⋆ 5 ⋆

5.6K 1K 50
                                    


Ordenaron después de que les hablaran de los platillos que ahí cocinaban y eran su especialidad. Un tanto rebuscados, para las tendencias de Samantha, así que se conformó con buen trozo de carne acompañado con alguna guarnición elaborada.

Kilyan pidió algo similar, escrutándola sin remedio. No solía poner atención a lo que sus acompañantes pedían de cenar, pero al cuidado de la línea siempre estaban y solían pedir cosas ligeras, o platillos exóticos, en cambio esa joven fue claro como dio con lo más consistente de la carta.

Le agradó sin remedio. Por lo menos la pantomima no sería tan aburrida, después de todo.

Comieron sin hablar mucho, cosas superfluas como el clima, las nevadas recientes. Cosas serias, pero sonrieron al concordar en alguno que otro comentario o criterio, superficial, eso sí.

Ella ingirió sus alimentos con apetito, sin buscar ocultarlo. Él lo notó, satisfecho. Odiaba comer con ganas y por lo mismo, parecer un cavernícola ante una flor delicada que a la mitad del platillo decidía que era suficiente. Así que se decía que la salud de aquellas damas no era su problema, aunque debía aceptar que a veces disfrutaba pidiendo algún postre solo para fastidiar y notar que su acompañante evitaba ver cómo lo saboreaba.

Al terminar, ella fue quien retomó la plática. Ya bastante había hecho fingiendo mientras comía ese trozo jugoso, que le daba lo mismo, porque no, no le daba y quería saber qué traía entre manos ese hombre que despertaba tanto con tan poco.

—¿Bien? Estoy lista para escuchar lo que tengas que decir. ¿Te parece? —propuso serena.

Kilyan sonrió asintiendo, perdió su atención de forma sugerente por su rostro, despacio, como si memorizara cada una de sus facciones. Eso erizó su piel, pero se obligó a no retirar la mirada. Lo cierto era que no estaba habituada a que su cuerpo despertara de aquella manera, a que su vientre se sintiera expectante, o su piel erizada.

—Es sencillo, Samantha. Intentaré tener tacto.

—Por mí no te preocupes, sé escuchar, también captar rápidamente —reviró imperturbable, o lo más que podía.

—Me parece bien. Entonces lo diré sin tapujos —suspiró, le dio un sorbo a su copa, la dejó con parsimonia y la miró tan fijamente que sintió como si una ola la hubiese embestido sin darle tiempo de siquiera respirar. Aun así, aguardó—. Como te digo, Londo me debe mucho dinero, si no veo los resultados prometidos en el plazo que acordamos lo demandaré por fraude —soltó como si fuese cualquier cosa, dejándola helada a pesar de que lo había escuchado.

Se obligó a no apartar las manos y esconderlas por debajo de la mesa para tomar los pliegues de su vestido hasta dejarlos inservibles. En cambio, asintió.

—¿Estás seguro de que eso ha hecho mi padre? —preguntó cauta.

—Todo lo indica, pero solo hay una manera de averiguarlo. Ahí entras tú, Samantha. Te casas conmigo, yo puedo acceder a la empresa e investigo antes de acusarlo. Londo, al ser yo tu esposo y sabiendo que me debe tanto, permitirá que me adentre y lo averigüe con mis propios medios. No lo denuncio, me cede sus acciones de una vez y no perdemos un negocio millonario para ambos.

Cada palabra la taladraba, la medio enloquecía. Pestañeó ya sin remedio.

—¿Quieres que nos casemos para recuperar tu dinero y, a cambio, no meter a mi padre preso? ¿Es así? —quiso estar segura, asombrada, a decir verdad.

Jamás se esperó eso. Quizá era una broma, ¿no? Una de mal gusto, pero una broma al fin, rogó para sí, tensa como la cuerda de un violín.

Kilyan comprendió que dicho así se escuchaba, burdo, pero real. No obstante, aceptó meneado su copa, con frescura, sin avergonzarse en lo absoluto.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora