Capitulo 17

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Los tres protagonistas, desembarcaron con precaución de la pequeña barca que los había llevado a tierra firme. La orilla era rocosa y escarpada, pero la sensación de tierra bajo sus pies era un alivio después de las horas pasadas a la deriva en el mar.

Mientras se adentraban en la tierra desconocida, pronto comenzaron a notar signos de vida humana. Las luces de las casas titilaban en la distancia, y el sonido de las olas rompiendo contra la costa creaba una atmósfera serena y reconfortante.

A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que se encontraban en un lugar que parecía ser un pueblo costero muy acogedor. Pudieron distinguir casas de piedra con techos de paja, calles adoquinadas y farolas que arrojaban una tenue luz sobre las aceras. Las casas, aunque modestas, tenían un encanto rústico y tradicional que los hizo sentir bienvenidos.

Con un toque de humor, Samuel se detuvo junto a un cartel de piedra y declaró con un acento británico exagerado: "¡Por Jove! Miren lo que hemos encontrado, mis queridos amigos. Es Lizard, el pintoresco pueblito costero que nos brinda su hospitalidad en este año de nuestro Señor, 1909. ¿Quién lo hubiera pensado?." Sus compañeros sonrieron ante su encanto y lo siguieron con entusiasmo.

Mientras recorrían las encantadoras calles del mercado en Lizard, Samuel, siempre aficionado a los placeres culinarios, no podía resistirse a los tentadores puestos de comida, expresando su deleite con una declaración respetuosa pero apreciativa: "Dios mío, qué exquisito". Mientras tanto, Thomas, comprometido con mantener el rumbo, realizaba intentos para persuadir a Samuel de que se adhiriera al plan original, generando risas entre los tres compañeros.

Observando la entretenida dinámica entre Samuel y Thomas, Eleanor optó por tomar la iniciativa y se acercó a una joven mujer local con cortesía, formulando su pregunta con elegancia: "Saludos, amable dama. Somos visitantes recién llegados a este hermoso pueblo, nos preguntábamos si podríais recomendarnos algún establecimiento donde podamos encontrar alojamiento."

La amable mujer local, con una sonrisa cálida, respondió a la pregunta de Eleanor con una generosa oferta: "Por supuesto, estáis más que bienvenidos a pasar la noche en nuestra casa. Tenemos una habitación de huéspedes que os resultará cómoda y acogedora".

Eleanor, emocionada y agradecida por la amabilidad de la mujer, no pudo evitar gritar con entusiasmo: "¡Chicos! Vengan aquí, de verdad, muchas gracias". Samuel y Thomas se acercaron, y Eleanor los presentó a su nueva anfitriona. "Estos son Samuel y Thomas, y yo soy Eleanor. Estamos muy agradecidos por tu hospitalidad".

Mientras Eleanor expresaba su gratitud, Samuel, de manera inesperada, se sonrojó levemente.

Con una sonrisa aún más radiante, la mujer se presentó de manera cordial: "Yo soy Isabella, Isabella Thompson."

Mientras avanzaban hacia la casa de Isabella en Lizard, Samuel no podía evitar observarla de reojo de manera discreta, intrigado por su amabilidad y su presencia encantadora. Mientras caminaban, Isabella, con curiosidad sincera, les preguntó: "Y, ¿qué los trae a un pueblito como este?"

Después de la pregunta de Isabella, un breve silencio llenó el aire mientras los tres viajeros intercambiaban miradas fugaces. Fue Thomas quien finalmente se apresuró a responder: "Bueno, estamos buscando un sitio donde poder vivir en tranquilidad". Sin embargo, Eleanor, al notar la respuesta de Thomas, lo miró con una expresión de molestia.

Antes de que nadie pudiera decir algo más, Isabella interrumpió la tensión con una exclamación alegre: "¡Y aquí está mi humilde morada!". Con un gesto elegante, se detuvo a frente a una casa que tenía el encanto de una granja de campo. La casa de paredes blancas y tejado de paja tenía una fachada adornada con flores coloridas que le daban un aspecto acogedor y rústico. Un pequeño jardín delantero rebosante de vegetación añadía un toque de encanto adicional, y una suave brisa hacía ondear la ropa tendida en el jardín trasero.

Al entrar, los viajeros quedaron impresionados por la decoración que evocaba la época. La sala de estar estaba amueblada con muebles de madera maciza y tapizados en telas de colores apagados, reminiscentes de la era victoriana. Cuadros enmarcados y antigüedades adornaban las paredes, y una chimenea de mármol se alzaba como el centro de atención, con un delicado reloj de péndulo sobre la repisa.

