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—No te atreverías a hacer eso. Dudo que seas tan insensible.

—Soy insensible y, como dijiste, no nos conocemos, no me desafíes.

—No tiene sentido. Podrías tener a la mujer que desees. Te aseguro que mis hermanos pueden...

—Silencio —exigió serpenteando las calles de la ciudad.

—Escucha, no sé qué esperas con esto, pero yo no soy la indicada, te lo aseguro. Además, date cuenta, es ridículo. ¿Quién se casa por esas razones?

—Más personas de las que imaginas. Y sé que lo sabes. Así que no finjas que este tipo de tratos no ocurren: alianzas, estrategias, linaje, apellidos. Es lo de siempre en esta sociedad en la que crecimos —escupió con desdén, con cierto asco impreso en su tono.

—Pero no debemos hacer lo mismo.

De pronto el auto se detuvo al lado de un parque en el que al fondo se distinguía una enorme fuente encendida.

Era una estúpida, se repitió. Ni siquiera sabía a donde la llevaba. Se tragó la angustia, las ganas de llorar porque no era de las que hacía eso, en cambio lo miró atenta, expectante.

Kilyan, con una calma que la congelaba, volteó.

—Yo no tengo por qué discutir mis razones contigo. No busco un matrimonio basado en amor, si no en respeto y conveniencia, donde las dos partes ganen.

—¿Ganen? Aquí nadie gana —gruñó un tanto histérica. Ese hombre era un maldito necio.

—Te equivocas, yo gano porque obtengo lo que necesito, tú ganas porque salvas a tu familia. Nuestros apellidos se fusionan, eso hará feliz a tu madre te lo garantizo. Es como debe ser.

—No soy un objeto canjeable —replicó

incrédula. No podía estarle pasando todo eso, simplemente no. Se repetía envuelta en la angustia. Necesitaba convencerlo de lo contrario.

Kilyan sonrió con cinismo perdiendo la mirada en el exterior.

—No vuelvas a dejarme en ridículo como hace un rato, Samantha —amenazó sin verla, pero con clara advertencia, una que recorrió su piel—. Tienes veinticuatro horas, no más.

—No puedo hacerlo —susurró un tanto vencida, buscando apelar a su raciocinio. En respuesta, Kilyan se encogió de hombros, con el codo recargado en la ventana y la mano en la boca, atento a la noche.

—Ese es tu problema, así como vivir las consecuencias.

—Recapacita —suplicó—. Nos haremos daño, no veo ni un gramo de compatibilidad entre nosotros.

—Hay química, eso es suficiente —determinó como si nada, mirándola por un segundo.

Samantha perdió la vista en el exterior también, aceptando, al fin, que de verdad eso estaba ocurriendo.

Él la observó de hito en hito, expectante. La noche no estaba saliendo en lo absoluto como pensó y eso lo enfurecía, pero le intrigaba también.

—No me agradas, no me agradarás jamás.

—Me da igual.

—No sabes lo que haces. No es correcto.

—Quién dice eso, ¿tú? —la desafió sereno.

Ella lo miró durante un segundo, uno que no le permitió mirar hacia otro lugar, sus ojos enormes lo evaluaban, se adentraban.

—Llévame a casa, necesito pensar —pidió al fin. Kilyan asintió, educado.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora