CAPÍTULO 33

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Titanic — Piano Version.
Enchanted — Taylor Swift.



Así como me miré en el espejo, quise partirlo de un puñetazo. Mis ojos estaban hinchados, era visible que no había descansado en dos eternas noches y aún esperaba que todo esto fuese una broma macabra; un mal sueño del que pronto pudiese despertar. Estaba listo, pero no para la realidad. Porque no podía, ni quería, asumirla.

Mis dedos atraparon la cajita aterciopelada dentro del bolsillo de la chaqueta y la abrí una vez más contemplando lo que pudo haber sido; lo que hubiéramos sido. Lo supe antes de que todo esto iniciase, porque algo en mí sabía con certeza que ella era la indicada. Pero quise esperar y hacer las cosas bien... Hasta que ya no pude.

Mi corbata estaba hecha un desastre y dolió tanto como un disparo en el pecho, porque en ese momento recordé esa forma tan suya de rodar los ojos; esa en la que presumía y hacía ella todo el trabajo.

Su casi inadvertida risa de después, esa que intentaba siempre disimular porque no le gustaba verse vulnerable. Esa forma de mirarme, creyendo que no la veía y que no sabía que estaba tan loca por mí como yo por ella; ese modo  tan peculiar que tenía de cuidar de mí a través de pequeños detalles. Nuestros.

Tiré de la corbata hasta deshacer lo poco que había de ella y la lancé al suelo. Di media vuelta, cogí las llaves del coche y partí.

Thompson decidió hacer un homenaje privado tres días más tarde, siendo tan sólo Alexandra, él y yo. Por cubrir ciertos aspectos del plan, el único cabrón que podía enterrarla de verdad era Saúl. Pero es que este plan no me acabó gustando en absoluto. Porque ni ella ni yo contamos jamás con este final.

Siempre posponíamos lo que sucedería, lo que haríamos al final juntos; en el fondo sabiendo que yo huiría a cualquier parte del mundo con ella si me lo pidiese, sin pestañear. Pero la vida no quiso ese destino para nosotros.

Era como si sus besos, sus labios, se hubiesen quedado más que nunca pegados a mí y no quería desvanecerme de esa sensación; aferrándome por completo a ello. Cada mirada que ella pudiese dedicarme estaba grabada a fuego en mi mente, incluso cuando parecía que me odiaba y tan sólo fingía.

Porque Felipa Calahua, a pesar de todo ese mal genio, era la persona más dulce que jamás conocí. Desde que se cruzó en mi vida supe que esos ojos oscuros e intensos me traerían problemas y dolores de cabeza.

Y qué dolores, porque me enamoré de ella como si fuese un niño pequeño. Me perdí en su forma de ser, tan especial y poco usual; tan distinta y parecida. De las veces que me retaba, de las que me enseñaba... Y de las que dejaba de tener miedo, se mostraba al fin, y era ella misma.

De esa risa que tanto me costó sacar y cuando la oí pareció una canción completa. De esa determinación y seguridad suya, no aceptando nunca un no por respuesta. Era plenamente consciente de que siempre ganaba cualquier batalla, que no había nada que pudiese con ella. Todo acababa sucediendo según planeaba.

Hasta que, por primera vez, ninguno de los dos salió ganando.

Y quizá si yo hubiese llegado unos minutos antes nada de esto habría sucedido. O al menos habría podido intentar  salvarla. Pero, de nuevo, ese plan no lo vio venir nadie.

Aparqué y bajé. Crucé el cementerio hasta la ubicación exacta. Thompson decidió grabar su nombre al lado del de su madre como gesto y último regalo; que estuviesen juntas, aunque fuese simbólicamente.

Incluso si él jamás fue capaz de reconocerlo, sé que se acabó encariñando de ella como si una hija fuese. Nunca paraban de discutir, pero se entendían y miraban por el otro a un nivel que ni Alexandra ni yo entendíamos... O al menos no hasta ahora. Y es que la llegó a querer como si fuese de su propia familia.

TODO, POR EL PLANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora