CAPÍTULO 17

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Alexa me quitaba el medidor de presión.

—Bueno, sigues igual de sana —opinó tras toda la revisón.

—Tampoco es que tenga mucha alternativa.

Sus cejas se alzaron en discordancia.

—A ver... Entre los fines de semana locos con el tequila, además de que te has presentado dos días entre semana bebida...

—Alcohol en sangre —defendí, haciéndole entender que mis copas nocturnas no alteraban mis resultados en las clases del día siguiente.

—Ya, bueno... Pero, Felipa, he de pasarle esto a Thompson.

Joder, si yo la apreciaba llegados a este punto, pero me desquiciaba su afán por agradar a todo el mundo.

—Y tú y yo sabemos que me va a dar igual. Aunque... no queremos darle un disgusto a Thompson un sábado por la mañana.

Parecí dar en el clavo, porque tuvo que sopesarlo hasta con la almohada cuando salió a dar parte de mis resultados que se leerían mañana. Éramos amigas, o al menos yo la consideraba como tal, pero tenía esas cosas, esa actitud de «sólo vivo por el FBI» que me desquiciaban aún. Poco a poco nos encontrábamos en el camino que creábamos juntas.

Había mejorado de una forma impecable en todo este tiempo aquí. Claro que aún tenía cosas que pulir... según ellos. Pero es que soy latina.

No era una excusa, es que las latinas estamos hechas de otro molde. Si nosotras decimos que es blanco, es que es blanco. Da igual que sea negro, nosotras hallaremos la forma de que se haga blanco. Y sobre todo: nuestros métodos y formas son los correctos. A la mierda con el resto del mundo.

Por eso mismo uno no se metía con una persona latinoamericana. El drama, el orgullo, y la cabezonería era los que nos solían definir.

Apenas eran las doce de la mañana y ya quería que llegase la noche. Mis días, a pesar de no salir de aquí, solían ser bastante ajetreados. Ya tenía formada una rutina: Madrugaba, desayunaba, alistaba la casa y me preparaba para el día. Alexa amplió su horario y venía más tiempo a lo largo de la semana, quitando su papel como doctora. Por las mañanas un total de diez horas y otras cuatro por la tarde. Me daba incluso tarea. Tenía un descanso al mediodía para comer.

Todo eso se compaginaba con las clases de Samuel y alguna que otra visita de Thompson para comprobar cómo estaba y charlar sobre el plan. Entrenaba incluso más de lo que debería, porque yo insistí en ello. Quería estar en mi mejor forma lo antes posible. Y quizá, sólo quizá, una parte de mí disfrutaba teniéndole conmigo.

Intenté odiarle, hacerlo todo más fácil, pero no pude aparcar nada de lo que sentía hacia él. Nada ocurrió, mis sentimientos por él permanecían ocultos y mantenía serena nuestra relación profesor barra alumna, estableciendo constantes límites. Pero mentalmente me resultaba imposible, porque a pesar de lo mucho que peleábamos —incluso si parecíamos polos completamente opuestos—, detrás de toda la frialdad que pudiésemos demostrarnos a veces, era como si aún así, todo eso, nos acercase más a través de esos momentos de conexión.

Discutíamos día sí y día también, por cualquier tontería. Quizá tenía algo que ver la vena latina de la que os hablé. Al principio era más fuerte, porque estaba en mi etapa de adaptación y él en la suya. Ahora tan sólo discrepábamos, nos limitábamos a respondernos mal, usar los sarcasmos o fastidiar al otro. Era como vivir entre pequeñas guerras frías.

Pero incluso dentro de todo eso, mirábamos por el otro. A nuestra manera, por supuesto. Ambos éramos, irónicamente, conscientes de ello.

Le oí llegar. Extraño, ya que hoy no le tocaba venir aún. Entró en la cocina momentos después y dejó unas bolsas sobre la encimera.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now