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El humo del té caliente llegando a mi rostro me devuelve a la realidad. Peeta lo ha puesto frente a mí, junto al hombro de Gale. Tomo la taza con cuidado de no usar las palmas de las manos y la abrazo a mi pecho con ayuda de las muñecas.

Peeta se sienta a mi lado en el pequeño taburete que Prim usa para alcanzar los estantes más altos y yo vuelvo la mirada hacia Gale, su espalda parece mucho mejor y aún está profundo gracias a los opioides.

—De verdad creí que lo que sucedió en el lago sería la última vez que hablásemos. Creí que iba a morir —digo, abrazando la taza con más fuerza.

Gracias a lo pequeño de su asiento, Peeta me mira desde abajo.

—Gale va a estar bien, y, Katniss —me toma de la mano—, igual nosotros. No tenemos que irnos. No podemos irnos cuando Gale está herido, venga o no. Sé que nunca podrías dejarlo así, y, honestamente, yo tampoco. Ya pensaremos en algo.

—Peeta, el presidente... —comienzo.

—No —me interrumpe—. Esta noche, lo único en lo que tienes que preocuparte es tu amigo. Nos vamos a quedar aquí y lo vamos a cuidar. Pensaremos en algo, te lo prometo, pero ahora no puedes tomar decisiones racionales, y no deberías tener que hacerlo.

Tal vez tenga razón. El presidente no vendrá por él esta noche, y mañana, cuando Gale esté mejor, podemos hablar con Haymitch e idear un plan.

Le doy por fin un sorbo al té y asiento.

Intento convencerlo un par de veces de que se vaya a casa a descansar, pero me es imposible lograrlo, así que termino rindiéndome al igual que mi madre. Pasamos el rato con los ojos pegados a las heridas de Gale y luego de unas horas, cuando el cansancio lo vence, Peeta recuesta su cabeza en mi brazo y se queda dormido sin darse cuenta. Aprovechando que me encuentro más alta que él, pongo su cabeza sobre mi regazo y dejo que descanse. Durante el resto de la noche lo único que hago es suprimir mis pensamientos y enredar mis dedos en su cabello rubio mientras vigilo a Gale, pendiente siempre de que esté respirando. En la mañana, antes de que el perezoso sol de invierno comience a salir, Prim me sacude el hombro y nos envía a Peeta y a mí a la cama.

—Pueden dormir juntos un rato, pero háganlo en la habitación de invitados, por si acaso. Yo iré a avisarles cuando mamá despierte y cuidaré de Gale hasta entonces—nos dice.

Le hacemos caso sin objeción.

El incómodo momento de sueño no ayudó en nada con el cansancio, así que una vez bajo las sábanas, envuelta en los fuertes brazos de Peeta, me quedo dormida sin problema. Las pesadillas no tardan en llegar. Sueño con Clove, la chica del Distrito 2, cortándome la cara con un cuchillo, luego convirtiéndose en el muto de sí misma, como en las pinturas de Peeta. Me lame la sangre que sale de la herida, saboreándola, y está a punto de dar el primer mordisco cuando un golpe lejano la hace desaparecer.

El dolor en la mejilla empeora y no entiendo muy bien dónde estoy.

—Clove. ¿Dónde está Clove? —Es lo único que logro decir.

En la distancia escucho a Peeta llamar mi nombre. Su voz se acerca de a poco, hasta que salgo por completo del letargo de la pesadilla, agitada, estremecida y sudorosa.

—Fue un sueño, no es real —me dice mientras me estrecha en sus brazos.

Yo le toco la cara, como siempre suelo hacer, y una vez me convenzo de que es real y estoy a salvo, doy un suspiro enorme y relajo los músculos. Pasa un minuto antes de que entienda que el golpe que alejó a Clove en mi sueño fue Prim tocando la puerta, avisándonos que mi madre ha despertado.

—Debo ir a mi habitación —le digo—. Mi madre nos matará si sabe que estás aquí conmigo.

—Iré a casa a ducharme y traeré pan de la panadería —responde.

Una historia diferente | En llamasWhere stories live. Discover now