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Ninguno de los dos debe decir nada, pues Peeta y yo sabemos exactamente adónde ir. Nos apresuramos al último vagón, desde donde vemos cómo el bosque se traga nuestro hogar. A diferencia de los últimos juegos, sé que esta es la última vez que veré estos árboles. Mi único objetivo este año es que Peeta vuelva a casa, y eso significa que yo no lo haré.

Pienso en mi familia y en que pasé toda la noche perfeccionando lo que le diría a cada uno para dejarlos a salvo, pero el Capitolio me arrebató la oportunidad, como tantas otras.

—No te preocupes —me dice Peeta—, escribiremos cartas. Tal vez sea mejor así, para que tengan algo a lo que aferrarse si... —prefiere no continuar.

Asiento, sabiendo que nunca las escribiremos. Las palabras, por más verdaderas que sean, no son iguales escritas en un papel que dichas con la voz propia, acompañadas de una caricia o un apretón en la mano. Las cartas serán imposibles de leer para mi familia si llegan acompañadas de una caja de madera con mi cadáver dentro.

En el comedor, solo Effie se atreve a hablar, e incluso ella, siempre tan colorida y alegre, es acompañada por una nube gris sobre su cabeza. Hace comentarios ocasionales para alivianar el ambiente, pero nunca logra su cometido. Además de su voz, los únicos otros sonidos que nos acompañan son el de los cubiertos chocándose con los platos y el de los pies de los ayudantes sobre la alfombra cuando vienen a traer el siguiente tiempo. Parezco ser la única con apetito, pues me devoro la sopa de vegetales en un segundo, y el pastel de pescado, acompañado de la rara ave rellena de salsa de naranja y arroz salvaje, no me presenta mayor problema tampoco.

Cuando traen las natillas de chocolate, Peeta decide seguirle la corriente a Effie.

—Me gusta tu cabello nuevo —le dice.

—Gracias —responde mientras se acomoda la peluca—. La pedí para que combinase con el broche de Katniss —Entonces hace una pausa, considerando si debería continuar. Se aclara la garganta elegantemente—. Estuve pensando... —intenta decir.

—No me digas —la interrumpe Haymitch, llevándose la cuchara llena de natilla a la boca.

—Estaba pensando —continúa Effie, sin prestarle atención a Haymitch— en conseguirte una pulsera del mismo tono para el tobillo, y a lo mejor un brazalete para Haymitch. Ya saben, para mostrar que somos un equipo.

Me pregunto si Effie sabe que, a diferencia del Capitolio, mi sinsajo es un símbolo de revolución en los distritos. Lo descarto un segundo después, porque de ser así no se atrevería a proponer algo como esto.

—Es una idea grandiosa —le dice Peeta—. ¿Qué dices, Haymitch?

—Cómo quieran —responde. Nuestro mentor está evadiendo la bebida, aunque todos notamos que no quiere estar haciendo nada más en este momento. Al ver que se esforzaba, Effie pidió que se llevaran su copa de vino, pero eso no bastó para borrar la expresión en el rostro de Haymitch. Sé que se mantiene sobrio por Peeta, gracias a la promesa que me hizo, y se lo agradezco enormemente.

Al notar la tensión en el ambiente, y considerando que estamos por terminar con el postre, Effie propone ver los resúmenes de las cosechas. Peeta acepta de inmediato, y por ende, Haymitch y yo también. Nos vamos todos al compartimiento de televisión luego de que Peeta vuelve con su cuaderno de apuntes.

Gracias a las noches que pasamos viendo las grabaciones de los juegos anteriores y a nuestros años como espectadores, somos capaces de reconocer a la mayoría de los cincuenta y nueve vencedores que aún están con vida, aunque algunos están tan viejos o destrozados que no logramos identificarlos al principio. Como era de esperarse, en los distritos 1, 2 y 4 tienen más vencedores; sin embargo, todos han logrado proveer dos tributos.

Una historia diferente | En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora