22

418 33 3
                                    

Mi garganta lanza un alarido cuando en mi piel siento el dolor de mil agujas a la vez.

Puedo ver que Peeta se levanta de un respingo, buscándome con la mirada.

—¡Corre! —le grito, luego veo que Finnick se levanta para mirarme—. ¡Corran! ¡Tienen que correr!

Finnick mira a todos lados, preparando su tridente para usarlo contra otro tributo. Cuando nota la niebla que me persigue, levanta a Mags con un brazo y se la echa a la espalda, aún dormida. Peeta corre hasta mí, aunque veo que lo hace por instinto, porque no entiende lo que pasa.

—¡No, Peeta! —lo regaño—. ¡Corre! —le digo mientras Finnick se pierde entre la jungla. Al ver que no se mueve, tomo su mano con fuerza y lo arrastro tras de mí.

—¿Qué sucede? ¿Qué sucede? —pregunta, confundido.

—Niebla. Niebla venenosa. ¡Apúrate, ahora no es momento de detenerse a pensar! —Tiro de su brazo para tenerlo un poco más cerca. Aunque se haya dedicado a negarlo completamente, comienzo a notar las secuelas de su accidente. Su prótesis lo hace más lento, por supuesto, pero ahora debo arrastrarlo conmigo para ayudarlo a seguirme el ritmo; y la maleza, que a mí solo me presenta un leve inconveniente, hace que tropiece cada tres pasos.

El corazón me late rápido. Quisiera poder llevarlo a cuestas como Finnick hace con Mags, arrastrarlo hasta la copa de un árbol para asegurarme de que esté a salvo, pero no me queda más que seguir tirando de su mano. La niebla, implacable, nos rodea de a poco, y me pregunto si ha llegado la hora de dar mi vida a cambio de la suya. No puedo abandonarlo ahora, cuando está tan débil, pues es seguro que no ganaría los juegos por su cuenta. Me llega la vaga idea de que lo que quieren los Vigilantes es que salga huyendo y lo deje por su cuenta, lo que me causa tanta rabia que debo morderme el interior de la mejilla para no ponerme a gritarle a la boira que nos asecha.

Sin detenerme, le doy un apretón a su mano y digo:

—No te preocupes por la niebla, déjame eso a mí. Mira hacia abajo, pisa por donde lo hago yo.

Logramos ganar un poco de ventaja, pero no la suficiente. La niebla eyecta pequeñas gotas que aterrizan en nuestra piel y nos hacen ver estrellas. Arden, pero no como nada que haya sentido antes. Nuestros monos no ayudan mucho con la situación.

Adelante, Finnick por fin se da cuenta de nuestro predicamento y se detiene. Decide que lo único que puede hacer para ayudarnos es darnos ánimos, y veo que sus gritos despiertan finalmente a Mags.

Peeta se detiene, y cuando volteo veo que su prótesis se ha quedado atrapada entre varias enredaderas y él la sacude para liberarla. Entonces se cae, tan rápido que no me da tiempo de atraparlo. Me hinco a su lado, ignorando que la niebla está a punto de alcanzarme, y lo ayudo a levantarse. Suelto un grito ahogado cuando me doy cuenta de que el ardor no es el único efecto de la niebla: el lado izquierdo de su rostro parece haberse derretido, como si estuviera hecho de cera.

—Peeta... —intento decir, pero mi brazo derecho es alcanzado por la niebla y me impide continuar.

Con fuerza sobrenatural hago que Peeta se levante. Aun sin poder controlar los espasmos en ambos brazos, me niego a soltar su mano, y lo arrastro para que continúe. Peeta se tropieza de nuevo, y veo que sus piernas tiemblan descontroladamente también.

Pierdo su agarre cuando sale disparado hacia el bosque, como si hubiera desarrollado velocidad inhumana. Levanto la mirada y noto que Finnick ha vuelto por nosotros y es ahora quien tira de Peeta. Corro para alcanzarlos, meto el hombro bajo el brazo de Peeta, cargando una parte de su peso, e intento seguirle el paso a Finnick. Ya hemos avanzado al menos diez metros cuando nuestro aliado se detiene y me mira.

Una historia diferente | En llamasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant