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Sam ansiando más, necesitando más. Se acomodó a horcajadas sobre ese cuerpo viril. Enseguida fue consciente de su erección ardiente. Jadeó ante el contacto y en respuesta continuó el beso húmedo, volátil y feroz.

Kylian sujetó su nuca y trasero, acercándola más, consiguiendo con ello que su feminidad quedará adherida a su hombría dolorosamente lista para enterrarse en ese cuerpo que derribaba todas sus barreras con ridicula facilidad.

Pronto les dio la vuelta y ella terminó con la espalda sobre la cama, sus piernas entrelazadas en su cadera, agitados. Se miraron durante un instante, el mismo en el que ella le rogaba que no parara, el mismo en el que el rogaba que lo hiciera.

Sentía el cuerpo trémulo, sus pensamientos nublados, abotagados y no conseguía dar con alguna acción cuerda, porque simplemente con ella ahí era un acto ridículo. Samantha, durante ese par de meses, le había demostrado que era lo contrario a eso: era vientos fuertes, aire inusual, agua desbordando, era una atrapante ferocidad y él ya era presa de todo aquello, debía aceptarlo.

Entonces sus manos actuaron y sus dedos comenzaron el trabajo de quitarse la camisa despacio, botón a botón, mientras la joven aguardaba con las manos lánguidas a los lados de su cabellera desparramada. Sonreía con picardía, pero con su tremenda ingenuidad también y por Dios que esa mezcla era la que los tenía en ese punto sin retorno, ya no tenía sentido ocultarlo.

Cuando estuvo expuesto pasó la prenda por sus bíceps, buscando seducirla con cada movimiento. Eso era algo nuevo para él, jamás lo había necesitado, pero ya sabía que esa mujer lo empujaba a sitios inexplorados y maldita fuera, le gustaba que así fuera.

Ella, sin pedir permiso, actuando como su dueña, porque aunque lo ignoraba, eso era, acercó sus manos y con las yemas repasó su cuello fuerte, sus pectorales, la piel tensa y marcada del vientre hasta llegar al cordón del pantalón.

Kylian la observó conteniendo el aliento, humedeciendo su boca, entonces hizo lo mismo: repasó su cuello con el dedo índice, despacio, para descender hasta su seno izquierdo, rodeó el pezón erecto sin tocarlo y, complacido, notó como las costillas de la pelirroja se marcaban, su estómago se hundía. Se sintió victorioso.

Luego fue en dirección al otro y repitió el movimiento, ella alzó la barbilla. Era tan sensible, tan jodidamente receptiva. Bajó lento hasta su ombligo, memorizando sus pecas, la textura de su piel cremosa, hasta llegar al cordón de su pantalón.

Fue en ese momento que los dos terminaron con las manos en el mismo sitio y, de forma sincronizada, cada uno jaló la jareta del otro. Las mejillas se Sam se sonrosaron, Kylian sentía un bombeo anormal en el pecho, pero también se sentía vivo de esa manera que con tanto esfuerzo sepultó.

Con movimientos lentos ella bajó los de él, él los de ella. Pronto quedaron tan solo en braga y bóxer.

La joven perdió su atención durante un segundo en la abultada entrepierna de su marido, conteniendo el aliento, en cambio Kilyan aspiró con fuerza endureciéndose más.

—Bésame —pidió entonces su mujer, alzando la mirada para toparse con la suya desprovista de ferocidad, de cálculo o premeditación, sino llena de expectación, de anhelo.

—Lo haré, pelirroja —susurró sujetando sus muñecas a los lados de su rostro, descendiendo lento, sin soltar sus ojos azules. Sam dejó de respirar, no detectaba amenaza, tampoco lujuria, sino algo más profundo y eso la hizo temblar, más aún cuando él llegó esta su rostro y besó su frente con ternura, para enseguida dejar besos sobre su nariz, su sien, mejillas, barbilla, sin tocar sus labios—. Besaré cada centímetro de ti —prometió dejándola sin aire.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora