La Hacedora

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‹‹Tenemos un montón de goteras en nuestra realidad››

Philip K. Dick


Hace muy poco que se le había otorgado la responsabilidad de ser el nuevo Oráculo. La joven, de irreales ojos verdes y llameante melena de fuego, sabía que ese momento llegaría, pero cuando se dio la ceremonia, no dejaba de pensar que era muy pronto: «¿Y si cometía un error y el equilibrio que la abuela había mantenido se desplomaba?»

No obstante, mientras pasaban los días y se iba acostumbrando al peso de llevar el título, sus dudas y miedos fueron menguando. Hasta ese día.

Ya fuese por su naturaleza de etéreo espíritu del bosque o por el trabajo que su familia había llevado desde el inicio del mundo, contaba con pocos amigos. Y cuando tenía visiones que amenazaban la felicidad de una de las escasas personas a las que podía llamar «amiga», las dudas y el miedo volvían a invadirla.

Excepto que no podía decir nada. Tenía prohibido revelar el contenido de sus visiones, al menos que afectara directamente el equilibrio en los elementos y la magia que movía el mundo. No debía evitar el curso de los hilos que tejían el camino de los demás.

Por eso no había dejado de pensar en que tarde o temprano perdería a Margarita, la única amiga mortal que había hecho; creyó que quien se la arrebataría sería el efímero tiempo que llevan consigo los humanos. Pero desde la aparición de esa visión comenzaba a dudarlo.

Margarita estaba consciente de la carga que representaba ser el Oráculo, después de todo no era una mortal como otros, como aquellos que estaban cegados por la niebla de «la realidad», que hacía de sus existencias menos problemáticas. Margarita era una occultus, miembro de una antigua familia de guardianes.

Que su amiga, de apariencia feérica, se hubiese convertido en el nuevo Oráculo nunca le preocupó. Estaba convencida que jamás le reprocharía que le ocultara ciertas bifurcaciones del cargo. Pero claro, Margarita no conocía el camino que tenía por recorrer, no como Epona, el Oráculo, su querida amiga.

Un camino que abrió en el momento que decidió ir en contra de la regla impuesta por sus ancestros hace mucho, mucho tiempo: «Guardar a la Hacedora, pero nunca usarla».

Margarita nunca fue -y nunca sería- alguien que pudiera ser limitada por las reglas o las normas de la realidad. Por eso ella y Epona se llevaron tan bien desde el inicio.

Por eso era Epona quien la recibía.

Margarita esperaba ver el rostro contorsionado por la rabia de su padre. Había desobedecido, no solo a una orden dada por él mismo, sino a una regla que llevaba siglos siendo la base de la familia Flores. Y para los Flores no hay nada más importante que seguir las reglas y proteger a la Hacedora.

-¿Papá está muy molesto?

La sonrisa de Epona se ensanchó en cuanto escuchó a su amiga, mientras pensaba: «Recién regresa de un mundo desconocido para ella, de un viaje que aterraría a cualquier otro mortal, pero está tan tranquila como siempre». Respiró hondo antes de responder.

Había estado preocupaba. Tenerla frente a ella, vistiendo un elegante vestido de terciopelo amarillo, con largas mangas terminadas en encaje blanco; con algunos mechones rizados escapando del delicado recogido que sostenía su voluminosa cabellera castaña; aquellos ojos, del color exacto del «café aguarapado» -como ella misma le había enseñado- más claros que de costumbre, gracias a la excitación del momento. Verla viva, sana y feliz; era lo único que necesitaba para volver a respirar con calma.

-Molesto no-respondió al fin. Margarita dejó salir una larga bocanada de aire, con una mano sobre el estómago, aliviada por la información, pero Epona se explicó-: No creí que fuese posible estar aterrado, furioso y preocupado con la misma intensidad.

El rostro de Margarita adquirió una expresión torturada, que consiguió arrancarle una carcajada a Epona.

-Es bueno saber que mi desgracia te divierte.- masculló Margarita sin desprenderse de la expresión.

-Desgracia que tu solita te has buscado.- replica Epona sin remordimientos. Lo único que le ocultaba a su amiga eran aquellas visiones que correspondía a su camino. - Mi querida hacedora de mundos.

En esa ocasión, la sonrisa de Margarita fue tan deslumbrante como la de Epona. No podían ser físicamente más opuestas, pero en lo que respecta al carácter y a la necesidad de descubrir todas las maravillas del universo, ambas chicas eran extraordinariamente parecidas, tanto, que siempre resultaron un peligro cuando estaban juntas en el mismo espacio.

Después de todo se trataba de una amistad entre el Oráculo y la Hacedora de Mundos.

La extranjera en el tiempoWhere stories live. Discover now