CAPÍTULO 3

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Sumaron kilómetros mientras yo los resté.

El plan había sido oficiado. Todo el mundo se dirigió hacia sus respectivas posiciones y, ¿la verdad? No costó engatusar a gente que, desgraciadamente pobre, ayudara a cambio de un importante ingreso.

Todo sucedió y creció como la espuma.

Primero fue gente muy obvia, fácil, luego empezaron los jóvenes. Esos que el agente de policía comprende que simplemente son actos llenos de estupidez. Y estos mismos ayudan a mantener distraídos a los agentes debido a su papel de «Le juro agente que no sé qué hace eso aquí, pero no es mío».  Luego, y los más importantes, esos que cargaban con las cantidades "grandes". Todos fueron previamente preparados, para que, una vez detenidos, no hablasen. Pero todos sabíamos que lo harían tarde o temprano. Ese era el trato.

Y ese fue nuestro juego para ganar tiempo: una sutil amenaza a cualquier miembro, o a todos, de sus familias. A veces incluso no hacía falta amenaza, se ofrecían solos. Seguía impresionándome de lo que era capaz la gente por dinero, independientemente de la necesidad.

Y yo, dentro de todo ese barullo, estuve en un camión lleno de chicas a punto de ser prostituidas. Sencillamente, era una pobre chica mexicana intentando escapar a Estados Unidos, que habían prometido unos contrabandistas ayudar económicamente a cambio de pasar una cantidad de droga y prostituirme una temporada con esa falsa identidad que mi padre me consiguió antes de iniciar el plan. Sirvió de mucho jamás existir legalmente hasta ahora.

Claro que me harían preguntas al detenerme, pero yo ya estaba preparada para ello cuando sucediese.

Mientras todo se centró donde exactamente queríamos, Pedro puso su parte y ayudó a mi padre. Recibió casi la totalidad de las ganancias por ese enorme envío que acababa de suceder en la frontera, a plena luz del día. Todos y cada uno de ellos se sentían como Dioses bien cabrones. Y, ¿cómo no? Acabábamos de cruzar por la mismísima frontera media tonelada de cocaína sin que se percatasen. Lo que nadie vio venir era que, tres días más tarde de lo sucedido, Pedro muriese. Y no sólo él.

Murieron todos y cada uno de los integrantes de su cártel, habiendo armado ya un plan con anterioridad. Mi padre recuperó el dinero, más beneficios. No obstante, a la policía le faltó encontrar algo en todo ese embrollo. Algo de lo que esa misma mañana iba a asegurarme.

Entre el barullo que ya me era habitual con tan sólo casi cuarenta y ocho horas, fui a los teléfonos. El ruido que informaba de que una puerta se abría o cerraba ya me cansaba.

—¡Cruz! —gritó el supervisor—. ¡Ándale! ¡Sólo lo tienes cinco minutos!

Lo peor en sí no era estar en preventiva. Lo más horrible es lo que el mundo ignora.

En una cárcel de hombres se cometen actos delictivos, hasta el mismo asesinato, prácticamente a diario. Lo bueno e irónico es que un hombre sencillamente causa dolor, humilla y mata, mientras que la mujer te hace la vida imposible. Te vuelve loca, te hiere, hasta el punto en el que suplicas por tu vida. Y luego acaba contigo. Pues ahora imagínense una cárcel llena de mujeres latinas. Y no precisamente estables.

La cárcel, a través de los años, tan sólo se había convertido en una pantomima.

Siempre ha habido eso de "el que manda en el gallinero", pero ¿por qué? Si colaborásemos, podríamos salir todos ganando.

Y precisamente eso es lo que ocurrió conmigo nada más pisé la cárcel. Muchas, yo como recién llegada, creyendo que era prostituta —y siendo carne fresca—, fueron a por mí. Era como un premio en el bingo.

Cuando eso sucede sólo tienes, por desgracia, dos sencillas opciones: aceptar o rechazar.

Si accedes, entras en tu peor pesadilla. Algunos creerán que aceptar y fingir es algo bueno a la larga, pero no en las cárceles. Aquí sólo se tiene en cuenta una cosa y es el coraje, la valentía... y como diría un hombre: los huevos para hacerte valer.

TODO, POR EL PLANWhere stories live. Discover now