Capítulo 40

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El silencio era una de las cosas que Louis más adoraba de la casa. Algunos podrían pensar que el silencio era sinónimo de oscuridad, secretos y temor, el silencio podría significar la antesala de algo que estaba por llegar y que no era lo esperado. Para Louis, el silencio era la oportunidad para aislarse con sus pensamientos, con sus ideas, la oportunidad de creación.

Harry no le había dado tregua. Él lo había intentado, era cierto que lo había intentado sin muchas ganas, pero había expuesto la necesidad de sentarse, con una mesa entre ellos, y sacar a la palestra todo lo que debían comentar antes de que sus ilusiones crecieran, pese a que el cantante le había explicado, reiteradas veces, que sus intenciones no eran marcharse de su lado de manera inmediata. Para Louis podría haber significado suficiente, pero el hecho real es que no lo significaba, necesitaba algo más. Harry había maquinado y confabulado con esa parte de Louis que era esclava de sus encantos, que ahora suponía más del cincuenta por ciento del escritor.

Por eso, entrando la noche, después de dos sesiones de sexo ansiosas y fulminantes para Harry, Louis se había despertado encontrando la oscuridad por respuesta y el silencio como amigo.

Se había encaminado a su ordenador y había regresado a sus apuntes del tercer libro de la trilogía. Podría haber abierto la veda para crear y escribir algo más, cuatro o cinco, las ideas estaban ahí, pero entendía que tres libros eran perfectos para exponer la verdadera naturaleza de lo que Edward significaba como personaje y las múltiples vidas que podría tener; ejemplos de lo que podría ser en realidad.

No había terminado el segundo, pero lo que faltaba eran vistazos certeros de su editor, que Harry lo leyera detenidamente, como principal factor de relevancia, que diera su visto bueno y culminar con un título que no llegaba. Esa era la razón por la que Louis había optado por perfilar el tercero, dejando por el momento apartado al Edward fotógrafo y autónomo, ese que viajaba por el mundo capturando momentos que vendía a importantísimas revistas documentales. El tercer Edward era un padre de familia adorado en su pueblo, que fotografiaba eventos sociales de nivel y compartía sus días con una maestra adorable con la que tenía cuatro hijos. Ese era el favorito de Louis, porque tenía lo mejor de todos los mundos y era una persona sonriente y encantadora.

Llevaba escribiendo, o más bien documentándose, un par de horas, cuando sintió la sombra de Harry resucitar entre las sábanas y agazaparse tras él compartiendo el mismo asiento. El chico apoyó su barbilla en el hombro del escritor y cerró los ojos aturullado por la luz que emergía del ordenador. Gruñó de manera dulce y cálida derritiendo un poco el estómago de Louis.

-¿Qué pasa?

-Es de noche- balbuceó-. Hemos dormido por el día, nos convertiremos en animales nocturnos.

Louis estaba empezando a adorar ese Harry dulce y adormilado, ese tontaina.

-He perdido un poco la rutina estos dos días. Me he centrado en un horario certero que me permita vivir pero que adecúe los ritmos de trabajo a algo que no signifique esperar a las musas sino buscarlas.

-Demasiado texto- susurró Harry, en tono bromista, apoyando sus labios en el cuello de Louis-. ¿Te estoy molestando?

-No realmente, no creo que pudieras hacerlo nunca.

Notó la sonrisa del cantante sobre su espalda y la risa que acompañó a ella y que llenó el cuarto.

-¿Qué?

-Eres muy ñoño- dijo con simpleza sin apartar la sonrisa.

-No lo soy, tú eres muy tonto.

-Yo soy tonto, tú eres ñoño. Estás siendo muy empalagoso y adulador.

El Café 17 - Louis y HarryWhere stories live. Discover now