CAPÍTULO V

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Dos mundos se reencuentran


Dagger... Dagger... Dagger...

El apellido se repite en una espiral de reconocimiento, tristeza, felicidad y un anhelo sobrecogedor. Me sorprende no necesitar, nuevamente, la ayuda de Anna para bajar las interminables escaleras.

Apenas si soy consciente de lo que me rodea, solo sé que en otras circunstancias estaría perdida en cada cuadro, cada moldura, cada línea del piso de mármol, cada curva de hierro... no hay nada ordinario en el camino que recorro.

Las doncellas me siguen de cerca. Puedo sentir la mirada de ambas en mi espalda, pero solo una resulta acusatoria y llena de reproche. No estoy para pensar qué mal he hecho cuando recién estoy abriendo los ojos a este mundo.

—Por aquí señorita— dice Anna adelantándose unos pasos, al llegar al final de la escalera.

Guía la marcha hacia la izquierda y dos pasillos más, hasta que se detiene frente a una puerta de estilo francés, hecha en su mayoría de vidrio, con un delicado patrón de estrellas y soles sobre la superficie de la misma.

Los dos hombres apostados en cada hoja de la puerta parecen parte de la decoración, de lo quietos que están. También llevan uniformes en negro y dorado.

Anna es quien habla.

—El duque espera a la señorita.

Esas seis palabras son suficiente para que los hombres se aparten y abran las hojas de vidrio y madera.

—¿No entrarás?— Pregunto con más aprensión de la que pretendía cuando la veo dar unos pasos atrás.

Me da una sonrisa que busca calmar mis dudas y miedos.

—Todo estará bien. El duque es una de las mejores personas que podría conocer. Estará a salvo con él— «¿Y qué pasa con aquel que lo acompaña?», es lo que quiero preguntar, pero me abstengo.

Asiento y camino hasta pasar el umbral del comedor, con el rostro en alto y la espalda recta, como me enseñó la abuela. Después de todo tomé la decisión de seguir adelante.

«Epona dijo que aquí estaría segura, ¿no?»

La luminosidad de la estancia me hace parpadear repetidamente. Todas las cortinas están corridas, por lo que los altos ventanales abren el espacio al día. Claro que... hay algo extraño con la luz, quizás se deba a la corrosión que se adhiere al aire. Mi curiosidad y necesidad de respuestas ganan la batalla y me pierdo en el paisaje: colinas en diversos niveles de altura, revestidas de hierba y pequeños puntos brillantes que titilan ante el sol.

Le está pasando algo a este mundo, parece... dormido, aunque se empeña en seguir de pie.

—Es cierto que solo necesitaba descansar —. En cuanto lo escucho me muevo hacia la derecha. El caballero de sol. Eli, el duque de Lagos está frente a mí, sonriendo, como si verdaderamente le alegrara verme—. Le sienta muy bien el verde.

—Gra... gracias— balbuceo. Frunzo el ceño. Hace mucho tiempo que dejé atrás el nerviosismo ante el sexo opuesto.

«Pero no se trata de eso, ¿o sí?» Replica mi subconsciente como un maestro que intenta demostrar un punto al necio estudiante.

Avergonzada conmigo misma aparto la vista y la llevo hasta la enorme mesa de caoba que tengo a pocos pasos y que corona la estancia —perfectamente podría caber un equipo de futbol con todo y suplentes—. Tiene como única decoración tres jarrones de cerámica jade, con exuberantes arreglos florales que impregnan el ambiente con su dulzor. Las sillas son altas y sofisticadas, como todo en la mansión.

La extranjera en el tiempoWhere stories live. Discover now