3 AM

30 2 0
                                    

Un tono, dos, tres. ¿Qué estaba esperando? Si ya sé que nunca me respondes.


Es curioso, aunque la presión en el pecho amenaza con consumirme entero, siempre termino preguntándome lo mismo. ¿Por qué tiene que ser de esta manera? Dímelo, sé honesta, no te cuesta nada. Ya debería estar acostumbrado a que caigamos siempre de vuelta en el silencio, dicen que uno a todo se habitúa, menos al hambre. Mentiras. Puedo pasar días con hambre, con el estómago hundido... y aún así no soy capaz de soportar uno sin ti. Mi tamaño no significa nada, mi piel que siempre creí gruesa apenas resiste esas miradas que llega un punto en el que no dicen nada, las caricias tan distantes que se me congelan encima. Tienes una lengua de serpiente, no hay otra forma para que tus palabras refuljan así, tan maliciosas en su filo cuando te cansas o me canso, y lo mejor que podemos hacer es castigarnos usando en nuestra contra las confesiones que todo el tiempo prometemos no usar más para lastimarnos. Tenía el corazón abierto cuando te dije cuánto me dolías, ese fue mi error, nunca debí confiarte algo tan personal cuando sé bien cómo eres: eres igualita a mí.


Vamos, no querrás que lo eche bajo la alfombra y pretenda que no es así. Es claro que ni tú ni yo sabemos de amores, pero qué buenos somos en términos de hacer daño. Si tarascar gargantas es tu tarea favorita, destripar tiene que ser la mía.


Acepto, sin embargo, que esta vez es tu turno de enfermarme. Al final todo esto se trata de turnos, ¿no? No finjas que no llevas la cuenta, te conozco. Sé que recuerdas esa noche, ¿fue hace dos o tres meses? No lo sé, no importa. Era tarde, ya casi amanecía y estaba tan borracho, tan triste... hecho un lío. No sabía si me tenías más harto tú o yo mismo. Te confesé que odiaba cuando pasaba el día y no me llamabas o me respondías los mensajes. Qué extraño, qué pesar estar enamorado. Y lo peor es que lo sigo estando todavía. De otra forma, ni queriendo y esforzándote habrías conseguido la forma de llegar mi núcleo, de cortarme hasta el hueso. Eres buena en ello, pero por ti sola no sabes herir tan profundo.


Ese silencio, en específico la agonía que viene con la absoluta falta de comunicación, es muy rebuscada... sin mi ayuda, no lo habrías resuelto. Es por eso que sé que es a propósito, no hay forma en que no lo sea. Esa clase de coincidencias normalmente no son solo eso, y aún así pienso, sé, que aún en los confines más profundos de mi abatimiento podría perdonarte lo que sea, incluso tu crueldad, si tienes la benevolencia de volver.


Pero las cosas no funcionan así entre nosotros, nunca lo hicieron. La sanidad no es una de nuestras cualidades. Amamos el dolor, sentirlo y provocarlo, y si no te has dado cuenta, permíteme ser el primero que te lo diga. Incluso en los días en que somos reacios a admitirlo, es la pura verdad. En este punto qué más da si es vergonzosa, peores cosas tenemos en nuestro haber. Es por eso que decidí que iba a esperarte aquí, justo en medio de la penumbra de mi habitación, que por una razón u otra, es siempre tan fría. Me viene bien que solo el brillo del teléfono ilumine las sombras más acabadas de mi rostro. Así no se me notan tanto ni los ojos rojos ni las nuevas cicatrices en la superficie del alma, ¿podrías verlas si te acercaras a mí en este momento? No lo creo. Tú nunca ves, o finges que no al menos. Decidí que voy a esperarte hasta el amanecer, el mediodía, la noche y si me da el amanecer de nuevo, pues que dé, pero no voy a llamarte más. No volverás a tener un solo mensaje de mi parte.


No me importa si debo esperar en este silencio denso que me asfixia y me aplasta, pues quiero que sientas, aunque sea una sola vez, un poco de mi dolor. Y si me escribes, ten seguro que tampoco te voy a responder. Si te apareces en la puerta, ya no te voy a abrir. Es más, si vienes, voy a esconderme bajo la mesa o donde haga falta, con suerte no me ves. Con suerte piensas que me has roto el corazón, y ya sea por desespero o por chantaje, no encontré más solución que matarme a tu nombre. Y si es así, me quedaré para escucharte llorar al otro lado de la puerta para saber si acaso sientes un poco de culpa, si la idea de la sangre es capaz de calentarte un poquito esa alma fría.


Y cuando te revele que no es así, que no llevas mi muerte sobre los hombros, sé que me vas a perdonar. Pues esa es la única manera en la que yo me siento capaz de perdonarte a ti. Unas por otras, después de esta noche, es mi turno... que no se te olvide.


Pero entonces llega el mensaje: ¿Qué estás haciendo?


Y son otros brazos los que me prometen un buen rato, que me auguran la disolución de mi agonía. Esta noche te voy a conceder el perdón, reservaré el dramatismo de mis adioses y todos esos deseos de venganza. Mañana, cuando sepas lo que hice, tú vas a disculparme a mí.

Mientras sigo aquíWhere stories live. Discover now