CAPÍTULO 2

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Juárez, México



Sentir de nuevo el calor de México era maravilloso. Les aseguro que no hay comparación cuando estuviste tantos años lejos de tu tierra. Tumbada en una hamaca del jardín trasero en la hacienda, me permití, tras mucho tiempo, un momento de relajación. Nadie, salvo ellos dos, sabía la ubicación exacta de esta, por lo que era el lugar más seguro en todo el país. El afortunado que estuviese en ella, como el que sobrevivió anoche, e incluso yo, llegaban como rehenes en una furgoneta sin visión. Incluso había normas para estar en la estancia.

Nada de celulares u otro cualquier aparato que permitiese la localización o comunicación. Eran hasta revisados, antes y después, para asegurar que no hubieran chips localizadores ocultos en su cuerpo u otra cosa. Ninguno accedía sin estar cien por cien limpio.

Esta era la única de sus haciendas que protegía. Hasta de mí, para evitar información que pudiesen usar en mi contra.

Las armas quedaban guardadas en una caja fuerte especial de la que tan sólo mi padre tenía el código. Sólo, y solamente él, daba y quitaba un arma. Y mi tío era el que hacía el trabajo sucio, además de ser como una secretaria para él. Su «putita», si prefieren llamarle así.

Y la norma más importante de todas: cumplir a rajatabla cada orden que él daba. Si él te decía que no hablases, más vale que no hicieses ruido alguno. Si él te decía que te delatases, debías hacerlo. Y si te decía que te pegases un tiro... Bueno, personalmente opino que era mejor eso que no la forma en la que él podía torturarte. Porque para eso sí se manchaba las manos.

¿Recordáis al hombre de anoche? Mi padre le ordenó tan sólo apuntar con la pistola y no hablar con el rehén. El muy imbécil no aguantó ni diez segundos.

No obstante, detrás de todo ese relax, tenía mucho en lo que pensar tras lo que dijo mi padre anoche.

Había un topo, y uno bien gordo. Por eso necesitaba que yo estuviese con él. Por mi seguridad y la suya. No sabía hasta qué punto el supuesto topo sabía ni si estaba relacionado con la muerte de mi madre. Y muchos menos quién.  Además, necesitaba gente de verdadera confianza a su lado. Aunque cuando se trataba de un topo podías desconfiar de cualquiera, y yo sabía que una parte de mi padre no se fiaba ni de su propio hermano.

Sin embargo, yo no lo creía en absoluto. Si mi tío intentase algo, lo primero que habría hecho sería ir a por mí. O en caso contrario mi madre, en lo que él no tuvo nada que ver. Yo misma me encargué de esa investigación.

—Felipa —oí detrás mío—. Tu padre ha vuelto.

Suspiré, regresando a la realidad. Abrí los ojos y me levanté.

—Reunión familiar —ironicé—, ¡allá vamos!

Tras entrar a la casa nos encontramos todos en el despacho de mi padre. Tomé asiento en una de las butacas. Hubo incluso otro silencio, no sabiendo por dónde empezar.

—¿Saúl? —inició mi tío.

—Ha trepado —dijo él—. Al principio sólo era en los más lejanos, los de la calle y algún otro tipo de distribuidor. Pero ahora han comenzado a ser interceptados algunos distribuidores mayores.

—¿Lidiaste con ello?

—Deben estar en ello ahora mismo —informó.

Traducción: había ordenado la muerte de todos y cada uno de los distribuidores de nivel cuatro sin importar qué. Él siempre conseguía y tenía gente fichada.

El negocio se dividía en niveles. Claramente, en este punto, mi padre tan sólo daba órdenes y de vez en cuando revisaba con su propio ojo. Todo recaía en los siguientes, quienes eran los de supuesta «confianza». Esos que a través de trabajos y sacrificios lograron subir posiciones y se mantuvieron fieles. Pero todo eran marionetas. La gente aquí iba y venía a menudo.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now