Capítulo 10.

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La cama de Carmen se hundía bajo nuestro peso. Estábamos acostadas observando el techo blanco, mientras intentábamos controlar el temblor de nuestros cuerpos. Su mano sujetaba la mía con demasiada fuerza, pero el impacto de la noticia aún mantenía a mi mente en un estado de estupor y mi cuerpo se sentía ajeno.

—¿Alguna vez has pensado en lo injusta que es la vida? —pregunté taciturna.

Carmen suspiró, intentando forzar sus palabras.

—Lo dices por Valeria, ¿cierto?

Asentí, sintiendo las lágrimas deslizarse por mis sienes hasta perderse en mi alborotado cabello.

—Apenas tenía diecisiete años —comenté con la voz entrecortada—. Aún tenía una vida por delante.

El agarre de la mano de Carmen se tensó causando, por primera vez, un calambre en todo mi brazo, sin embargo, no quería soltar su mano. Necesitaba saber que ella aún estaba ahí.

Dos semanas después de darme de alta en el hospital, recibimos la noticia de que Valeria tuvo un accidente automovilístico y perdió la vida gracias a un trauma en el cerebro.

Debido a la lejanía de su nuevo hogar con el nuestro, nos fue imposible asistir a su funeral. Pero, desde la habitación de Carmen, deseamos que Valeria descansara en paz.


Volví a casa caminando, deseosa de encerrarme en mi habitación y olvidarme de todo durante horas o, si fuera posible, por días.

Mi cuerpo se sentía pesado con cada paso que daba. Llevaba dos días sin dormir y el sueño por fin comenzaba a vencerme.

El viento arremetía con fuerza contra mi cuerpo. El verano estaba en pleno apogeo y la época de tormentas estaba a pocos días de comenzar, por lo que el cielo sobre mi cabeza estaba teñido de un gris oscuro debido a las cargadas nubes que deseaban liberar su contenido sobre la ciudad.

Apresuré el paso, cuando la primera gota cayó sobre mi brazo. Se trataría de una fría lluvia, y no me apetecía llegar empapada a mi hogar.

Cuando logré visualizar mi hogar, mi corazón se detuvo por lo que pareció una eternidad. Estacionado frente a la casa, estaba el coche de Alan y sobre el cofre de éste, se encontraba mi exnovio.

Frené de golpe y le dediqué una mirada a distancia. Sus ojos se conectaron con los míos como en aquellos días en los que solíamos amarnos. Todo en mi cuerpo comenzó a sentirse ajeno.

Comenzó a acercarse e hice ademán de correr lejos, pero mis piernas no respondían a pesar de que mi cerebro les gritara que se movieran lejos de aquél lunático.

Se detuvo a un metro de distancia de mí y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

—No he venido a hacer alguna estupidez —dijo con voz ronca—. En realidad vine a disculparme.

Dio otro paso más cerca de mí y me alejé con demasiada brusquedad. En su rostro se vio reflejado el dolor que le causaba verme tan asustada.

—Sólo quiero hablar —prosiguió luciendo una verdadera faceta de tristeza—. No tardaré ni cinco minutos.

Asentí, arrepintiéndome al instante. Una pequeña llovizna había comenzado a caer sobre nosotros, provocando un ligero estremecimiento en todo mi cuerpo.

—Quiero disculparme por lo que ocurrió la última vez que nos vimos. ¿Crees que puedas llegar a perdonarme?

Nuevamente asentí, anhelando que se diera por vencido y se marchara junto con el mal clima. Un día tan tétrico como aquél no era de buen augurio luego de una muerte.

Gritos de soledad [.5]Where stories live. Discover now