Capítulo 13.

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La vida se consumía con rapidez, al igual que un cigarro entre los labios de un fumador empedernido. 

A pesar de que las cosas parecieran haber mejorado, no era así en lo absoluto. 

Cada noche era una lucha entre mi sentido común y mis estúpidos sentimientos. Una parte me decía que las cosas mejorarían, pero la otra me gritaba que debía rendirme, pues el cansancio me estaba destruyendo. 

No sabía qué lado ganaría. 

Escuchar a mis padres gritar se volvió una aburrida rutina para mí, aunque a mis hermanos aún les afectaba ver a mi madre llorar.

La ausencia de un hombre en mi vida, diciéndome lindos apodos y cumplidos románticos, se convirtió en una de mis mejores experiencias. Tras meses de haber terminado con Alan, por fin comprendí que una pareja no podía entregarte el amor que uno debe sentir por si mismo.

Luchar contra mi actitud despreocupada por reprobar alguna materia se volvió un verdadero fastidio, debido a que las clases eran agotadoras, te exigían un esfuerzo mental y físico, ya que debíamos desvelarnos haciendo proyectos a tan sólo tres semanas de haber entrado a quinto semestre.

Encontrar personas en las que realmente pudiera confiar se convirtió en algo realmente difícil. Todos los días veía rostros amigables, pero sus perversas miradas me revelaban su verdadera y atroz realidad. No podía confiar en nadie, ni siquiera en mi reflejo, ya que él mostraba una sonrisa, cuando lo único que en realidad quería hacer era llorar.

Todo en mí se estaba agotando. 

Las ganas de luchar, de sonreír como si todo estuviera bien, de intentar ser alguien que no era, de fingir que mi familia sólo estaba atravesando un mal momento.

Estaba cansada de todo. 

Y sólo un pensamiento lograba apaciguar al resto de mis preocupaciones: morir.

Desaparecer para siempre.

Era una idea que tiempo atrás rondó mi mente, pero se disipó cuando recordé que aún me quedaban dos rayos de esperanza para continuar. Sin embargo, darme cuenta de que quizás mis hermanos serían más felices si yo desaparecía y alguien más fuerte los ayudaba a seguir adelante, me motivó a idear un plan: Morir cuando dejase todos mis asuntos arreglados, los cuales, por fortuna, eran pocos. 

Tomé mi diario, el cual tenía casi cincuenta páginas escritas y, en cada una de ellas, relaté mis peores días. Aquellos en los que todo parecía llegar a su fin para mí. 

Lágrimas.

Pesadillas.

Cansancio

Nunca llegué a imaginar que el peor dolor sería psicológico. Un golpe de mi padre no se comparaba al dolor que la tristeza de mis hermanos me causaba. Cada día los veía más delgados y desanimados. No era justo que dos niños de primaria tuvieran que lidiar con problemas de adultos. Aunque, en realidad, en nuestras vidas nada era justo.

Abrí la libreta en cualquier página, esperanzada de por lo menos encontrar un pequeño momento de alegría en mi vida, como aquél día en el que Pamela se cayó de la banca y rompió uno de sus costosos bolsos. Sin embargo, la primera frase que leí, me recordó que todo en mi vida está jodido.

Perdí la cuenta de las veces que pensé que todo sería diferente, y no fue así.

Recordaba con exactitud cuándo había escrito aquello. Fue el tercer día después de haber entrado a clases, cuando noté que todos comenzaban a tener nuevos amigos, incluida Carmen, pero yo me mantenía alejada por temor a salir lastimada. Además, nunca sabía de qué podía hablar con otras personas, ¿Química? ¿Historia? ¿Matemáticas? 

Gritos de soledad [.5]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon