♡Capítulo 13♡

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Cuando Diamante llegó a la estación de metro, había tantas personas leyendo el periódico gratuito Metro y riéndose, que c0gi0 una copia para ver qué era tan divertido. La página principal mostraba una fotografía a color de un Porsche plateado. Rayado, en un lado en mayúsculas estaban las palabras
MENTIROSO PEDAZO DE MI€RD@.
Era a la vez simpático y nada gracioso. Diamante dio un paso hacia la escalera mecánica. Quien fuera el responsable no había sido capaz de meter todas las palabras en un lado así que las había puesto de arriba abajo. Un completo lío. Diamante se estremeció al pensar que algo así le pudiera pasar a su coche. Continuó leyendo el artícül0.
— Ex—novia Serena Shelton... quien... —¿Qué? Oh, Jesús. Diamante apretó más fuerte el periódico y siguió leyendo. Cuando llegó al final de la escalera mecánica por poco se cae. Mi€rd@. Zafiro. Serena. Tenía que ser ella. ¿Qué diablos había hecho? Infierno de mi€rd@. Diamante pensó en su BMW y dejó de andar.
Una mujer tropezó con él desde atrás. Ella lo miró airadamente y Diamante pidió perdón. Se aseguró de entrar en un vagón diferente del metro.
Ya había atraído a suficientes mujeres locas para toda una vida.
Gracias a Dios no había sido posible contactarla ayer. Gracias a Dios que no sabía dónde vivía. Oh Dios, pensaba que vivía en la casa de su hermana. ¿Qué haría con esa información? J0d€r. Ojalá no la hubiera conocido. Ojalá... solo que no era verdad. Diamante no deseaba no haberla conocido. ¿Qué infiernos estaba pasando? ¿Cómo había llegado a la conclusión de que lo había hecho ella tan rápidamente? Que lo dijeran los periódicos no lo hacía verdad. Si se creyera todo lo que leía, se creería que los murciélagos se comían bebés y que Elvis vivía en Warrington. Serena le había dicho que el tipo era un bastardo.
Describió hasta dónde había sido capaz de llegar. Pero, ¿qué tipo le haría eso a su propio coche? Diamante pensó en su BMW. Ni hablar. Él no lo haría, pero claro, él no era un bastardo. Bueno, no demasiado. Diamante alzó la vista cuando llegaron a la siguiente parada. J0d€r, se había pasado la suya de largo.
 
Cuando Serena vio la primera página del periódico Metro pensó que iba a vomitar. Leyó lo que decía, lo leyó otra vez para asegurarse que no había omitido algún dato importante y en cambio se pasó su parada. ¿Cómo se había enterado la prensa? Zafiro se lo debía de haber dicho. Justo cuando pensaba que lo conseguiría superar, el ingenioso cabrón se había revuelto y le había dado un bofetón en la cara.
La primera cosa esta mañana había sido una llamada de la comisaría diciendo que Zafiro había pedido que todos los cargos contra ella fueran retirados.
Aparentemente no era tan fácil como eso.
Ahora era cosa de la fiscalía decidir si se iba adelante o no. Una pequeña parte de Serena quería llegar a juicio, pero sabía que no llegaría tan lejos. Sin Zafiro d€tr@s, no tendría sentido continuar.
Pero el daño estaba hecho.
A unos metros de distancia del edificio donde trabajaba, su móvil le vibró en el bolsillo. Serena ya había decidido no contestar a ningún número que no conociera, sospechando que los buitres de la prensa nacional se harían con la historia. Era la típica historia espeluznante que los atraía. Callarse era el único modo de devolverse la dignidad.
Excepto que todos sus amigos lo sabrían. Todos en el trabajo. Jesús.
Pero no, era la agencia de contactos. Se había olvidado de ellos.
— Imagino que sabrá por qué la llamo —dijo Janine, su voz demasiado aguda para que fueran buenas noticias.
Serena no tenía el corazón de preguntar si le habían conseguido una cita con George Clooney, pero no se lo pondría fácil.
— No —dijo ella.
— Los caballeros con los que me puse en contacto ayer para darles sus datos han llamado para decir que ya no están interesados en conocerla. No creo que ninguno de nuestros clientes sea conveniente. —
Serena contó hasta cinco antes de hablar.
— Entiendo. Espero que mi tarjeta de crédito sea reembolsada hoy. —
— Menos nuestros gastos. —
Janine cortó la conexión antes de que pudiera hacerlo Serena. Casi inmediatamente había otra llamada. Serena se apoyó contra los rieles fuera de su edificio de oficinas y acercó el teléfono al oído. —¿Qué? —preguntó Serena a Hotaru.
— Zafiro me llamó para decirme que le había dicho a la policía que no quiere que seas procesada. No te mereces su caridad. —
Serena apretó el interior de sus mejillas con los dientes.
— No entiendo por qué te comportas así. Solíamos llevarnos bien, ¿verdad? ¿Por qué no quieres que sea feliz?—
— Lo hago —susurró Serena.
— Bien, supongo que si él puede perdonarte, yo también. —
Serena no dijo nada. Casi podría oír bullir a Hotaru porque Serena no se lo había agradecido.
— Todavía queremos que vengas a nuestra fiesta en Drifters el sábado. —
Ah mi€rd@. Otro problema. Serena tomó un trago grande de aire.
— Hotaru, por favor escúchame. No toqué el coche de Zafiro. Por algún motivo completamente más allá de mi comprensión, la ha tomado conmigo. Se lo rasguñó él mismo. Hotaru, te está usando. Por favor, no confíes en él. La otra noche él... —
Hotaru le colgó. Serena no recordaba haberse sentido nunca tan mal.
Una vez llegó a su oficina, la Víbora la envió inmediatamente al director administrativo. Serena tenía el presentimiento de que pronto iba a sentirse peor. Ella no era una desertora, pero escapar al continente parecía un buen plan. Serena se defendió ante el MD pero él no la creyó. Más problemas con la ley y ellos tendrían que echarla.
Bla bla bla. Resulta que el tipo conducía un coche. El tipo pasó de conducir a Porsche. La miseria seguía amontonándose.
De vuelta a su mesa, la concentración de Serena era nula. Tradujo una carta sobre unas piezas de mármol perdidas y cuando la leyó vio que había escrito que la compañía de transportes había perdido sus mármoles. La Vívora no lo encontraría divertido. Sabine sí, pero ahora estaba ocupada haciendo ver que Serena no estaba en la sala.
 
