CAPÍTULO XV

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Sueño con estrellas de cerezo

—¿Dónde has estado, somnium meum?

Es la segunda vez que lo escucho llamarme así; creo que es latín. Mi base académica no llegó hasta ese nivel, así que no estoy tan segura. Y más allá de eso: «¿Está tuteándome? ¿Por qué su mano sigue a mi alrededor?»

Contraigo el entrecejo. Aarik observa el gesto con cierto nivel de fascinación que todavía no comprendo —no es la primera vez que lo atrapo perdido en mis reacciones—.

Debería agradecerle el haberme sacado de la espiral caótica en la que comenzaba a caer. No lo hago.

Paso de sus ojos, fijos en los míos, a su mano.

—Suélteme—mi tono es calmado, pero tajante. Debo mantener las apariencias, solo un poco más. A mí manera, claro.

Por un momento de completo asombro creo que me dejara ir sin provocaciones. Suelta su agarre; antes de poder procesar esto, son nuestros brazos los que se encuentran entrelazados.

—Me debe un baile—anuncia, volviendo a la formalidad. Su habitual sonrisa dejándose ver.

Pensé que podría librarme de su compañía por el resto de la velada, porque desde que entramos al salón simplemente se perdió entre los asistentes y no volví a verlo, hasta ahora. ¿Qué es lo que quiere?

—¿Según quién?—inquiero, confundida.

Sé que está mintiendo, porque su nombre no estaba en ninguna parte de mi carné, carné que sigue en las manos de Gia, a quien no puedo encontrar. Debo saber si está bien.

Doy un paso hacia la izquierda, en un intento por alejarme. No me deja ir.

—Según la universal regla de devolver un favor—responde. Sonríe, sin embargo, hay una emoción que no alcanzo en ese gesto. Enarco una ceja—. Fui un excelente maestro de baile, ¿no es así? Lo mínimo que puede hacer es obsequiarme la última pieza de la noche.

Toma todo de mí no ponerme a forcejear para soltarme de su agarre. Muchos a nuestro alrededor están atentos a nuestra interacción.

«Chismosos».

—¿No tiene a alguna otra joven a la que molestar?—indago con una sonrisa esperanzadora, misma que muere cuando miro hacia su rostro y reconozco el juego en sus rasgos.

—Será la dueña de mi tiempo a partir de ahora.

—¿Por qué?—Falta muy poco para que sea un chillido, mezcla de sorpresa e indignación, y un poco de fastidio.

No responde, en cambio, nos abre paso hasta el centro del salón, en donde los músicos vuelven a sus puestos.

Muchos son los que nos siguen con la mirada, y me encuentro dirigiendo la molestia hacia ellos: Yo preocupándome por no dejar salir mi carácter y ellos dejando libre toda su descarada curiosidad. Ridículo.

Escruto el salón nuevamente, pero es inútil, no hay rastro de Gia. A quien sí veo es al Sr. Carlos, junto a su hermana y el esposo de ésta; nos observan, a diferencia del resto, sus miradas son una amalgame de varias emociones; solo alcanzo a identificar expectación y esperanza.

La Sra. Becca me sonríe, en un eco de su mirada. De pronto me siento demasiado incómoda para devolverle el gesto.

En la otra punta del grupo de bailarines, lado derecho de las filas paralelas, encuentro a la agasajada, frente a... un sobrecogedor latigazo de aprensión y rabia me atraviesa el cuerpo; debo entreabrir los labios para que un poco del sentimiento quede libre y no me ahogue.

La extranjera en el tiempoWhere stories live. Discover now