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El olor a sangre... proviene de su boca.

¿Qué hace? ¿Se la bebe?

Lo imagino tomando sorbitos ensangrentados de una de las tazas de mi madre, mojando una de las galletas de Peeta en el líquido y sacándola manchada de rojo. Una imagen que de seguro veré en mis pesadillas esta noche.

Una vez me veo sola, el mundo entero comienza a dar vueltas a mi alrededor. Me inclino hacia adelante y me aferro al escritorio con una mano, pues de no hacerlo terminaré en el suelo, mientras sostengo la preciosa galleta de Peeta con la otra, haciéndola añicos dentro del puño.

Mis seres queridos corren riesgo gracias a mi testarudez y mi descaro. ¿Cómo se me pudo ocurrir tal estupidez? ¿Por qué no simplemente me comí las bayas antes de que Peeta pudiera detenerme? ¿Quién más pagará por mis acciones? Ahora, la única opción que me queda para enmendar mis errores es calmar a la gente en los distritos. Pero ¿cómo? Si ni siquiera sé por qué saqué las bayas en primer lugar. ¿Amor? ¿Rebelión? Estoy segura de que amo a Peeta ahora, pero en la arena no era así ¿o sí?

No puedo hacerlo. No tengo el talento. Peeta es quién cae bien sin importar a dónde vaya, quien puede convencer a las masas de lo que se le antoje. Yo no puedo mentir, no sobre esto. No puedo mirar a todas esas personas a la cara y decirles que soy la hija pródiga del Capitolio. No puedo agradecer a quienes asesinaron a Rue, a Thresh, a la Comadreja; quienes hicieron que Peeta perdiera su pierna, que Haymitch no tenga más remedio que recurrir al alcohol para no volverse loco. ¿Cómo voy a hacerle creer a todo Panem que soy parte de su retorcido círculo? ¿Decir que es un honor haber asesinado al chico del Distrito 1? No puedo hacerlo, pero ¿cuál es la alternativa? ¿Perder a Peeta? ¿A Prim?

Oigo los pasos rápidos y ligeros de mi madre en el pasillo. Sé que si le cuento lo que sucedió, entrará en pánico, así que me limpio los trozos de galleta de la mano para luego tomar la bandeja y levantarme de la silla, tratando de parecer normal.

—¿Está todo bien, Katniss? —pregunta una vez entra.

—Todo bien. Nunca lo muestran, pero el presidente siempre visita a los vencedores antes de la gira, para desearles suerte. Visitó a Peeta primero, luego a mí —respondo, sonando emocionada, aunque pensar en Peeta estando solo en su casa con el presidente Snow y su escolta lanza otro escalofrío por mi espalda.

Mi madre suspira aliviada.

—Pensé que había algún problema —dice.

—Para nada. El problema empezará cuando llegue mi equipo y vea cómo tengo las cejas.

—¿Quieres que te prepare el baño? —me pregunta.

—Por favor —suplico.

He estado trabajando en reparar la relación con mi madre desde que volví de los juegos. Fue difícil al principio, pero de a poco le cedí nuevamente las riendas de la familia. Es ella quién administra mi fortuna, y también ha vuelto a ser la figura de autoridad en casa. Aunque me tomó años entenderlo, sé ahora que mi rabia hacia ella no repara el daño hecho en el pasado, sino que arruina el presente.

Cuando me indica que ha terminado, subo al baño, donde me espera una bañera humeante. Ha añadido una bolsita de flores secas que perfuman el aire, que solo me recuerdan al asqueroso olor a rosas que emana el presidente Snow. Me desvisto, perdida en mis pensamientos, y me sumerjo en el agua sedosa.

Una vez adentro, protegida por la calidez del agua, permito que mis pensamientos corran libres.

¿A quién le cuento sobre la visita del presidente Snow? ¿Debería siquiera contarlo, o simplemente guardármelo? Ni a mi madre, ni a Prim, eso está claro. Mucho menos a Peeta, pues es él a quien ha amenazado directamente. De cualquier forma, él sabe que debemos continuar comportándonos como los amantes trágicos, y no se le hará difícil seguirme el juego.

Una historia diferente | En llamasWhere stories live. Discover now