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Aterrizar en Boston nunca se sintió menos agradable. Regularmente esa sensación de llegar al fin a casa después de un largo viaje es... relajante, como soltar el aire, pero para Samantha no, ella lo contenía.

Durante el vuelo su esposo recibió algunas llamadas sin soltar su mano, comieron juntos, hablaron un poco, pero comenzaba a sentir la distancia, una fría y triste distancia.

Llegaron entrada la noche, Kylian la mantuvo abrigada, pegada a su cuerpo mientras serpenteaban la ciudad escoltados por Lautano y los escoltas. Al llegar al apartamento, no supo cómo comportarse así que simplemente lo miró perdida.

—¿Tienes hambre, pelirroja? —preguntó él, acercándose y agachándose un poco para interceptar sus ojos azules, que lucían extraviados hasta que lo enfocó.

—No, ¿tú? —quiso saber, atenta a su iris, sintiendo la angustia reverberar, las ganas de no soltarlo jamás, la necesidad de que todo aquello hubiese surgido de otra manera. La mano de Kylian acariciando con cuidado su mejilla le generó un nudo en la garganta, así que soltó su bolso y terminó con la distancia atrayéndolo a su boca.

El hombre respondió enseguida, ansioso de ese pequeño cuerpo.

—Solo de ti, preciosa —aseguro llevándola a cuestas por las escaleras.

Despertó entrada la mañana y enseguida se supo sola. Respiró hondo. ¿Qué debía hacer ahora? Perdió su atención en el techo durante algunos minutos en los que buscaba acomodar su cabeza. Quizá se estaba predisponiendo, pero por mucho que ansiaba que lo que sentía fuera bilateral y real, sabía bien que no podría sentirse así jamás debido a la manera en la que todo surgió pues los cimientos eran fango, no concreto.

Ahora qué: ¿debía vestirse como una típica señora y salir a algún desayuno? Se río. ¿Seguir con su vida como antes pero regresando cada día a ese lugar? Podría ser. ¿Preguntar a la asistenta qué menú tiene preparado? Esas cosas hacía su madre. O ¿simplemente dejarse llevar?

Gruñó incorporándose.

Estaba desnuda, el día anterior Kylian se había tomado su tiempo en la bañera, luego en la habitación. Se sentía aun adolorida y el chupete que tenía en el vientre, le recordaba la pasión compartida, tanto cómo a él los que le dejó en los pectorales. Sí, eran pasionales.

Sintiendo que el rubor subía a su rostro, sonrió haciendo a un lado las cobijas. Se daría un baño, se pondría al día con el trabajo acumulado y que el día le fuera mostrando el camino.

Fue a la cocina una vez vestida: unos vaqueros, una camiseta y sin zapatos. Esa era su casa, así debía vivirla, aunque le resultaba absolutamente ajena. La realidad gustara o no, era esa. Encontró a medio camino a Gina, el ama de llaves de su nuevo hogar.

—Buen día, señora, ¿descansó? —preguntó con formalidad.

—Cómo un bebé... —aceptó andando a su lado, despreocupada, fijándose más en los detalles. No había fotos, no había nada acogedor, notó en ese momento repasando la enorme estancia. Lo único que quizá representaba a Kylian en ese lugar era el pequeño invernadero que estaba por la parte externa.

—Eso es maravilloso. Le haré algo de desayunar, ¿qué desea?

—Mmm, lo que sea, pero un café primero, ¿qué dices?

La mujer sonrió ante su frescura, asintiendo con suficiencia y avanzó con premura para acatar su petición, lo que no se esperaba era que Samantha se ubicara a su lado y sacara otra taza.

—Juntas, Gina —explicó con ligereza.

—Señora, no debo —se justificó sin saber qué hacer.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora