Capítulo 5

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A partir de ese día Zabdiel y Christopher se juntaban a escondidas cada que podían. Llegaban desde juntarse en el mismo motel todos los sábados, hasta saltarse clases para pasar de una a dos horas en el baño del gimnasio.

El que Christopher quisiera conocer a fondo a Zabdiel era otro factor que influía en que este aún se mantuviera al lado del castaño.

—Zabdiel —susurró con la espalda pegada al pecho del menor mientras este abrazaba su cintura después del encuentro que habían tenido minutos antes en aquel cuarto que había sido testigo de su pasión varias veces.

—Dímelo —dijo Zabdiel haciendo notar su acento.

—¿Recuerdas aquella vez... —pausó buscando una manera para que lo que iba a preguntar no sonase mal —, aquella vez que dijiste que sabías que dolía? —dijo refiriéndose a la vez en la que Zabdiel pasó todo un día cuidando de él.

—No creo que ni tú, ni yo estemos listos para escucharlo —dijo y Christopher giró para quedar frente a frente con el menor.

—¿Tan malo fue? —dijo el mayor acariciando el brazo de Zabdiel.

El otro solo asintió mientras besaba a Christopher en los labios, necesitaba a alguien en quien descargarse y desgraciadamente a Christopher le tocaba ser el saco de boxeo, su descarga era follárselo cada vez que en sus pesadillas aparezca ese día.

—Creo que debería ir a mi casa, Zab —dijo Christopher poniéndose de pie y agarrando sus prendas— ¿Nos vemos mañana?

—No lo dudes, niño bonito —Christopher sonrió rodando los ojos y se colocó sus pantalones, cuando terminó de abrocharlos sintió una mano impactando con su trasero— Pervertido —su sonrisa se ensanchó mientras se ponía la camisa y escuchaba a Zabdiel reír.

—Se ve apetecible. —Mordió su labio y el pelinegro se inclinó a besar los labios del menor, el cual enredó sus dedos en el cabello de Chris acercándolo a él.

—Ya me debo ir —dijo cuando se separaron del beso y el castaño se recostó sobre la cama usando sus brazos como soporte para su cabeza.

—Adiós, niño bonito. —Christopher con una sonrisa en sus labios movió su mano de un lado al otro despidiéndose de Zabdiel.

Cuando la puerta se cerró el menor se puso en una posición cómoda para dormir cayendo rendido casi instantáneamente.

Horas después se encontraba gritando en aquella habitación, sus ojos estaban cerrados, recordando ese horrible día que desearía que solo fuese una pesadilla.

El pobre Zabdiel entraba como un día cualquiera a su hogar.

—Ma' ya llegué —dijo dirigiéndose a la cocina.

Al entrar a esta vio que la cena estaba lista, sin embargo, su madre no se encontraba en la habitación.

—¡Ma'! —gritó Zabdiel esperando a que su progenitora respondiera.

Al llegar al piso de arriba, caminó hacia la habitación de su madre y al entrar en esta se encontró con lo que menos esperaba o quería. Su madre con un cuchillo atravesado en su mano, esta desangrándose lentamente, ya no se escuchaban gritos, solo leves respiraciones, antes de que pudiera reaccionar, su boca fue tapada.

No sabía aún quien era el agresor.

—Eres un niño muy bonito. —Le dijo el hombre que tenía un fuerte olor a alcohol.

Murmuraba súplicas para que no le hiciera nada con sus ojos llenos de lágrimas, no era un bebé, pero el tener solo quince años tampoco es precisamente ser un adulto.

La primera embestida fue con fuerza, hubiese podido gritar si no hubiese sido por la mano que aún se encontraba tapando su boca.

Unos minutos después el tipo se había corrido dentro del adolescente, mientras este lloraba y su sangre manchaba parte del piso y sus pantalones.

Aún el rostro de su atacante era desconocido.

Se despertó recordando el dolor que había sentido aquella vez, se había descubierto que su madre también había sido abusada por este hombre aún desconocido para el.

Se recordó que quizás si no se hubiese quedado jugando con Sebastián y Johann ese día, su madre estaría con él y no viviría como vive.

Pensó en Christopher, en lo miserable que iba a hacer su vida si seguía enamorándose de él, sin embargo, es egoísta.

Se vistió rápidamente abandonando la soledad de ese cuarto y fue en busca de la única persona que detendría a todos sus demonios.

Tomó un taxi y le dio la dirección de aquella casa haciendo cerca de diez minutos de trayecto, pagó al taxista y se dirigió a un árbol que daba con la ventana del cuarto que buscaba, trepó el árbol con cuidado y golpeó el vidrio con unas pequeñas piedras que había agarrado antes. Luego de lanzar cinco piedras la persona dentro de la casa se asomó a la ventana.

—¿Zabdiel? —dijo adormilado abriendo la ventana.

—¿Está tu madre? —dijo el mencionado introduciéndose en aquella habitación.

—Está con mi padre. —Bostezó restregándose los ojos.

—Estoy listo —susurró y Christopher no entendió debido al sueño que aún lo poseía— Para contarte si fue malo.

Inmediatamente el mayor empezó a poner atención a las palabras de Zabdiel, el cual con lágrimas en los ojos se desahogaba en los brazos del chico pálido, omitiendo algunos detalles. Al terminar de contar lo que ocurrió aquella fatídica tarde, el pelinegro lo único que hizo es acercarse a besar los labios del menor.

Este sorprendido ante la primera muestra de afecto verdadero por parte de Christopher o de cualquiera, cerró los ojos y continúo con el beso. Se recostaron sobre el colchón aun besándose, sin intenciones de llegar a algo más. Christopher encima de Zabdiel, este con sus manos en la cintura del pelinegro, y en sus planes no estaba dejarlo ir. Se separaban por instantes y volvían a besarse. Una hora después ambos se encontraban dormidos en brazos del otro.

Zabdiel abrazando a Christopher por la cintura y este último con su cabeza en el pecho del más alto.

Cien (Chrisdiel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora