CAPÍTULO 12

47 5 0
                                    

Como me citó la noche anterior, fui a la dirección indicada la mañana siguiente bien temprano. Se trataba del edificio del FB ubicado aquí. Thompson aceptó. Sino, no me habría enviado la dirección. Pero aún debíamos pulir ciertos asuntos.

Era consciente de lo que me jugaba en todo esto, entre otras muchas cosas, pero teniendo en cuenta cuándo fue la última visita de mi padre, no tocaba otra hasta dentro de... bastante. Era perfecto. Cuanto más tiempo pasaba, menos nos hacía llamar. Supongo que el ya no ser una niña tenía algo que ver.

Me identifiqué como me indicó, me dieron una tarjeta de visita y dirigí mi paso al despacho que Thompson me mencionó. Por el camino noté que la gente me miraba. Obviamente no parecían ver caras nuevas a menudo. O quizá era la bolsa hermética llena de documentos que cargaba. Al desviar un instante la mirada hacia atrás, curioseando el techo que tenía una decoración que me llamó la atención, me choqué contra alguien.

Tan pronto me di cuenta le miré y pedí disculpas sin detener mi paso. Pero es que cuando sus ojos encontraron los míos conectamos de un modo que jamás creí posible. El tiempo pareció incluso ralentizarse. Así como cada uno prosiguió su camino, ninguno pudo apartar la mirada del otro tras echar la vista atrás. Y jamás volví a olvidar esos ojos.

Zarandeé mi mente, intentando centrarme. No había venido a hacer amigos o a distraerme, había venido a luchar hasta el final. Y lo que menos podía tener era eso: amistades.

Llegué a la puerta y llamé. Entré y vi a Thompson junto a una mujer.

—Hola —saludé.

—Felipa —dijo Thompson—. Qué temprano llegas.

—Cuanto antes empecemos, mejor.

—Te presento a Alexandra, nuestra más antigua en la última década. Ella formará parte de la investigación y plan.

Morena, media estatura, piel pálida y ojos castaños, pero con un claro atisbo verdoso. Era joven, pero su vestimenta parecía querer decir lo contrario. Su forma de echar los hombros hacia atrás hablaba por ella, dejando claro que era de esas, de las que se dejan la piel y quieren ser perfectas en su trabajo. Parecía haber sido la promesa de su promoción por cómo la presentó: orgulloso. Una temprana, dado que no tendría más de 30 años. Inteligente, aunque aún le quedaban algunas cosas por aprender. Podía verlo en su rostro. Era buena, seguro, y avispada, pero tenía pinta de que la bondad e ingenuidad podían ser su perdición.

Extendió su mano hacia mí.

—Alexandra Sanderson —dijo y yo tomé su mano, estrechándolas—, un placer conocerla señorita Calahua.

—Felipa —corregí secamente.

Asintió algo avergonzada.

Thompson paseó por la sala hacia una mesa donde había un montón de papeles.

—Desde hoy inicia tu operación, Felipa. No voy a irme por las ramas contigo, creo que ambos sabemos que nos sobra eso —explicó—. Tu madre ya fue instalada y podrás ir a visitarla. Pero te advierto una cosa: Tan sólo podrás salir con mi autorización. Hemos de mantenerte lo más oculta posible.

—¿Y cómo piensas hacer eso?

Hizo una señal con la mano y fue hacia la puerta, para salir. Alexandra y yo le seguimos. Recorrimos el pasillo hasta una sala de interrogatorio, pero quedamos fuera. Había una chica dentro sentada, sola.

—Ella es quien va a hacerse pasar por ti, junto a otra mujer que hará de tu madre. Vivirán en tu casa, como si fuerais vosotras.

El parecido era asombroso, porque, además, un punto a favor era que mi padre no me había visto en casi tres años. Tenía rasgos casi idénticos a mí. Podría funcionar en caso de que mandase a alguien a comprobar que todo iba bien, que era algo que sí solía hacer cuando no podía llevarnos a Juárez.

TODO, POR EL PLANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora