Capítulo 19.

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Tiempo atrás, creía que suicidarse era para los débiles, pues no encontraban el valor para enfrentar sus problemas, pero cuando mi vida dio un giro inesperado, y me encontré en una situación extremadamente difícil de superar, sentí que la única salida era desaparecer.

Por supuesto que pensé en distintas alternativas: escapar de casa, denunciar a mis padres, encerrarme en mi habitación y solo salir cuando nadie estuviera en casa. Eran buenas ideas, aunque todo conllevaba a un problema: mis hermanos.

No podía huir de casa con ellos. A pesar de mis múltiples quejas hacia mi madre, no podía negar que ella ponía un techo sobre nosotros. Lo cual sería más complicado para mí.

Denunciar a mis padres implicaba que seríamos enviados a distintos hogares. Quizás yo estaría solo un año debido a mi edad, pero saber que mis hermanos estarían en otras casas por muchos años, me destrozaba el corazón, y sería un dolor que no soportaría.

Y encerrarme en mi habitación, podía ser un catalizador para la salvaje ira de mi padre. Detestaba ser ignorado y que no se hiciera lo que él quería. En conclusión: mi vida estaba jodida.
Mientras el elevador ascendía al último nivel del edificio Lincoln, mi corazón comenzó a martillear con demasiada fuerza. Podía sentir el cosquilleo de la circulación de la sangre por todas mis extremidades, era una sensación de pura adrenalina.

¿En verdad iba a saltar?

El ascensor se detuvo en el piso diecinueve y una muchacha rubia me dedicó una sonrisa antes de subirse y situarse a mi lado.

Su exótico perfume solo consiguió marearme más de lo que ya estaba.

De nuevo nos detuvimos, en el piso veintitrés, y la chica salió contoneando sus anchas y atractivas caderas.

El resto del camino a la cima fue en silencio, a excepción del pequeño repiqueteo del sistema de engranajes, que me erizaba la piel.

Llegué al último nivel, en el que sólo parecía haber dos oficinas muy viejas. Las luces del techo parpadeaban, emitiendo un ligero sonido que me recordaba a las películas de terror en las que un asesino sale de algún rincón. 

Alejé el pensamiento de mi cabeza, frotando mis manos contra mi rostro para intentar disipar el estupor.

Al final del pasillo, se encontraba una estrecha puerta gris con un letrero colgando de un clavo, el cual decía: Sólo personal autorizado. A juzgar por su ubicación, y la clara advertencia de que no debía de entrar ahí, supe que era el lugar que estaba buscando. 

Me acerqué a ella con paso veloz pero sigiloso, como si estuviese en una misión secreta, entonces recordé que era la única persona en el lugar y me sentí realmente estúpida.  Sin embargo, reparé en que, en una esquina del techo, había una vieja cámara de seguridad.

Maldición.

Aunque mi preocupación se desvaneció cuando vi los cables sueltos de la cámara, y la espesa capa de polvo que cubría el lente de ésta. 

Suspiré aliviada por no ser capturada a pocos minutos de llevar acabo... eso.

Empujé la puerta muy confiada, esperando que ésta cediera sin esfuerzo, pero mis brazos se doblaron al no poder moverla ni un milímetro, causando un punzante dolor en mis extremidades.

—¡Auch! —grité molesta—. ¡Estúpida puerta!

Dejé escapar un suspiro de frustración mientras intentaba pensar en una mejor idea para abrir la puerta. 

Entonces, una fría mano se cerró sobre mi hombro.

Grité tan fuerte como mis pulmones me lo permitieron. Mi garganta ardía, mi cuerpo temblaba y mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho.

Gritos de soledad [.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora