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Al día siguiente Sam se topó con su padre cuando bajaba. Era raro que se encontrara despierto tan temprano, estaba aún en pijama, con su bata y su café en la mano.

—¿Cómo está mi huracán? —le preguntó yendo hacia ella. Sam terminó con la distancia y besó su mejilla, rodeándolo con los brazos. Londo posó su boca sobre su cabello.

—Bien, pa, ¿cómo te sientes?

—Todo en orden, cielo.

Entonces ella se separó.

—¿Es descafeinado? —quiso saber olisqueando su taza. Su padre entornó los ojos.

—Eres una chismosa. No olvides que soy tu padre, sé lo que hago —le hizo ver, alejando su bebida de ella.

Samantha entornó los ojos, mirándolo con reproche.

—No debes. Primero el chocolate, ahora esto —le recriminó con las manos en la cadera. El hombre colocó el dedo índice sobre sus labios, abriendo de más los ojos pidiéndole con ello silencio, luego rodeó sus hombros y la guio a la puerta.

—Tu madre, hija —le recordó con tono de complicidad— . Además, ¿a dónde vas tan temprano, vestida así, cariño? —la cuestionó cambiando los papeles. Samantha bajó la mirada para verse—. Y llevas una muda, por lo que veo. Eso es interesante —murmuró con suficiencia señalando su mochila.

Estaba enterado de qué hacía cada mañana. Era su hija y cuando uno de los seis lo preocupaba, simplemente pedía que los siguieran, revisaran que todo estuviera en orden y dejaba el tema. Samantha boxeaba desde hacía un par de años, cosa que le agradaba sin remedio pero ella, seguramente debido a Madelene, buscaba ocultarlo y él no podía decirle que lo sabía, así que tocaba esperara a que se sincerara.

—Iré a correr —le mintió—. Pero tú, irás a dejar ese café y lo cambiarás por uno si cafeína, ¿de acuerdo?

—Tú eres la hija aquí —le recordó indignado.

—Londo Streoss, si no haces lo que te digo le diré a mamá lo que sé y, además, no te traeré otra barra, te doy mi palabra.

—Eso es chantaje, jovencita. No te he enseñado esas cosas.

—No, esas las aprendí sola —replicó evocando aquellos ojos grises fijos en ella la noche anterior. Enseguida sintió como ese calor se albergaba en sus mejillas. Durmió bien, pero el muy cabrón se metió en sus sueños y bueno, le arrancó uno que otro jadeo, quizá... O varios.

—Por cierto, ¿cómo va todo con Kylian? —la cuestionó bebiendo de su taza. Ni de coña lo cambiaría por uno sin cafeína, se dijo disfrutando del aroma y sabor de su café bien cargado. Samantha pestañeó un tanto perdida, entonces supo que había olvidado el jodido tema del café, gracias al cielo.

—Bien, va bien.

—¿Ayer salieron de nuevo?

—Sí.

—¿Te gusta? —preguntó sin rodeos. Samantha sintió el pulso tras su oreja, porque decirle que sí debía ser una mentira, pero no lo sería porque sí le gustaba y eso era una jodida mierda porque no debía.

—Papá...

—Bueno, eres mi hija, la menor. Ese hombre luce mayor, y es mayor, tengo derecho a saber.

—Si no me gustara no saldría con él. Sí, me gusta, ¿ya?

Londo sonrió ante su expresión; sus ojos chispeaban, sus mejillas estaban enrojecidas.

—Van un poco rápido, ¿no crees? —expuso estudiándola.

—¿Rápido?

—Sí, terminaste al otro chico por ello apenas hace unos días y que quede claro que no lo defiendo, Dios sabe que no, pobre muchacho, es imperioso que obtenga algo de carácter. Pero Kylian y tú pasan mucho tiempo juntos y apenas se conocen.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Where stories live. Discover now