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Cuando se asoman por la puerta, tratando fallidamente de fingir las sonrisas, Flavius, Venia y Octavia me saludan sin su usual voz chillona. Yo les sonrío de vuelta, y entonces los tres rompen en llanto y corren a abrazarme. Verlos tan destrozados me conmueve, y termino derramando algunas lágrimas propias, lo que, por supuesto, los hace llorar con más intensidad. Pero cuando comienzan a trabajar y los sollozos no cesan, me doy cuenta de que, para mi mala suerte, el llanto no se detendrá por el resto de la sesión y debo ser yo, la que va hacia una muerte segura, quien se encargue de consolarlos. La ternura se convierte en molestia, y me pregunto si están dolidos por mi muerte, o por lo que esta significa para ellos: perder el estatus que ser mi equipo de preparación les otorgaba.

Las lágrimas que corren por sus mejillas coloridas me recuerdan a mi familia y a las que deben estar derramando en casa, causando que mi estado de ánimo empeore aún más. Pero la diferencia reside en que Flavius, Venia y Octavia, al igual que el ayudante del tren que nos sirvió la leche anoche, se olvidarán del dolor cuando suene el gong y los juegos empiecen.

Ver a Cinna aparecer es un alivio inmenso, pues los tres coloridos personajes nos dejan solos y puedo por fin librarme de su agotadora pesadumbre. Sé que si alguien me muestra una pizca más de lástima me volveré loca, así que en cuanto estamos solos, le suelto:

—Una sola lágrima y te asesino.

Él me sonríe, la misma sonrisa de siempre.

—¿Quedaste muy mojada? —me pregunta, divertido.

—Empapada —respondo.

Cinna me echa un brazo sobre los hombros, me da una palmadita rápida y nos conduce a ambos hacia el comedor.

—No te preocupes, mis emociones siempre van a mi trabajo, así solo me hago daño a mí mismo.

—No creo poder soportar un momento como ese nuevamente.

—Lo sé, yo me encargo.

Nadie más aparece. Haymitch y Effie han desaparecido y Portia se ha llevado a Peeta, así que Cinna y yo comemos solos. Hablamos sobre lo mismo de siempre, hacemos los mismos chistes y contamos las mismas historias, y me siento como yo misma otra vez. La comida está deliciosa. Faisán, gelatinas de mil colores, verduras diminutas nadando en mantequilla y puré de patatas con perejil. Para el postre, los ayudantes traen una fuente de chocolate, en la cual bañamos trozos de fruta picados en forma de patos. Cinna debe pedir una recarga, porque está tan delicioso que me como el líquido a cucharadas.

—Bueno —pregunto, llevándome otra cucharada de chocolate a la boca—, ¿qué vamos a usar este año en la ceremonia de apertura? ¿Cascos de minero? ¿Fuego?

Cinna toma una servilleta y me limpia la mejilla antes de responder.

—Algo así.

Mi equipo vuelve nuevamente para vestirme, pero Cinna se encarga de decirles que su trabajo fue tan maravilloso que no necesita más de ellos por hoy. Ellos se van y Cinna y yo nos vamos a mi habitación para arreglarme. Me peina igual que lo hace mi madre y después me maquilla. Esta vez, en lugar de usar poco maquillaje, usa una cantidad exorbitante de colores oscuros y trazos teatrales. El mono negro que me presenta me parece sencillo al principio, pero sé que cuestionar sus habilidades sería una estupidez, así que mientras me pone la corona, que es idéntica a la que recibí el año pasado, pero de un color negro, me pregunto qué giro le habrá dado a mi traje. La respuesta llega cuando atenúa la luz de la habitación y oprime un botón bajo la tela de mi muñeca, pues la prenda cobra vida al igual que lo hace un carbón cuando comienza a arder. Cinna me ha convertido en una brasa reluciente.

—¿Cómo lo lograste? —pregunto, impresionada.

—Portia y yo hemos pasado horas y horas estudiando el fuego estos últimos meses —responde con una sonrisa orgullosa—. Ven a verte.

Una historia diferente | En llamasWhere stories live. Discover now