8.- Estrella fugaz.

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-Vamos... vamos a tomar el aire - Dijo inclinándose hacia él para que el sevillano pudiese escucharle. Pablo asintió mirándole como en trance, como si aún no hubiese procesado del todo. Estiró el brazo para agarrar la muñeca del menor y tiró de él para sacarles del salón y buscar la puerta que llevaba al exterior.

Salieron al jardín interior de la casa, era enorme, iluminado con pequeñas farolas en todos lados y tenía una piscina tapada en un lateral. Sintieron el viento frío de invierno ponerles los pelos de punta, pero lo agradecieron tras el calor que habían pasado dentro. Pedri suspiró y soltó la muñeca del sevillano para pasarse las manos por la cara mientras cerraba los ojos e intentaba aclarar su mente, que seguía dando vueltas. Cuando volvió a abrir los ojos, Pablo le estaba mirando de arriba a abajo con una intensidad que le hizo estremecerse. Le estaba prácticamente follando con la mirada y Pedri sintió su cuerpo debilitarse. Había conseguido despejarse lo suficiente como para darse cuenta de que tenían que parar, que si seguían así acabarían rindiéndose al deseo que sentían y eso solo causaría más problemas. El alcohol le decía que viviese la vida y que por una noche no pasaba nada. Y quería más que nada hacerle caso, pero sabía que al día siguiente todo habría cambiado y no sabrían cómo solucionarlo.

-Deja de mirarme así - Pidió sabiendo que no aguantaría mucho más la tensión sexual que era más que evidente entre ellos.

-Perdón, pero estoy cachondo - Resopló Pablo levantando los brazos y dejándolos caer contra sus costados con el ceño fruncido - Y borracho, ten eso en cuenta.

Pedri no pudo evitar reír al ver lo frustrado que estaba el sevillano y lo sincero que era siempre que bebía. Se acercó para poner las manos en sus mejillas y hacer que le mirase a los ojos.

-Yo también, Pablo - Contestó negando ligeramente con la cabeza - No te imaginas cuánto, pero...

-¿Borracho o cachondo? - Preguntó interrumpiéndole con una sonrisa y haciéndole reír.

-Las dos - Admitió encogiéndose ligeramente de hombros y sin poder evitar la sinceridad que se les escapaba cuando Pablo le miraba así. Era tan difícil pensar teniéndole tan cerca.

Pablo sonrió al escucharle y se acercó un poco más haciendo que su corazón latiese nervioso. Se quedó quieto, sabiendo que tenía que apartarle, pero sin saber cómo. Y solo pudo sentir cómo le temblaba el cuerpo entero cuando Pablo inclinó la cabeza lo necesario para rozar con la punta de su nariz la piel de su mejilla. Estaban tan cerca que podía notar la respiración del menor acelerarse y la suya hizo lo mismo cuando Pablo deslizó despacio su nariz por su mejilla bajando por su mandíbula.

-Pedri... - Susurró contra su mandíbula, provocando que se le erizase la piel del cuerpo entero, antes de posar sus labios ahí en un beso suave. No le dio mucho tiempo a recrearse en esa sensación, ya que Pablo siguió bajando hasta su cuello, sus labios rozando su piel y respirando contra él. Pedri solo pudo cerrar los ojos y morderse el labio, intentando contenerse a sí mismo, pero sin poder evitar que las manos que tenía sobre las mejillas del menor fuesen a su nuca para atraerle más. Pablo tomó eso como una invitación y deslizó los labios por su cuello antes de cerrarlos en un beso que le robó el aliento.

-Joder - Murmuró apretando la mandíbula cuando Pablo no se detuvo ahí y siguió dejando pequeños besos por su cuello como si estuviese intentando volverle loco. Y lo estaba consiguiendo. Su piel ardía ahí donde le tocaba y cada roce de sus labios mandaba corrientes de deseo por todo su cuerpo. Pablo llevó las manos a su cintura y terminó por juntar sus cuerpos, pegándole por completo a él. En cuanto notó sus caderas juntarse y sus entrepiernas rozarse, tuvo que morderse el labio para no gemir, estaba perdiendo la capacidad de razonar cada vez más. Sabía que Pablo estaba igual, porque él si que gimió, bajito y contra su piel. Y joder, ese era el mejor sonido del mundo, Pedri adoraba escucharle gemir. Tenía que parar, lo sabía, pero no quería hacerlo y le estaba costando más que nunca recordar el porqué. Cuando Pablo deslizó los dientes por su cuello y le mordió despacio, tuvo que reaccionar sabiendo que si no lo hacía ya perdería el control y lo mandaría todo a la mierda.

Cafuné | Pedri & GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora