Capítulo 10

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Maddie

Oliver había cumplido veintiocho años hace poco y la había pasado muy bien. Le había dado su regalo y él se lo había puesto el día siguiente para mí, me encantó cómo le quedó.

Perfecto.

Se amoldó a su cuerpo y me dieron muchas ganas de comérmelo en ese instante, pero me abstuve. Disfrutamos unos días más hasta ayer que le toco un vuelo desde aquí, New York a Madrid, hace poco me envió un mensaje notificándome que ya habían aterrizado.

Pues el viaje fue cansado, pero ya estaba bien. Seguimos hablando de mis diseños mientras él se hospedaba en un hotel. Y por la diferencia de horario, me despedí de él para acostarme, siempre estaba en su casa.

Que ahora parecía mi casa también, porque se sentía como una, tenía todas mis cosas aquí y de cierta manera se sentía muy bien estar en un lugar donde podía hacer lo que me gustaba con el apoyo de la gente que en verdad me estimaba.

Entonces mientras dormía tuve un sueño. Ese mismo sueño que se repetía una y otra vez de la sangre de mi alrededor de una niña de ocho años tirada en un círculo de sangre y a su lado también está la Maddie adulta con sus sueños destruidos y su muñeca rota.

Me siento en la cama y enciendo la lámpara viendo mi alrededor, solo es la habitación de Oliver y no hay sangre. Solo estoy yo.

Respiro profundamente mientras me levanto por un vaso de agua, cuando miro el reloj de la sala me doy cuenta que ya son las seis de la mañana, cuando termino voy hacia el cuarto cuando el timbre suena.

Me detengo pensando que es mi padre de nuevo, pero después de lo que Oliver le dijo, no se atreve a volver. Porque no tiene suficiente voluntad para pedirme perdón por todo el daño que me ha hecho. Y también la familia de Oliver sabe que no está en casa.

Me asomo por la ventana y veo a Daisy y a Emma con bolsas en la mano, me acerco rápidamente a la puerta y la abro.

—¡Chicas! —gritó y las tres nos abrazamos.

—¡Venimos por el día de chicas! —dice Emma y las invitó a pasar, les digo que se pongan cómodas, solo iré a bañarme.

Cuando salgo del baño, las chicas están haciendo el desayuno, me siento con ellas a comer. Daisy nos cuenta el placer que tiene de que le haya ofrecido una invitación para un acuario natural en algunos países del pacifico.

—Eso es excelente, hace tiempo has querido visitar uno. Ya tienes tu gran oportunidad —digo mientras comemos juntas.

—Sí, pronto vendrán más proyectos a futuro —dice Emma.

—¿Y tú Emma? —pregunta Daisy mientras sirve jugo de manzana.

—Pues la abuela Mary, ya está muy bien. Pero no quiere volver aquí pronto. Entonces ella en Honduras está muy bien cuidada.

—La extrañaré —susurro—. Su comida es deliciosa.

Daisy me mira, indignada.

—¿Estás diciéndome que mi comida no sabe bien, Maddison Alana Maxwell? —dice fingiendo que se limpia las lágrimas.

—Nop, por supuesto que tu comida es lo más exquisito que he probado en mi vida.

Todas reímos y Emma se aclara la garganta.

—Quiero contarles algo que me tiene decidiendo, pero siento que es una buena decisión.

—Cuéntanos —digo mientras recojo y lavo los platos.

Emma se aclara la garganta y se amarra los rizos.

—Tengo una beca por tres años en un jardín botánico en Singapur.

Unidos por un Error Where stories live. Discover now