Capítulo 8.

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Con el paso de las semanas, la vaga idea sobre el suicidio se fue desvaneciendo.

Cada vez que escuchaba la risa de mis hermanos o sus agradecimientos por ser la mejor hermana del mundo, me daba cuenta de que aún tenía un motivo para seguir luchando y mantener la frente en alto. No me dejaría vencer tan fácil. Existían dos pequeños por los cuales lucharía hasta agotar mis fuerzas.

Sin embargo, ese día no tardó en llegar.

Fue un viernes por la noche cuando volvía de una conferencia para mujeres abusadas tanto física como psicológicamente, en la cual hicieron mención que, de acuerdo con el Informe sobre el Desarrollo Mundial, las violaciones y la violencia en el hogar culminan en la pérdida de más años de vida saludable, entre las mujeres de 15 a 44 años de edad, que el cáncer mamario, el cáncer del cuello del útero, el parto obstruido, la guerra o los accidentes de tránsito.

Cuando llegué a casa, lo único que deseaba era prepararles de cenar una rica pasta a mis hermanos, así que fui a la cocina e hice ademán de comenzar a preparar la comida. Sin embargo, unos pasos detrás de mí me hicieron estremecer.

—Llegaste antes —dijo mi padre con voz neutra mientras analizaba lo que estaba haciendo—. Tus hermanos no están, tu madre los llevó a casa de un amigo de Edgar.

—Oh, de acuerdo —Apagué la estufa—. Gracias.

Le dediqué una pequeña sonrisa cuando pasé a su lado para dirigirme a mi habitación. A mitad de camino, silbó de una manera vulgar. Lo miré, confundida por su extraño comportamiento.

—¿Saliste así a la calle? —preguntó mirando mis piernas vestidas únicamente con unos shorts.

—Sí —respondí con brusquedad—. ¿Por qué?

—Te ves muy bien —respondió con una sonrisa amarillenta—. Demasiado bien.

Dio otros pasos más cerca de mí, y cada músculo de mi cuerpo se tensó. La mirada de mi padre brillaba con malicia y, cuando su lengua lamió su labio inferior, supe que todo estaba perdido.

Retrocedí con torpeza, mientras él se acercaba con agilidad, a pesar de estar ebrio, sus movimientos eran certeros. Di media vuelta e hice ademán de correr, pero sujetó mi cabello y me hizo frenar de golpe, disparando un agudo dolor en todo mi cráneo.

Un gemido brotó de mis labios y mi padre rió.

—Bien —dijo excitado—. Me gusta que gimas así.

Volvió a tirar de mi coleta y tuve que contener un grito, por lo que las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas hasta perderse en el abismo de mis clavículas.

—¡Gime! —ordenó furioso, tirando de mi cabello.

Mi garganta ardía, deseosa por dejar escapar un profundo gemido de dolor.

—Por favor —supliqué con la voz entrecortada—. No me hagas nada.

—No haré nada que tú no quieras —respondió con falsa compasión—. Porque sé que te gustará todo lo que hagamos.

Halando mi cabello con demasiada fuerza, me llevó al interior de la habitación de mis hermanos, donde me arrojó con brusquedad a la cama.

Intenté incorporarme, pero mi padre me dio una bofetada que nubló mi visión por varios segundos. Con la mirada aún borrosa debido al golpe y las lágrimas, sólo conseguí distinguir la silueta de mi padre desabrochando su pantalón.

—Basta —dije en voz baja—, por favor.

Me levanté con esfuerzo, e intenté salir corriendo, pero mis piernas no reaccionaba, y otro golpe cerca de mi ojo me hizo caer al suelo de rodillas.

Por lo que pareció una eternidad, mi padre me miró ansioso por cumplir todas las fantasías de su mente retorcida.

Sin embargo, un torrente de adrenalina que comenzó a circular por mi sistema, provocó que mi cuerpo se sintiera más enérgico y mi vista apenas recordara el desliz de inconsciencia.

De nuevo se acercó a mí y me levantó de un tirón para, de nuevo, arrojarme a la cama. Mi respiración comenzó a agitarse, y los latidos de mi corazón amenazaban con romperme las costillas. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido.

Se acomodó sobre mí, disfrutando cada uno de sus pervertidos movimientos contra mi cuerpo. Me retorcí bajó él, intentando zafar mis muñecas de su poder. Era demasiado fuerte.

Comencé a sollozar y a temblar deseando que, al abrir mis ojos, todo hubiese sido un mal sueño, pero su apestoso aliento me hizo volver de golpe a la realidad.

No era un mal sueño.

Estaba a punto de ser violada por... mi padre.

—Papá —Me sorprendí al llamarlo así, pues habían pasado casi nueve años desde que no le decía de aquella manera y, al parecer, a él también le sorprendió pues relajó su agarre—. Por favor, no me lastimes.

Me miró, tomando consciencia de lo que estaba ocurriendo. Entonces, actué. Con un fuerte y rápido movimiento, estrellé mi rodilla en su miembro, obteniendo como resultado un ensordecedor grito y que se quitara de encima. Me levanté y corrí fuera de la habitación, directo hacia la puerta de salida. Estaba tan sólo a dos metros, cuando una mano se cerró sobre mi tobillo, causando que cayera de bruces sobre una vieja alfombra de la sala.

Di media vuelta sobre mi cuerpo y ahí estaba él. Respirando con fuerza y los ojos enloquecidos.

Se levantó pesaroso, cuidando cada uno de mis movimientos, atento a otro posible ataque.

Levantó su puño y todo se derrumbó para mí.

Un golpe en mi mentón.

Una bofetada.

Un patada en mis costillas.

Un golpe en mi cabeza.

Un pase directo al infierno.

—¡Nunca se te ocurra volver a golpearme, o te mataré! —gritó furioso, dando un portazo al salir de la casa.

Mi dolor era tan profundo que hasta llorar era una tortura. Todos los músculos de mi cuerpo ardían con cada vano movimiento para intentar levantarme.

Cuando lo conseguí, tuve que ir apretando mi costado derecho para no desplomarme en el suelo; era tan doloroso que apenas conseguía respirar.

Llegué a la habitación de mi madre, donde sabía que se encontraba la solución para mis problemas. Abrí el cajón y extraje las pastillas que mi madre utilizaba para conciliar el sueño.

Unas cuantas de ellas y todo acabaría. Por fin.

Perdí la cuenta de las pastillas que ingerí cuando la noción de la realidad escapó de mi cerebro. Todo parecía borroso, sin sentido.

Me desplomé en el suelo, justo al mismo tiempo en que escuché la puerta de la casa abrirse. El último sentimiento que experimenté fue el miedo, pues creí que mi padre había vuelto por venganza. Sin embargo fue mi madre la que entró a la habitación y gritó.

Después de eso, todo desapareció para mí.

Gritos de soledad [.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora