Capítulo 01

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En 1909, Cadgwith, un tranquilo pueblo costero anidado en los acantilados de Cornwall, era un mundo de contrastes que se reflejaba tanto en su asombrosa belleza natural como en las rígidas divisiones sociales que caracterizaban a la época.

Cada día en Cadgwith comenzaba con el sonido del mar acariciando la orilla y la brisa salada filtrandose por las ventanas de las cabañas de pescadores y las mansiones de los nobles. Las casas de piedra, con techos de paja y jardines coloridos, conformaban un escenario pintoresco que parecía inmune al paso del tiempo.

Thomas, un joven sirviente de belleza sorprendente, con rasgos afilados y mirada penetrante, poseía un cabello oscuro que caía en suaves ondas sobre su frente, a menudo mecidas por la brisa marina que perfumaba el aire. Además, sus ojos profundos, de un color verde intenso como las aguas del mar en calma, reflejaban una mezcla de curiosidad y serenidad.

Su trabajo lo había llevado a estar en contacto cercano con los habitantes del pueblo, y con su actitud amable y atenta había ganado el respeto y la admiración de todos. Siempre dispuesto a ayudar y con una sonrisa constante en los labios, se convirtió en uno de los favoritos en el pueblo.

Los amaneceres encontraban a Thomas en la mansión de la familia Losington, en Lirian Hall, donde los deberes rutinarios ocupaban casi todas sus horas. Ocuparse de los maravillosos jardines de la mansión y atender las necesidades de la familia eran su rutina diaria. Sin embargo, cada tarea estaba impregnada de la magnificencia de la casa: los techos altos con intrincados adornos, las salas adornadas con muebles antiguos y las amplias ventanas que ofrecían vistas deslumbrantes del mar.

Aquella mañana, llovía suavemente el pintoresco pueblo de Cadgwith, las olas rompían contra las rocas con un murmullo constante mientras las gaviotas revoloteaban en el cielo nublado. En medio de este escenario, Thomas, se abría paso por las calles adoquinadas hacia la residencia de la familia Losington.

El joven llevaba una cesta de flores frescas a la mansión cuando sus ojos se encontraron con los de Lady Eleanor, la hija de Lord Edmund y Lady Adelaide. Eleanor, era una joven que destilaba belleza y elegancia en cada uno de sus gestos. Sus ojos, de un azul profundo, parecían esconder secretos mientras miraban el mundo que la rodeaba con curiosidad. Su cabello rubio , caía en cascadas de ondas perfectas que enmarcaban su rostro angelical.

"Lady Eleanor", saludó Thomas con una inclinación respetuosa de la cabeza.

"Thomas", respondió ella con una sonrisa leve. "Has traído flores nuevamente, ¿verdad?"

"Para adornar la mesa del desayuno, mi señora", respondió Thomas mientras le ofrecía la cesta.

Lady Eleanor tomó una rosa entre sus dedos y la observó durante un momento antes de mirar a Thomas. "Siempre encuentras las flores más hermosas en los días más lluviosos", comentó con un brillo de curiosidad en sus ojos azules.

"Las flores siempre parecen brillar más cuando el cielo está nublado", respondió Thomas con una sonrisa tímida.

Lady Eleanor asintió lentamente, impresionada por las palabras del joven. "Es un pensamiento muy profundo, Thomas", admitió ella, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y agradecimiento. "Tienes una manera especial de ver las cosas."

Thomas sintió su corazón latir con fuerza ante el elogio de Lady Eleanor. 
Mientras hablaban, un rayo de sol se filtró entre las nubes grises y bañó el jardín en una luz cálida y dorada. Thomas y Lady Eleanor intercambiaron una mirada significativa, como si el mismo sol estuviera iluminando su camino.

A pesar de la conexión que sentían, Lady Eleanor y Thomas continuaron manteniendo su relación en los límites de su roles como lady y sirviente. Sin embargo, sus interacciones estaban llenas de miradas furtivas y conversaciones cargadas de significado. Cada gesto, cada palabra, era un intento de transmitir lo que sentían sin cruzar la línea que la sociedad les imponía.

A menudo, compartían momentos robados en los jardines, donde las flores eran testigos silenciosos de su complicidad. Thomas seguía encontrando las flores más hermosas para Lady Eleanor, y ella agradecía sus obsequios con una sonrisa que iluminaban su rostro.

En una ocasión, mientras paseaban por los jardines en un día soleado, Lady Eleanor se detuvo frente a una rosa de tono suave y la acarició con ternura. "¿Crees que la belleza es efímera, Thomas?" preguntó en un tono reflexivo.

Thomas miró la rosa y luego a los ojos de Lady Eleanor. "Sí, milady", respondió con calma. "La belleza puede ser fugaz, pero es lo que hace que cada momento valga la pena."

Eleanor asintió, apreciando su perspectiva. Sabía que Thomas tenía razón, y cada vez que compartían una conversación como esa, su conexión se fortalecía aún más. A pesar de sus diferencias de clase, sus pensamientos y sentimientos parecían estar en perfecta armonía.

Con el tiempo, su relación siguió desarrollándose en la sombra, un delicado equilibrio entre su deber y su corazón. Aunque sus interacciones eran limitadas por las normas sociales, el amor que sentían el uno por el otro seguía creciendo en silencio, como un brote que luchaba por florecer en medio de la adversidad.

Cada vez que se cruzaban en los pasillos o compartían miradas fugaces en los eventos de la alta sociedad, ambos sabían que había algo más entre ellos. Pero también eran conscientes de los obstáculos que enfrentaban y del precio que tendrían que pagar si decidieran traspasar los límites impuestos por la sociedad.

Así, Lady Eleanor y Thomas continuaron viviendo en dos mundos diferentes, pero unidos por un lazo que no podía ser roto. Cada palabra no dicha, cada gesto contenido, era un recordatorio constante de lo que tenían y lo que podrían ser si se atrevieran a desafiar las expectativas que les rodeaban.

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