XXXIV.

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Luna Paéz

Después de estar un buen rato tirada en la cama sin hacer absolutamente nada, decidí bajar a desayunar con Pablo, pero para mi sorpresa en la cocina no había nadie, bueno ni en la cocina ni en ningún sitio de la casa. Iba a llamarlo para saber dónde estaba pero al encender el móvil, vi que tenía un mensaje de el que decía que estaba en el taller y que llegaría para las diez y media, vamos que venía en media hora. Estaba decidiéndome para saber que desayunar, cuando de pronto se me encendió la bombilla. Era la segunda mañana que despertaba en esa casa y un día antes mientras desayunábamos me dijo que le encantaban los desayunos grandes y dulces, pero que normalmente no tenía tiempo y solo no tenía gracia hacerlos. Ese día era día de partido, no había entrenamiento, eso significaba que había tiempo para hacerlo y no estaba solo, también estaba yo, así que ya estaba acompañado, ya no tenía ni un problema para hacer su desayuno ideal, bueno si, los ingredientes. Me fui corriendo a la habitación para poder cambiarme y poder ir a la tienda más cercana antes de que él se plantara en casa. Por suerte Pablo tenía un patinete eléctrico en su garaje, no había cogido en mi vida un patinete de esos, pero eso o tardar una vida entra en llegar a la tienda. El cacharro iba a toda ostia, por el camino casi me caí tres veces, pero finalmente llegué sana y salva. Había visto mil veces la lista que decía que podían comer, tanto en mi casa, como en la de Pedro, así que elegí unas cuantas cosas dulces que recordaba, mire los ingredientes que necesitaba en internet y empecé a llenar el carro. Si te digo la verdad, no se como no me abrí la cabeza volviendo a casa con las bolsas, mientras conducía el puto patinete. Al llegar quedan cinco minutos para la hora aproximada de que había dicho que iba llegar del taller, entonces empecé a sacar todos los ingredientes y los puse encima de la encimera, para que nada más entrar lo viera. Después de estar un poco menos de diez minutos mirando libros nuevos para comprarme, hasta que Pablo apareció por la puerta.

- Lu ya es..- empezó a decir hasta que me vio en el sofá tirada- Joder que susto, pensaba que estabas en la habitación

- No quería asustarte- le respondí levantándome del sofá

- ¿Qué es todo eso?- me pregunto dejando las llaves encima de mueve que estaba junto a la puerta

- Ayer me dijiste que te gustaban los desayunos grandes y dulces, ¿no?- le dije yo con una sonrisa mientras me acercaba a él

- No te creo, ¿has ido a comprar todo eso mientras que estaba en el taller?- me pregunto sorprendido

- Casi me mato con tu maldito patinete- le dije y se empezó a reír como nunca lo había hecho

- Eso te pasa por no sacarte el carnet- me dijo despeinando el pelo

- ¿Quieres que te ayude a hacer el desayuno o me voy a sacarme el carnet?- le dije poniendo de brazos cruzados

- El carnet puede esperar- me dijo con una sonrisa y dándome un suave puñetazo en el brazo

- Ponte algo cómodo, que tengo hambre- le dije mientras empezaba a andar a la cocina, hasta que un brazo me agarró y note como alguien se colocaba detrás mío

- Me alegro que salga de ti misma lo de comer- me dijo al oído, yo sonreí y él me dio un beso en la cabeza y volvió a hablar- Dame dos minutos

Cuando volvió ya cambiado, empezamos a ver videos de Youtube, para saber cómo se hacían las cosas, ya que nos encantaba comer pero eso de cocinar no era lo nuestro. Estábamos disfrutando como dos niños pequeños, aunque lo que no nos iba a divertir tanto iba a ser el desastre que estábamos montando, el suelo y nosotros mismos teníamos más ingredientes que los propios postres. Tras la primera guerra mundial dulce, decidimos que uno limpiara mientras el otro acababa de cocinar y gracias a dios no salió la cara de la moneda que había elegido, ya que si no hubiera tenido que limpiar yo. Después de una bayeta, una buena escoba y una buena fregona, toda la cocina quedó reluciente para que pudiéramos comer nuestras creaciones. Mentiríamos si dijéramos que confiábamos en nuestros dotes culinarios, estábamos bastante seguros de que iban a saber fatal. A pesar de nuestra desconfianza, tuvimos la decencia de probarlo y a decir verdad, estaban buenos, no era un manjar pero podía comérmelo algunas veces por semana, sin rechistar.

Mis fotografías favoritas [Pedri González]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora