Capítulo 14.

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De pequeña siempre soñé con convertirme en una chica guapa, que se maquillaría para lucir más bella y atraer la atención de los hombres.

Sin embargo, la realidad era otra.

Me miré en el espejo mientras limpiaba la décima lágrima del día.

Horrible dijo la voz de mi cabeza—. Te ves realmente horrible.

Asentí a mi demacrado reflejo.

Ni siquiera el maquillaje podía cubrir el color morado de mi ojo, ni el labial más oscuro conseguía disimular el corte de mi labio.

«No sirves para nada.

Eres un simple estorbo.

Ojalá nunca hubieras nacido.

Con esa ropa pareces prostituta.

Nadie te quiere.» 

Aunque creas saber lo que eres, puedes llegar a dudarlo cuando todos te dicen que no eres nada.

Con cuidado de no lastimar las heridas, deslicé una ancha blusa sobre mi torso, intentando disimular el vendaje que llevaba puesto sobre mi abdomen adolorido.

Mis pulmones ardían con cada respiración, pero era la idea de seguir respirando lo que más me atormentaba.

Tuve que forzar una sonrisa antes de salir de casa y darle los buenos días a los vecinos, quienes llevaban meses intentando hablar con mi madre acerca de los gritos que ocasionalmente escuchaban en nuestro hogar.

Los señores Villegas eran mayores y, como buenos veteranos, deseaban enterarse de todos los chismes de la colonia por el simple placer de querer conocer todo lo que les rodeaba, no por seguir sus instintos filantrópicos.

Fui al parque donde se encontraba la parada del bus escolar. Aún era temprano, por lo que sólo habían otros dos chicos, de los cuales uno fumaba con desesperación. Parecía nervioso, como si un monstruo estuviese apunto de llegar a atacarlo. 

Me pregunté quiénes serían sus monstruos. ¿Sus padres? ¿Sus amigos? ¿O él mismo?

Aparté mi atención del chico. Seguramente ya tenía demasiados problemas como para lidiar con una acosadora.

Suspiré, mandando una punzada a mi pecho. Respirar era un trabajo difícil luego de recibir dos patadas en mis costillas. 

El autobús llegó justo a tiempo: siete veinte. Subí, fingiendo que cada paso no era un arrebato de dolor. Apenas pude subir los tres escalones y sentarme sin dejar escapar un gemido de desesperación. 

En el transcurso de la parada a la escuela, me dejé llevar por el tormento. Revivir cada uno de los momentos de la noche anterior aún me ponía a temblar. Las sensaciones continuaban en mi cuerpo, lo gritos aún retumbaban en mis oídos y la trayectoria de las lágrimas aún seguía vívida sobre mi rostro. 

Me percaté de mi visión empañada cuando el bus pasó sobre un tope y me hizo volver a la realidad de un tirón. Estábamos a pocos minutos de llegar a la escuela, pero me sentía tan distante que todo parecía una mala alucinación. 

El chico, que momento atrás estaba fumando, me miró desde la lejanía y, por la expresión en su rostro, deduje que se estaba cuestionando lo mismo que me cuestioné acerca de él.

Sonrió mientras se ponía de pie.

Oh no. 

Cuidadoso de no caer debido a lo agitado del camino, se tomó de la barra del techo e hizo equilibrio hasta llegar al asiento de mi lado y sentarse sin preguntar si estaba o no ocupado. Aunque, por supuesto, estaba libre.

Gritos de soledad [.5]Where stories live. Discover now