Éxodo 20:15

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¿Te enseñaron los preceptos? Es lo que distingue un hombre bueno y no acepto la posibilidad de que tú no seas uno. Así me cuestiono aún más cómo has conseguido quebrarlos y hacerme olvidarme de ellos.


El rostro de los desconocidos dibuja el tuyo, el tintineo de las cucharitas me hace pensar cómo remueves tu café, las nubes son idénticas al misterio que he descubierto viendo tu sonrisa. Pienso las cosas que compartimos cuando no estás. Aquí y allá podemos contornear la constelación de Cygnus en el cielo —tiene forma de cruz, te enseñaré a encontrarla—; nos llega el invierno a la par: de diciembre a marzo y luego deshielo, escribimos deseando hacer respirable la espera antes del siguiente cruce de miradas.

Éxodo 20:15, no hurtarás. Desde que entraste a mi vida me robas el sueño y cada respiración. El observar la noche sin mirar la luna y preguntarme si también la ves. Pero no te preocupes. Aquí, en la deriva que se abre detrás de la puerta cada que vuelves, no existe pecado. No uno que yo no te perdonaría.


Corrijo: en el infinito tras la puerta cada que regresas, no existe pecado que no te suplicaría cometer.

Mientras sigo aquíWhere stories live. Discover now