Capítulo 3: Profesor Mew

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Mew

Por segunda vez en su vida había quedado petrificado.

Aquella habitación estaba cubierta de polvo y un olor a humedad que seguramente activaría alguna alergia en su cuerpo. El lugar parecía la escena perfecta de un crimen: Una ventana rota por donde entraba el aire, manchas de grasa, quién sabe qué otras cosas en el suelo, y algunas grietas en las paredes.

Mew no se sorprendería si le dijeran que allí habría perecido alguien, pero era lo mejor que había encontrado tras divagar por más de 4 horas por la villa. Él sabía que su suerte podría ir peor por lo que decidió conformarse con la cama sencilla sin almohada que le brindaban en esa habitación.

Conformarse. Habían pasado menos de 24 horas desde que había arribado a Watthana y todo se encontraba fuera de orden. Mew no era una persona que se conformara con nada, estaba acostumbrado a lo mejor y eso era lo que esperaba en todo momento. ¿Por qué de repente tenía que dar su brazo a torcer?

Su subconsciente le recitó las palabras que le hicieron bajar sus revoluciones en un segundo: Para sobrevivir. Si no quería morir de frío en la noche tenía que dar el sí a dormir en lo que parecía ser el hogar de varios insectos.

Sin esperar nada se sentó en la cama sacudiendo un poco esta. Tosió cuando vio el polvorín levantarse de la sábana que la cubría y reunió todas sus fuerzas para no vomitar con el pensamiento de cuántas personas habían postrado sus cabezas en aquella habitación.

—Asqueroso—murmuró el chico mientras aclaraba su garganta.

Pero allí postró la suya. Su cuerpo se relajó al instante a pesar de que sabía que no estaba en ningún resort a los que acostumbraba a ir con su hermana, todo porque -se repetía- era lo mejor que podía conseguir a esa hora.

Si antes Watthana le parecía una mala idea, tras su llegada a la villa confirmaba que debía salir de allí. Quizás tomar un año sabático no sonaba tan loco, y aunque arruinaría su perfecto historial académico y se graduaría después de todos sus compañeros, sonaba tentador para evitar soportar tal humillación.

Y todo sería culpa de ellos.

O de él.

Mew había tenido que dejar que aquella beta y ese chico omega revoltoso se salieran con la suya porque necesitaba de ellos. Pero, al ver que ni siquiera su buena disposición no resultó en nada se lamentó no haber hecho valer su condición.

¡Por todo lo sagrado, él era un alfa! Uno que tenía una poderosa voz de mando que podría obligarlos a hacer cualquier cosa que él quisiera. Pero él no había sido instruido para usar algo tan primitivo para conciliar cualquier asuntos. No se rebajaría.

Y fue allí cuando recordó la primera vez que se había quedado sin poder alguno: Cuando lo volvió a ver. Tener al omega desaliñado del Pad Thai ahí de frente y tan envalentonado le había recordado el por qué su recuerdo le seguía con tanta fuerza.

Desde pequeño, a Mew le enseñaron que su omega debía ser su par: Alguien que le ayudara a elevar su estatus. Esta persona debía ser refinada, atenta, amable, con un vocabulario exquisito y sobre todo con una dulzura maternal. Los y las omegas nobles que el alfa conocía eran entrenados para ser de ese tipo.

Ese era el verdadero valor de un omega y el chico vendedor no tenía ninguna de esas cualidades. Era totalmente diferente y Mew no hacía más que preguntarse por qué. ¿Acaso no le importaba ser digno?

Su mente empezaba a divagar mientras repasaba en su mente el incidente. Se detuvo en el omega quien llevaba una pantaloneta corta, una camiseta deportiva más grande y estaba descalzo. Su cabello, húmedo por la pelea de agua que había interrumpido, se pegaba a su piel dejando su rostro sin un marco agradable.

La Nocturna | MewGulfWhere stories live. Discover now