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Tomaron algo de carretera, mientras Sam perdía la atención en el exterior. Ya le había preguntado a dónde iba, pero no le quiso decir, así que decidió perderse en el paraje y la música que puso, pues obligándolo a jugar volado, su lado de la moneda había ganado por ello algo de electrónica sonaba en ese momento.

Con la ventana abierta recargó el rostro en su brazo doblado y cerró los ojos, mientras el aire despeinaba su cabello, sonriendo.

Kylian no pudo evitar observarla, contemplarla en realidad. A ratos extendía una mano para que el aire húmedo y frío de esa época en Boston, chocara contra su palma extendida. Sacudió la cabeza más de una vez, sintiendo una paz inexplicable.

Aparecieron algunas casas, era un pequeño condado, pero con propiedades salpicadas en las que árboles las custodiaba.

—¿Tienes una casa aquí? —quiso saber, irguiéndose, con su melena rojiza alborotada. Éste negó, apretando su pierna, ella sonrió y lo hizo a un lado—. ¿Entonces?

—Ya verás.

Conocía muchos sitios gracias a su familia, a su curiosidad, pero nunca había ido a ese lado norte de Massachusetts. Entró por un camino angosto, pavimentando y aparcó el auto frente a una casa asombrosa. Bajaron, él le tendió la mano, la tomó con esa familiaridad que se había creado desde el día anterior.

—Es de mi padre —susurró acercándose. Ella le dio un empujón entornando los ojos.

—Pregunté si era tuya.

—Es que no lo es. Vive, no aquí, pero es suya, no mía —replicó bromista, sonriendo. Sam rodó los ojos.

—Jódete —gruñó divertida porque cada cosa que le iba mostrando le iba gustando más.

Un hombre serio los saludó, iba en traje. Kylian los presentó, era el encargado del lugar.

—Están listos, adelante y cualquier cosa no duden en hacérmelo saber.

—Gracias, Larry. Lautano viene con los demás, que se acomoden —solo dijo con cortesía, después jaló su mano y la guio rodeando la casa, que era más grande que la suya.

—Mierda, ¿cuánto dinero tienes? ¡Eh! —expresó apantallada, cosa que no solía ocurrirle.

—¿En serio te importa? —preguntó él arqueando una ceja. Samantha negó riendo.

—La verdad no, pero me lo paseas por la cara todo el tiempo.

—No te lo paseo, es lo que soy.

—Nop, es lo que tienes, lo que eres debería ser independiente de eso —expuso con sencillez, dejándolo aturdido.

Llegaron a la parte trasera y vio los establos. Abrió la boca, asombrada, excitada.

—¿Sabes montar? —curioseó él, aunque sabía la respuesta. Difícilmente alguien de su educación y posibilidades no sabía, por otro lado, con lo inquieta que era, casi le parecía estúpido preguntarle.

Sam se encogió de hombros, como si le diera lo mismo pero su excitación no la podía esconder. Kylian sonrió complacido.

—De eso jamás se quejaron mis padres —le hizo ver, para luego correr —. Anda, ¡no te quedes ahí! —lo instó sin esperarlo. Éste sacudió la cabeza y trotó para alcanzarla, sonriendo.

Entró y ella ya se asomaba a cada cuadrilla, como una niña ilusionada.

—Están hermosos, joder. Éste —señaló uno negro, brioso. Abriendo de más sus ojos azules, sonrojada, despeinada. Asintió y el mozo de cuadra apareció.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora