Capítulo 3.

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Como lo esperaba, cuando Rocío, la maestra sabelotodo de química, entregó los exámenes, mi nota estaba escrita en rojo: seis punto cuatro. Tuve que contener un grito de frustración, y más cuando vi las notas perfectas de mis dos amigas.

¿Cómo alguien podía ser así de inteligente?

Al finalizar la clase, hice ademán de marcharme, pero la profesora me pidió que la esperara un momento, por lo que me senté en un pupitre frente a su escritorio, nerviosa por lo que pudiera estar a punto de decirme.

Esperó a que todos mis compañeros abandonaran el aula, para poder cerrar la puerta del salón y poder hablar conmigo.

—Marcela —aclaró su garganta—, si repruebas el siguiente examen, suspenderás la materia.

—¡Debe estar bromeando! —Dije con demasiada brusquedad. La maestra enarcó un ceja, y fue mi turno de aclarar mi garganta—. Quiero decir, no puedo reprobar una materia, no tengo el dinero para costear un curso de regularización.

—Lo lamento —Cerró su ancha carpeta con un movimiento petulante—. El único consejo que puedo darte es que consigas un tutor.

—¿Y usted no puede ser mi tutora?

Me dedicó una lánguida mirada, seguida de una risa burlona. Se levantó de su asiento, haciendo rechinar las patas de la silla contra el piso.

—Daniel Blair es mi mejor estudiante —El brillo de su mirada cambió cuando invocó aquél nombre—. Quizás puedas pedirle asesorías. 

Mi boca se convirtió en una extraña mueca.

Daniel Blair.

El típico galán con grandes músculos y una sonrisa de ensueño. Sin embargo, por una extraña razón, él parecía salir del estereotipo, ya que su cabeza no estaba hueca, era un chico inteligente. Aunque eso no implicaba que no pensara, la mayor parte del tiempo, con la cabeza que tenía entre las piernas.

Carmen creía que él era su hombre ideal: guapo, adinerado y simpático. ¡Bah! Era un imbécil que hacía tonterías para llamar la atención de todos, y su dinero provenía de sus padres; unos ricachones que gastaban el dinero en cosas superfluas como un costoso departamento para su hijo de dieciséis años.

—De acuerdo —Suspiré—. ¿Qué nota necesito para aprobar la materia?

—Un diez —respondió con satisfacción, saboreando cada una de las letras.

Me dedicó una sonrisa llena de lástima y salió del salón, meneando sus enormes caderas cubiertas por una diminuta falda que provocaba a todos los estudiantes de la preparatoria.

Me reuní con mis dos amigas, cerca de la entrada principal de la escuela. Optamos por salir al patio trasero para poder almorzar algo antes de entrar a la infernal clase de administración.

Nos sentamos en una banca, justo enfrente del clan macabro de Daniel, el cual estaba conformado por Víctor, Maryell y Pamela. Otros millonarios obsesionados con la perfección.

—Quizás yo también debería reprobar química para que ese bombón me dé clases —comentó Carmen, observando a su amor platónico.

Puse los ojos en blanco y le di un ligero golpe en la cabeza que hizo perder su concentración sobre Daniel.

—Entonces hazlo. 

—Bromeas —dijo desanimada—. Si repruebo una materia, me quitan mi beca.

—¿Tienes una beca? —pregunté mientras daba un trago a mi jugo. 

—¡Por supuesto! —respondió jugueteando con su emparedado—. Con ese dinero puedo comprarme estas bellezas.

Señalo sus costosos zapatos de diseñador y una punzada cruzó mi pecho.

Gritos de soledad [.5]Where stories live. Discover now