Capítulo 32

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Su pinganillo hizo un estruendoso ruido, cayó en silencio y me paré en seco por lo que ocurrió. Así como estalló algo en el puerto, su auricular dejó de funcionar. Mis pies quedaron petrificados en el suelo, incapaces de reaccionar.

Sentí el mundo pausarse a mi alrededor y todo lo que había en mi mente era ella y el peor de los finales. Miré al cielo y una enorme columna de humo se alzaba en la noche. La presión en mi cabeza aumentaba a medida que las posibilidades y dudas crecían; el miedo venciendo. Nunca sentí un nudo tan grueso en la garganta.

Cuando recobré el sentido eché a correr hacia la explosión tan rápido como pude. Porque no podía ser, ella tenía que estar bien. Mi corazón iba tan deprisa que estaba al borde del vahído. Pero nada importaba hasta que no me asegurase de que ella estaba a salvo. Ella tenía que estar bien.

La llamé a través del pinganillo, pero ninguno de los tres obtuvimos respuesta.

—¿¡Dónde coño está!? —exclamé—. ¿Dónde cojones está Felipa?

—Estoy llegando al contenedor —informó Alexandra.

Estaba cerca, podía oler el fuego y el calor acechaba. Rodeé varios contenedores hasta alcanzar la peor de las imágenes. Todo ardía, este había estallado por completo y apenas se mantenía en pie. Divisé a Thompson y me acerqué a él, desesperado. Ella tenía que estar bien.

—¿Dónde está?

—No lo sé, voy a revisar la zona —ordenó al equipo y se alejó—. ¡Pidan refuerzos y que apaguen el fuego cuanto antes, que sellen la zona! ¡Hay que saber qué narices ha pasado! ¡QUE ENCUENTREN A SAÚL Y SEBASTIÁN, PERO YA!

Mi mirada se perdió en el fuego, que aún estaba demasiado avivado. Mis sueños se rompían a medida que pasaban los segundos y sólo podía creer que la estaba perdiendo de una de las peores formas posibles. Pero eso no me detuvo. Mis pies se movieron solos así como todo lo que podía pensar era en comprobar con mis propios ojos que ella no estuviese dentro. Y si lo estaba, yo mismo la sacaría. Aunque me llevase la vida en ello.

Me adentré, oyendo cómo los agentes me instaron que no lo hiciese, pero yo no iba a dejarla ahí dentro. No mientras yo siguiese en pie.

—¡Lipa! —exclamé mientras cruzaba el fuego, las ascuas, apartaba trozos calcinados y la buscaba. Ninguna respuesta. No podía apenas ver, el calor abrasaba y el humo dificultaba mi visión y respiración— ¡Lipa! —repetí.

El contenedor ardía, se caía a pedazos y yo no la encontraba. El corazón se iba rompiendo lentamente según pasaban los segundos. Alguien me agarró y comenzó a tirar de mí.

—¡Tengo que sacarle de aquí!

—¡Suélteme! —forcejeé—. ¡Ella está aquí dentro! ¡Ella sigue aquí!

—¡Tenemos que sacarle o morirá!

—¡Algo está a punto de estallar aquí dentro! —informó el otro.

Luchaban por sacarme mientras yo daba sacudidas intentando regresar a dentro. Tenía que sacarla de ahí. Tenía que salvarla. No podía perderla ahora, no después de todo. No a mi pequeña.

Me arrastraron hasta sacarme y caí al suelo. Mi corazón quedó hecho trizas ante la imagen tan horrenda que me vi obligado a ver cuando el mismo jodido contenedor explosionó de nuevo. Mis ojos se empaparon así como posiblemente veía a la única mujer que amé estar muriéndose y no poder hacer nada al respecto.

No era capaz de concebir la realidad. Todo a mi alrededor parecía suceder a cámara lenta mientras lo único que yo era capaz de ver era su rostro; su sonrisa. Asimismo, de forma tortuosa, su imagen clamando por que la ayudase. Me sentí un completo inútil.

Los segundos se convirtieron en infierno ante mis ojos.

Los agentes llegaron poco después. Apagaron el fuego y revisaban la zona mientras yo parecía haber muerto. Thompson hablaba con ellos, pasaron quizá veinte minutos de eso. Y yo sin recibir información. Decir que enloquecí sería decir poco. Porque lo mejor que alguna vez tuve podía, y no podía, estar ahí dentro.

En un momento en el que Thompson dejó de hablar con los agentes, me acerqué.

—¿Qué pasó?

Su rostro decía más de lo que pretendía. Estaba enojado, pero no como cualquier misión, sino que le dolía, de verdad, lo que hubiese ocurrido.

—Su cuerpo no está —dijo y sentí la alegría a punto de rebosar—, pero... Hay evidencias. Hay restos suyos entre los escombros.

El mundo se cayó de nuevo.

—¿Qué quiere decir?

Desvió la mirada y comprendí a la perfección a qué se refería.

—Encuentran pruebas de que ella estaba. Hay su ADN y hasta han hallado... un dedo. Aún están revisando, pero el cuerpo no aparece. Creen que Saúl haya podido estar enterado de todo, la mató y se la llevó. O que Sebastián nos haya traicionado.

—¿Qué?

Nada tenía sentido. Felipa sabría si su padre sospechaba. Si Sebastián estaba enterado de algo. Felipa me habría contado que algo ocurría. Ella nunca dejaba cabos sueltos. Ella habría acudido a mí en secreto.

—Alexander, eso es una estupidez.

—Es todo lo que sabemos por ahora, Samuel —dijo—. Tendremos más respuestas en unas horas. Ahora lo único que sabemos a ciencia cierta es que eliminaron al último cártel, por lo que Saúl ya lo tiene todo. Seguramente ahora se esconda, pero intentamos dar con su paradero.

—¡Y hay más...! —oímos a Alexandra y vimos que se acercaba a nosotros. Traía mala cara—. Hemos encontrado muerto a Ricardo Cambeiro. No ha sido ninguno de los nuestros, por lo que no sabemos quién fue. Quizá algo ocurrió con el otro cártel.

A medida que obteníamos información, yo creía con más firmeza que esto debía ser una maldita broma. Volví toda mi atención a Thompson.

—Alexander, necesito comprobarlo yo mismo.

—Aún está incandescente todo, no nos dejan acercarnos y es peligroso, Delgado.

—Me da exactamente igual, hay algo que se nos escapa.

—Delgado, no me obligues a retirarte —advirtió.

—Como si quiere suspenderme —fue todo lo que dije antes de ir hacia el contenedor para obtener alguna pista.

Oí cómo me ordenaban que no entrase, a punto incluso de intervenir, pero para mi sorpresa Thompson les pidió que me dejasen actuar. Así, me adentré para descubrir qué cojones había pasado esa noche.

La peor de todas ellas.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now