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No consideraba que tuviese un cuerpo diseñado para provocar, aunque sería un embustero si no aceptaba que sí era atlético a pesar de lo delgada, bien proporcionado, quizá solo le hacían falta curvas, lo cierto es que no podía quejarse, ponerle las manos encima no sería en lo absoluto una tortura.

De repente irrumpió una imagen; ella sobre él, moviéndose a su propio ritmo, al tiempo que con su mano ahuecaba uno de sus pequeños y tiernos senos, con suavidad, mientras su melena cobriza los envolvía y podía admirar la longitud de su cuello gracias a que su angosto cuerpo se arqueaba y él...

Cerró su puerta irritado al notar que ya había ingresado al auto, con su miembro latiendo. Para que eso sucediera aún faltaba un poco, se recordó, pero ocurriría, de eso estaba seguro. La química estaba ahí, chispeante entre ambos y eso era mucho más de lo que muchos matrimonios podían pedir.

Sí, la pelirroja disfrutaría tenerlo enterrado en su interior y él también, como no.

Sam no se dejó amedrentar por su cercanía cuando subió al auto y encendió el motor, lo cierto es que le afectaba de una manera ridícula, así que intentó convencerse de que era debido a ese absurdo que insistía en llevar a cabo.

—Mentir te sale natural —se atrevió a decir una vez que tomaban camino. Tchaikovsky sonaba como de fondo, casi rueda los ojos. Claro que debía escuchar esa música tan aburrida, que conocía gracias a la afición de su padre por ella y que detestaba porque la hacía bostezar.

Kylian sonrió con su habitual cinismo, sin inmutarse de lo que pasaba por su cabeza. Así era él, una caja con muchas cerraduras a las que prácticamente a nadie le daba acceso.

—Tanto como a ti ser una flor de sociedad —reviró con ánimo relajado. Aún seguía excitado, de hecho en cuanto entró al Maserati, su aroma a mujer lo golpeó. Algo primitivo se activó al observar su silueta femenina sentada con recato y recelo en el asiento del copiloto.

—No tienes idea... —contraatacó ella, riendo para sí.

Oficialmente era el jodido rey del infierno. La realidad era que no tenía idea de lo que estaba haciendo ni de donde se estaba metiendo, determinó aferrando su bolso ridículamente pequeño. Gruñó para sí, odiaba esos bolsos, nada cabía, era un accesorio más, que solo estorbaba, un accesorio estúpido, tal como lo que ella sería esa maldita noche.

—Sé que te sabrás comportar, estás educada para ello. Es la inauguración de una galería.

—¿Tú la construiste? —quiso saber. Necesitaba información y sabía, puesto que lo había investigado un poco, que tenía una empresa de construcción que incluso cotizaba en la bolsa.

—No, yo construyo o remodelo hoteles más que nada, por eso el negocio de tu padre me resulta conveniente, puedo aún continuar ganando después de terminarlos.

—Ya veo, amasar dinero es la prioridad. Anotado.

—No me disculparé por ello y no seas hipócrita, el vestido que llevas puesto cuesta lo que un empleado de medio turno en una tienda de autoservicio gana en años.

—No soy hipócrita, yo no pedí tener lo que tengo.

—Pero no quieres perderlo, por eso estás aquí —apuntó como si fuese lo más obvio.

Sam lo miró furiosa.

—No tienes una jodida idea de lo que quiero, nunca lo des por sentado, Kylian —advirtió.

—Tu pasión es algo infantil, pelirroja, te recomiendo que aprendas a guardarla para el dormitorio, ahí siempre será bien recibida.

Le tomaba el pelo. De pronto sintió ganas de darle un buen rodillazo entre sus piernas y luego con el puño romperle su estúpida nariz. De solo pensarlo su estómago se revolvió.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora