Capítulo 4.

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La habitación de Alan era igual de lujosa que el resto de su hogar.

Su padre era un reconocido neurólogo a nivel estatal y su madre una dermatóloga famosa por su innovación en un producto de belleza. Por lo tanto, la familia Santana era célebre por su exitosa reputación.

En una sola ocasión salí con Alan y sus padres, los cuales parecían amarse con la misma intensidad que unos adolescentes. Iban tomados de la mano mientras caminaban dentro del restaurante, y su padre recorrió la silla para que esposa se sentara. Me era imposible imaginarme a mis padres actuando de aquella manera.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Alan agitando su mano frente a mis ojos.

Volví a la realidad y acepté el vaso de agua que mi novio me ofreció.

—Perdona, sólo estaba recordando aquella noche con tus padres.

Se sentó conmigo en su cama, a una distancia prudente.

—Quieren saber cuándo volverás a salir con nosotros.

Sentí una punzada en el pecho. Sus padres realmente fueron amables conmigo, e incluso me ofrecieron su hogar para quedarme cualquier día que quisiera. Y la manera en que les correspondía era mintiéndole a su hijo, fingiendo una vida casi igual de feliz que la suya, aunque todo en mi mundo fuera una tragedia.

—No lo sé, tal vez un día en el que no le ayude a mi madre con su trabajo.

—Realmente eres adorable —dijo besando la punta de mi nariz.

Dí un trago a mi vaso de agua y sonreí intentando controlar el temblor de mi cuerpo.

—Por cierto —acarició mi rodilla—, ¿A que se debió tu llamada? Parecías muy alterada, ¿Hay algo que ande mal?

Negué por lo bajo, realmente nerviosa por lo que estaba a punto de hacer.

Antes de que Alan pudiera seguir cuestionándome, me acerqué a él y sujeté su rostro con ambas manos. Me miró sorprendido, pero no le di tiempo de volver a hablar. Cerré mis labios sobre los de él y comencé a besarlo de una manera que nunca antes había hecho. Fue el turno de mi lengua de buscar la suya desesperadamente, mientras mis manos se aferraban con fuerza a sus costados. Su respiración se agitó al igual que la mía, e hice que se recostara en su cama. Me puse de bruces sobre él y continué con la extraña demostración de pasión.

Sus manos no tardaron mucho en deslizarse de mi espalda hacia mi trasero. Para mi buena suerte, no me trató como un pedazo de carne, sino como a su novia en un momento pícaro. Sin embargo, mis instintos hicieron que me apartara de él.

—Increíble —dijo sentándose en la cama—. ¿Qué fue eso?

Agaché la mirada, apenada por mi arrebato pasional.

Suspiré antes de tener el valor de encarar a Alan, quien me miraba con los ojos convertidos en corazones.

—Hagamos el amor —dije con voz temblorosa.

Sus mejillas se mancharon de rubor y pude sentir que el rojo también se extendía por mi rostro.

De nuevo tomé el control de la situación, cuando me senté sobre él y comencé a sacarle la camisa; su cuerpo estaba tenso, pero no se resistió.

Comencé a besarlo, y por fin pareció reaccionar. Cerró sus brazos alrededor de mi cintura mientras nuestras bocas luchaban por sentir la lengua del otro.

Deslizó sus manos debajo de mi blusa y desabrochó mi sostén. Me miró inquisitivo, y mi respuesta fue un simple asentimiento. Con cuidado, sacó la blusa sobre mi cabeza y prosiguió con los tirantes, ya flojos, de mi ropa interior.

Gritos de soledad [.5]Where stories live. Discover now