Samuel quedó visiblemente atónito y no pudo evitar expresar con admiración, "Realmente, tienes una morada muy hermosa". Sus ojos recorrieron con reverencia la decoración histórica que adornaba cada rincón de la vivienda.

Eleanor, mientras deslizaba un dedo con reverencia por la maravillosa madera de uno de los muebles antiguos, añadió con curiosidad: "La verdad es que sí, ¿y vives tú sola aquí?".

Isabella, con su cabello castaño oscuro y ojos cálidos que denotaban experiencia y amabilidad, escuchó las palabras de elogio de Samuel y la pregunta de Eleanor con una sonrisa agradecida.

Luego, suspiró con un toque de nostalgia y respondió con una voz suave y pausada: "Amm... bueno... antes vivíamos aquí toda mi familia, encargándonos juntos de la granja. Pero como comprenderéis, mis hermanos crecieron y optaron por emprender travesías por el mundo". Sus palabras estuvieron acompañadas de un breve silencio.

"Bueno, ¿y qué me dicen? ¿Tienen hambre?", cambiando así de tema con amabilidad. Samuel, lleno de entusiasmo, corrió tras de ella hacia la cocina, anticipando la promesa de una deliciosa comida.

Mientras tanto, Thomas y Eleanor se quedaron juntos en el acogedor salón de la casa de Isabella. La atmósfera tranquila y la decoración histórica creaban un ambiente sereno, permitiéndoles compartir un momento de calma mientras aguardaban la respuesta culinaria de Isabella.

A medida que avanzaba el día, Samuel, Thomas y Eleanor compartieron momentos cada vez más agradables en la acogedora casa de Isabella. Rieron, compartieron historias y disfrutaron de una deliciosa comida casera preparada por su anfitriona.

Por la noche, bajo un cielo estrellado, continuaron sus conversaciones en el bonito jardín de Isabella. La brisa suave y el suave murmullo de las olas en la distancia crearon un ambiente tranquilo y mágico para sus charlas. Hablaron hasta altas horas de la noche, compartiendo pensamientos, sueños y recuerdos, profundizando en su amistad en medio de la belleza de Lizard.

Finalmente, cuando la fatiga se hizo presente, decidieron retirarse a descansar. Thomas y Eleanor compartieron una habitación acogedora, mientras que Samuel ocupó otra.

Thomas, juguetón y con una sonrisa traviesa en el rostro, comenzó a hacerle cosquillas a Eleanor. Sus dedos recorrían suavemente la piel de Eleanor, quien no pudo evitar soltar risas contagiosas mientras intentaba abrazar a Thomas para detener sus cosquillas.

"Eres incorregible, Thomas", exclamó Eleanor entre risas, mientras trataba de protegerse de las cosquillas de su compañero.

Thomas, disfrutando del momento de alegría compartida, continuó su juego, sabiendo que había logrado sacar una sonrisa en el rostro de Eleanor.

En medio del jugueteo y las risas, un instante mágico se desató cuando Thomas, con ternura y pasión, besó a Eleanor de manera apasionada. El beso fue elocuente, sellando un sentimiento que había crecido entre ellos durante su tiempo juntos en Cadgwith.

Eleanor, profundamente conmovida por ese gesto, respondió con la misma pasión, entregándose a Thomas. Sus corazones latían al unísono mientras se perdían el uno en el otro, compartiendo un amor que se había estado gestando en silencio durante mucho tiempo.

"Thomas, de verdad no me arrepiento de haberme desprendido de todo por ti". Thomas, consciente de las limitaciones de su posición, respondió con ternura: "MyLady, entiendo que quizás no pueda ofrecerte lo mismo que tenías en tu vida anterior, pero daré lo mejor de mí".

Eleanor reafirmó su determinación: "Thomas, no quiero mi vida anterior, quiero esto".

El cambio de tema llegó como un rayo de esperanza cuando Eleanor preguntó con cierta expectación: "Bueno, querido, ¿qué planeas para nuestro futuro?". Thomas reflexionó durante un instante y luego lo respondió con una sonrisa: "Tal vez podríamos aventurarnos a construir una granja, algo similar a esta, juntos".

La idea de forjar un futuro propio, al margen de las limitaciones y convenciones sociales de la época, llenó sus corazones de esperanza.

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