Capítulo 9: Chef PARTE 2

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Gulf

La mirada enfurecida del alfa hacía que todos parecieran querer dar un paso atrás. Nadie se atrevía a intervenir ante la tensa escena, la que solo tenía a un protagonista quien vociferaba en aquel aparatito llamado celular.

—¿Me estás diciendo que no podrán traer unos simples chiles porque no tengo autorización de mi padre?

El alfa pellizcaba el puente de su nariz. El tono mordaz de su voz y su postura de ataque hacía que pareciera peligroso, como un lobo de pelaje negro y ojos amarillos como los que usaban para asustar a sus hermanos betas y omegas cuando eran niños. Aún cuando estaba sentado en una de las sillas de su puestito de Pad Thai parecía atemorizar a la población watthanense.

Bufó: —¡No necesito que él autorice nada! Pásame con un superior.

Gulf solo había visto esa actitud en un lugar: En Bangkok.

Tenía esa mirada fría, gélida, que indicaba que él podía pasar por encima de quien quisiera sin remordimiento alguno. Porque podía. Porque tanto él como su familia tenían ese poder. Gulf sonrió con pesar, recordando lo minúsculo que se había sentido en aquel entonces.

Decidió acercarse y plantarle cara, aún con las miradas aterrorizadas de sus comensales -y compañeros de clase. Gulf rió por estos últimos, no entendía por qué ahora sí le temían al alfa cuando se habían dedicado a fastidiarlo. Quizás ver a Mew siendo un alfa con todas las de la ley les recordaba lo que tanto les había dicho: Habían arriesgado su pellejo por algo sin sentido.

—¿P'Mew?—Llamó el chico.

Mew volteó a verlo. Sus ojos se posaron en los suyos haciendo que al instante su entrecejo se relajara.

—¿Sucede algo?—preguntó el chico.

—Si, soy Mew—respondía mientras negaba con su cabeza. —Si, para hoy mismo.

Gulf escuchaba como sus compañeros murmuraban. Aún cuando debían estar ocupados decorando el carrito de Pad Thai para la venta de la semana entrante, parecía que les interesaba más lo que acontecía con el alfa. Él no los podía juzgar, pues para él, como para todos, parecía ser un espectáculo sin precedentes. Era la primera vez que veían al perfecto Honorable Señor Mew actuar de una manera alejada a la tranquilidad.

En ese momento su profesor sacó el teléfono de su oreja y tapó el auricular con la mano. Luego ladeó su cabeza y preguntó:

—¿Cien kilos de chiles son suficientes?

Gulf jadeó: —¡¿Qué?! ¡No! Es decir, cuatro kilos son..

—Si, los cien están bien—replicó a la bocina.

—¡No...!

Mew volvió a negar con su cabeza.

Fue ahí cuando Gulf se dio cuenta de que en ningún momento el alfa lo había dejado de observar y, aunque su voz sonaba dura, en sus ojos ya no había atisbo de firmeza. Se sentó esperando a que su llamada concluyera, y cuando lo hizo vio que sonreía escandalosamente.

—Mañana tendremos el cargamento aquí en Watthana.

Gulf suspiró sentando su cuerpo en la silla frente al alfa: —Me pregunto cómo haré para almacenar cien kilos de chile en mi casa.

—Puedes guardar algunos en la mía—Sugirió. —Lo importante es que no importa lo fuerte que venga la lluvia, tendrás chiles para tus Pad Thais sin importar la temporada.

Algo dentro de Gulf se encogió ante el comentario de Mew. No sabía por qué pero darse cuenta de que el alfa había recordado que su provisión para los próximos meses había sufrido le conmovió. Era extraño que alguien más que no fuera Mai o Mile lo ayudaran, pero no le disgustaba.

La Nocturna | MewGulfWhere stories live. Discover now