CAPÍTULO XVI

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El vínculo de la portadora


Creo alcanzar el sueño por puro cansancio.

Tenía la esperanza de despertar unas horas más tarde sin haber tenido imágenes sucediéndose desde mi subconsciente, o quizás... con toda la información que proporcionó Aarik como parte de una pesadilla. Dejando mi preocupación por Gia entre las paredes del Salón de las Estrellas...

Ni una cosa ni la otra. Todo se mezcló en algo incomprensible.

Por primera vez, desde que llegué a Lagos, sueño con la abuela.

Un segundo estaba en la completa oscuridad y al siguiente me encontraba en el jardín de la casa que me vio crecer, la misma que ha pertenecido a los Flores por generaciones —cada una dándole su toque personal—.

A la primera que identifico es a Epona, porque está tal y como la conocí hace unas semanas, con su belleza élfica y aquella aura sobrecogedora que crepita a su alrededor.

Está tumbada en una silla de mimbre marrón, con los ojos cerrados; la viva imagen de la despreocupación.

En cuanto mis ojos enfocan a la otra chica, sentada en una hamaca con los colores del atardecer llanero, balanceándose inconscientemente, entre un tamarindo y una pomarrosa —el primero parece ser el mismo que recuerdo, un poco más viejo, pero la segunda... la recuerdo en otra parte del jardín y con otro tamaño—; dejo salir el aire de mis pulmones por la impresión y por una emoción mucho más dolorosa, arraigada en el fondo de mi alma.

Es la abuela Margarita.

Décadas más joven de mi último recuerdo de ella. Probablemente más joven que yo en estos momentos.

Sé que estoy soñando cuando mis pies me acercan a ellas y no lo notan, solo siguen hablando, ajenas a mi presencia y a la turbación que se arremolina en mi interior.

He visto fotos de la abuela en su juventud, pero esto es... realmente me parezco mucho a ella, sino fuese por el tono de piel y el color de ojos, sería una copia exacta de Margarita Flores.

Y Epona...

«¿Será esto un recuerdo?»

Imposible.

¿Por qué iba a recordar algo que no viví? Pero... si es así, ella no ha cambiado nada, ni un poco. Bueno, quizás en cómo viste, lo que no es gran cosa.

—¡Es ridículo!—exclama la abuela, apretando los laterales de la hamaca.

Es extraño llamar abuela a una adolescente.

Se ve muy molesta, lo que resulta toda una novedad, porque siempre fue pacífica y controlada, incluso cuando se enojaba con el abuelo o me regañaba por pasarme de la hora de llegada.

Epona no dice nada, ni siquiera se mueve o abre los ojos.

—¿Cómo vas a tener todo ese poder en las manos sin usarlo?—Por un momento creo que su rabia está dirigida a la imperturbable chica frente a ella, pero entonces ésta habla.

—Son sensatos, por eso la Hacedora los eligió—. «Incluso tiene la misma voz», pienso con asombro—. Usar el poder por usarlo nunca le ha hecho bien a nadie.

—No digo que lo usen para crear genocidios o controlar el mundo—repone la joven Margarita con el ceño fruncido y un obstinado mohín en los labios—; solo...

—Estás furiosa porque crees que te están reteniendo—termina Epona por ella. Finalmente abre los ojos; y sí, siguen siendo inverosímilmente verdes.

La extranjera en el tiempoWhere stories live. Discover now