CAPÍTULO 14

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Ya casi quedaba atrás mi primera semana aquí y hoy era mi primer día con armas. Al parecer, había oculta una sala de tiro a la que sólo Samuel tenía acceso. «Por tu seguridad», defendió Thompson. «Y la de los demás», podía leerse entre líneas.

Entramos y nos preparamos. Lentes y auriculares de protección puestos. Samuel hablaba y no le prestaba mucha atención. Yo ya sabía manejar un arma y me resultaba innecesario la retahíla de «hay que ir con cuidado, el seguro siempre puesto, comprobar siempre la recámara o el tambor, nunca apuntando hacia alguien...».

Él disparó unas veces y me explicó cómo funcionaban las dianas. Dónde dar los disparos según la situación lo requiera, cuáles son leves, hasta dónde cubre un chaleco antibalas... Lo básico. Al menos para mí.

Una hora más tarde me señaló que probase yo, dando en cuatro puntos concretos.

Con una sonrisa ladeada, me coloqué y disparé cuatro veces, sin pestañear. Al corazón, entre el hombro y la clavícula, la frente y el estómago. Dejé el arma sobre la mesita que había frente a mí y cuando le miré pude comprobar que le había dejado sin habla.

—Vale, evidentemente sabes usar un arma.

—Y puedo desmontarlas y montarlas en tiempo récord —presumí.

Movió su mano, dándome a entender que se lo demostrase.

Rápidamente comprobé qué tipo de arma era, tratándose de una pistola sencilla, y la desmonté en menos de cinco segundos. Vi la comisura de sus labios alzarse en una sonrisa y se agachó a recoger las balas del suelo.

—La próxima vez sin tirarlo todo —se burló.

Le ayudé a recoger y lo dejó todo sobre la mesa. Me miró expectante y comprendí que quería. Monté el arma y se la tendí del revés. La cogió, estupefacto.

—Desmonté mi primer arma a los cinco años.

—¿Quién en su sano juicio le enseñaría eso a una niña?

Enarqué una ceja de manera obvia y lo comprendió.

—Mi madre tampoco es que fuese una santa. Nunca mató o hizo daño a alguien, pero sabía defenderse y disparar, además de conseguir siempre lo que quería. Ella me enseñó la mayor parte de las cosas que sé.

—Entonces creo que podremos practicar de otra forma contigo —comentó—. Hablaré con Thompson para que autorice algo.


***


Alexandra me miraba expectante. Pero es que no iba a hablar. Me parecía una estupidez que me pusiera una sesión de terapia semanal. Al parecer, la promesa del FBI se formó en medicina forense compaginándolo con psicología. Además de mi doctora, barra profesora, una vez por semana me atendería psicológicamente. Comprendo que yo estaba en una situación bastante inusual y que no era sencilla de digerir, pero yo estaba bien y no necesitaba ayuda u apoyo moral.

—¿Felipa? —repitió.

—¿Qué?

—Llevas veinte minutos sin hablar o responder pregunta alguna.

—Entonces bien, porque ya sólo quedan otros treinta.

No me hizo falta mirarle para saber que ahogó un bufido con frustración.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now