosidad se extendería con su futura esposa y no sería tan malo estar casada con él, podrían encontrar paz y respeto mutuo.

No todos los matrimonios por conveniencia podían ser tan malos.

¿O si?

Ahora sus pensamientos la hicieron mirar hacia arriba, dónde en el tercer piso del lateral de la mansión se encontraba una ventana desgastada y oscurecida por el fuego, las piezas de lo que había ocurrido con Grace seguían juntandose y había descubierto que el incendio había sido en su habitación y por eso estaba cerrada a sal y canto, aunque algunas noches podía jurar que escuchaba abrirse la puerta. No pretendía juzgar porque no podría hacerlo nunca, pero en cierta medida comprendía.

Si había sentido la opresión y el mortal frío que esa mansión ponía sobre los hombros de las personas y el infierno que había podría haber vivido al ser despojada de su personalidad, de su voluntad y de su vida en un matrimonio con un desconocido, tal vez un incendio provocado fue su única salida.

En uno de los cristales parpadeó una silueta envuelta en blanco muy rápido, pero que hizo jadear a Brianna.

— ¿Realmente existen los fantasmas?

Amar al vizconde Where stories live. Discover now