CAPÍTULO III

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El mundo de la primera extranjera


Quizás sea por toda la situación, pero la sensación de estar convirtiéndome en algo impalpable cada vez es más fuerte, como si estuviese siendo arrastrada por uno de los grandes señores del viento, sin aviso y sin miramientos.

Si mi necesidad de comprender no fuese tan apremiante probablemente ya me habría dejado llevar.

—¿Si no pertenezco a este mundo... entonces a cuál?— Incluso mi voz es humo que intenta ser sonido.

Los ojos de Epona son dos relucientes piedras de jade enmarcando un rostro que está más allá de las capacidades de cualquier artista con talento hasta en las células.

—Uno que nació de los sueños de Margarita.

Busco la broma en cada letra de esa respuesta. Pero solo basta anclarse a su mirada para saber que no es momento para bromas ni mucho menos. Antes que pueda ser capaz de formular algo coherente, Epona sigue.

—Te dije que se trata de una piedra elemental, capaz de crear vida, proveer energía y cumplir sueños. Funciona mejor cuando su portador tiene una esencia afín con ella.

—¿Y la abuela la tenía?

—Fue la única de los Flores que llevó a La Hacedora más allá de sus propios límites. Se cree que fue usada como fuente de energía cuando los celestiales llegaron, una manera de crear vínculos con los mortales, así como mantener los portales entre los mundos abiertos. Margarita le dio un uso distinto.

—Pero...— lleno los pulmones de aire. De pronto me aterra desaparecer si no consigo retener el oxígeno— ¿Mundos? ¿De qué mundos hablas? Y... ¿qué necesidad tenía la abuela de... crear uno? ¿Por qué alguien dejaría un poder como ese tirado?

La sola idea es absurda: ¿Crear mundos? Mi abuela era un poco excéntrica, pero no tenía ningún complejo de dios... ¿o sí?

—Se sentía asfixiada—. Habla no como alguien que cuenta una experiencia ajena, sino como alguien que lo vivió en carne propia—. Le habían dado la oportunidad de estudiar, pero también le dejaron claro que debía casarse. Porque era su deber continuar el linaje Flores. La Hacedora no podía, y no quería, pasar a otra familia.

No imagino a la abuela siendo obligada a algo.

Epona deja salir una risa que me hace dudar si pensé en voz alta.

—Claro que aquello molestó a la Margarita de dieciocho años: ¿Tenían en sus manos el poder de los dioses y en lo único que podían pensar era en tratarla como si fuese una linda posesión para vender al mejor postor? —Mueve la cabeza de un lado a otro, llevando algunos mechones de fuego al rostro. La sonrisa permanece, iluminándolo— Videl pagó las consecuencias de su rebeldía. Aunque ella siempre dijo que no era tal cosa: era sentido común. Se trataba de su vida y solo ella tenía derecho a decidir qué hacer con ella.

Parpadeo para alejar la estupefacción ante aquella información o... sombras comienzan a cercar mi visión. Intento, con la inestable fuerza que tengo, seguir la conversación.

—¿No se amaron desde el primer momento?— Mi voz sigue sonando inconsistente. Epona no parece notarlo.

En la carta, la abuela decía que éramos el único sueño en el que quiso vivir, eso incluía al abuelo. Además, gracias a ellos puedo creer en el amor que crece, se transforma y se hace inquebrantable. En el amor que todo lo puede.

—Margarita podía ser testaruda. Videl quedó prendado de ella desde el primer momento que la vio y no porque sus padres así lo hayan dispuesto. Para tu abuela era inconcebible que alguien que aceptaba los planes de otros sin replicar fuese a ser el amor de su vida.

La extranjera en el tiempoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant