CAPÍTULO 21

29 5 0
                                    

Todos dirán siempre que no les importa, incluso siendo lobos solitarios... Pero, a veces, uno no quiere pasar ciertas fechas solo. Yo no daba mucha importancia a la Navidad, pero quizá ese año sí porque era el primero que no iba a poder celebrar con absolutamente nadie... O mejor dicho: ella.

Mañana sería Nochebuena... O tan sólo un día más.

Apenas eran las ocho de la tarde y yo ya quería irme a la cama. Quería dormir, para pasar cuanto antes todos estos días y centrarme en otra cosa. Estaban todos de vacaciones, para pasarlo con sus familias y amigos. Y aquí estaba yo.

Apagué el televisor y me levanté para ir a la ducha. Quince minutos después salí más relajada y me puse algo cómodo para dormir.

Me extrañé cuando oí el elevador activarse. Fui hacia la entrada y, nada más llegué, la puerta se abrió y parpadeé confusa. Thompson, Alexa y Samuel habían venido e iban vestidos de gala.

—¿Qué...?

—¡Sorpresa! —exclamó Alexandra—. ¡Feliz Navidad!

Los tres pasaron y yo seguía sin entender la situación.

—Pero si hoy es día veintitrés.

—¿Te crees que íbamos a dejar que pasases las fiestas sola? —dijo ella—. Decidí organizar nuestra propia Nochebuena y Navidad para celebrar contigo.

—Per...

Alexandra me tendió una bolsa y yo seguía sin encontrar palabras.

—Te he traído un vestido y zapatos. No hay excusas.

Miré a los tres, aún perdida.

—Es una orden —dijo Thompson—. No hagas que me arrepienta de la idea y me vaya.

Apreté mis labios, conteniendo una contestación típica en mí. Pero lo cierto es que me dejaron completamente desarmada. ¿De verdad habían venido a pasar la noche conmigo?

Fui a mi habitación sin rechistar y me cambié. El vestido que Alexa había escogido para mí era sencillo, perfecto, y evidentemente había estado cotilleando mis tallas y gustos. ¿En qué momento habían organizado todo esto sin yo enterarme? Pero mentiría si no admitiese que agradecía tenerlos aquí esta noche. Porque cada uno de ellos logró un sitio en mi corazón sin esperarlo.

Me miré en el espejo, ya lista, antes de regresar al salón. Cuando llegué, ya habían montado la mesa con toda la comida que trajeron. Mis ojos cayeron sobre Samuel y los suyos, cual imanes, sobre mí. Me guiñó el ojo antes de proseguir con lo que hacía: servir la bebida.

Alexandra trajo decoraciones y estaba repartiéndolas por el salón mientras Thompson fumaba un puro y le decía cómo hacerlo. Obviamente, ella hacía caso a cada palabra mientras se volvía loca.

—¡Sanderson! —me burlé, imitando la voz de Thompson—. ¡¿No ve que lo ha puesto torcido por dos milímetros!? ¡No, no, no! ¡Más a la izquierda!

Ambos me miraron de mala gana y prosiguieron, pero escuché que Samuel reía por lo bajo. En menos de dos minutos armaron todo sin discutir mucho más y tomamos asiento.

Alexandra levantó su copa y todos hicimos igual.

—Por todos nosotros.

Brindamos.

—Y por tu próximo viaje —dijo de la nada Thompson.

Lo miré sorprendida.

—¿Es que accede a lo que yo creo?

Asintió.

—Conseguí el permiso y, cuando sepamos donde está Sebastián, tú misma le propondrás el trato —explicó—. Pero irás con acompañante y me tendrá totalmente informado. Esas es mi única condición.

TODO, POR EL PLANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora