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No tardo mucho en imaginar las manecillas moviéndose sobre el agua, el sonido de su movimiento retumbando por todo el domo. Cuando alcanzan una nueva sección, un horror nuevo comienza y otro termina. Rayos, sangre, niebla y monos son las primeras cuatro horas, además de la ola de las diez. No sabemos qué más nos espera en las secciones en las que no hemos estado.

Mis oídos vuelven a percatarse de la pesada borrasca roja, y me doy cuenta de que estamos en la playa del sector de los monos, justo junto al de la niebla. El miedo se apodera de mí cuando comienzo a preguntarme si los ataques de los Vigilantes se quedan en su sección, y me doy cuenta de que no hay razón por qué lo hagan.

—Arriba —llamo en voz baja, acercándome a Peeta y poniendo una mano sobre su brazo para que despierte. Cuando veo el azul de sus pupilas, repito el llamado, esta vez en un grito—: Todos arriba, tenemos que irnos —. Como aún hay tiempo, puedo explicarles con calma el descubrimiento de Wiress y lo que quedarnos aquí implica para nosotros.

Ninguno de mis compañeros presenta objeción, aunque Johanna parece aceptar solamente porque nadie se niega a venir.

Nos ponemos manos a la obra en seguida. Algunos se encargan de recoger nuestras cosas y otros de ayudar a Beetee a vestirse. Yo me ocupo de despertar a Wiress, que apenas siente mi mano en su cabello, se sienta de un salto y grita:

—¡Tic, tac!

—Sí, Wiress. Tic, tac, es un reloj. La arena es un reloj. Tenías razón.

Me regala una sonrisa de alivio, a lo mejor satisfecha al por fin ser entendida, y me toma de la mano.

—Medianoche.

—Comienza a medianoche —corroboro.

Un recuerdo borroso se abre paso en mi cerebro. Llega primero como la noción de un reloj, no de pared ni de pulsera, sino siendo sostenido en la palma de una mano. Luego viene la voz que dice "Comienza a medianoche", pero no es mía, sino de Plutarch Heavensbee. Veo a mi sinsajo en su reloj por un breve segundo, pero dudo de mi instinto, pues ¿por qué me daría Plutarch una pista sobre la arena? Tal vez quería ayudarme en mi tarea como mentora, o a lo mejor tenía conocimiento previo de las reglas de este Vasallaje.

Ahora que ha logrado que alguien la comprenda, Wiress parece más en sí. Para llamar mi atención, posa su mano sobre mi brazo y señala la sección de la lluvia de sangre con la cabeza.

—Una y media —dice.

Asiento con una sonrisa y le acaricio el pelo como lo hago con Prim.

—Así es. Y ahí — Señalo la jungla en la que estuvimos anoche —, a las dos en punto, aparece una niebla venenosa que te quema la piel —Le muestro las costras en la pierna—, así que tenemos que irnos para estar a salvo —Sin chistar, Wiress se levanta y me sonríe desde arriba—. ¿Tienes sed? —le pregunto mientras me levanto. Cuando asiente, le doy el cuenco que tejió Mags, lleno de agua, y ella se rehúsa a despegarse de él hasta que Finnick se nos acerca y le da el último trocito de pan. Entonces me pasa el cuenco de un empujón, refrescando mi piel cuando una parte de su contenido me cae encima, y comienza a roer el horneado.

Con Wiress tras de mí como un patito tras su madre, reúno mis armas y me cercioro de que estén intactas, y meto la espita y el tubito de medicina en el paracaídas, el cual me amarro al cinturón. Cuando estoy lista, voy con Peeta, que intenta levantar a Beetee. El hombre aún está medio inconsciente, pero se rehúsa a que Peeta lo ayude.

—¿Dónde? —pregunta, mirando a todas partes.

Peeta, cuya prioridad soy yo, su compañera de distrito, cree que Beetee pregunta por Wiress.

Una historia diferente | En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora