El caos

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A veces podían ser dos mundos distintos, herméticos. En ocasiones no dejaban nada salir de sus cabezas, ni la abrían para permitir que el otro entrase ahí a indagar en sus pensamientos, sus recuerdos, lo que les hacía las personas que eran. Actuaban como si un día hubiesen aparecido ahí, sin el peso de una familia cuyos respectivos nombres no conocían. Tenían sospechas de los esqueletos que cada uno guardaba en el armario, aunque nunca los expresaban en voz alta. Y sus personalidades, sus respectivos caracteres, en más de una vez habían salido al ruedo a enfrentarse con el otro. 

A veces el cariño hablaba por ellos, 

en ocasiones era el dolor quien lo hacía.

A veces hablaban para sanar, 

en ocasiones lastimaban sin decir palabra. 

Pero siempre volvían a lamer y curar las llagas hechas, a sofocar las llamas furiosas del miedo y la incertidumbre, a ahuyentar los días de seco sol y sustituirlos por el viento y la frescura rabiosa de las tormentas que tanto adoraban. A iluminar los caminos fuera de la sombra, señalar los senderos que conducían a los valles de tregua y calma para que el otro llegase sano y salvo. 

Podían ser dos mundos distintos, confusos, violentos, pero solo cuando estaban apartados. Cerca, era como si un huracán disolviese a otro apenas tocarse. Un terremoto que neutraliza. Fuego que se apaga con fuego, solo con fuego.

Al despertar, cuando el sol los bañaba en oro y hacía que su cabello rubio pareciese refulgir envuelto en llamas, y les calentaba la piel, y los invitaba a acercarse bajo las sábanas. Y podía ver sus ojos tan cerca de los suyos, su sonrisa como primer gesto al observarlo de vuelta, sabía que sí.

Quizá cada noche que pasaban juntos era el choque de dos universos, tal vez a veces había desorden, probablemente en sitios tan inhóspitos eran naturales las avanzadas frenéticas, los roces constantes.

Pero si existía una cosa que sabía con más certeza que las demás, era que en lo inmutable, en lo estático y lo silencioso nada podía prosperar. Mientras que en el caos había vida.

Solo en su desorden compartido se sentía vivo.

Mientras sigo aquíWhere stories live. Discover now