Darien se sentó con los pies en su mesa, café en mano y una copia del Metro en la otra y la boca abierta. —¿Contento de no tener un Porsche, Agente Thorne? — le dijo su jefe—. O una amante celosa, ya puestos. —
Darien sacó los pies del escritorio y derramó café en el periódico.
— Sí, señor. —
— Uno pensaría que estas mujeres tienen cosas mejores que hacer. Tiene suerte de que el tío lo quiera dejar estar. Es un buen caso contra ella. Huellas en el cuchillo, un móvil fuerte, ninguna coartada. Apostaría cada penique que tengo por ella. Costará una fortuna arreglarlo. —
—¿Qué móvil? —preguntó Darien.
— Celos. Su novio la dejó por su hermana. Se van a casar. No hay furia en el infierno, ¿eh? —
En cuanto el hombre mayor se fue, Darien c0gi0 el teléfono. Diez minutos más tarde lo colgó de nuevo. Resulta que conocía a un tío de la comisaría donde había acabado el caso. Zafiro Kniveton había aparecido el miércoles por la mañana a voces exigiendo que Serena Shelton fuera detenida, echada a la cárcel y pérdida la llave. Se había quejado de que lo había acosado después de que hubiera roto con ella. A pesar de la evidencia en su contra, Serena, con voz tranquila y persistente, había proclamado su inocencia. El amigo de Darien dijo que no parecía una loca acosadora, pero ¿quién conocía a las mujeres?
Esta mañana, Kniveton había estado igual de vociferante exigiendo a la policía dejarlo estar todo. ¿Sospechaba de algo el colega de Darien? Más o menos. ¿Sospechaba Darien? Sin duda alguna.
Llamó a Diamante. —¿Tienes un minuto? —preguntó Darien.
— Para ti, diecisiete segundos. —
— Muy gracioso. Imagino que ya... —
— Sí. —
Los dos dijeron las mismas palabras a la vez.
— Ella no lo hizo. —
— J0d€r —murmuró Darien. —¿Han quitado los cargos? —preguntó Diamante.
— No formalmente, aunque probablemente lo harán. La compañía de seguros podría probar suerte con ella. —
— Estoy seguro que ella no lo hizo, Darien. Me explicó cómo era este tipo. Le ha tendido una trampa. —
— Sip. —
Hubo un silencio largo.
— Ve a verla —dijo Darien—. Al trabajo o a su casa. Ella... ella necesita un amigo. —
— Quiero ser más que eso. —
Darien suspiró para estabilizar su voz.
— Lo sé —colgó el teléfono.
Diamante c0gi0 su teléfono una docena de veces para llamar a Serena y al final no lo hizo. Tenía que verla porque no quería arriesgarse a que le colgara el teléfono. Diamante estaba sin saber qué hacer, indeciso. El trabajo, un desastre. No podía concentrarse. Tenía que comprobar todo lo que hacía dos veces. Serena interrumpía todo. Pensamientos sobre su cuerpo, de rec0rr€r sus p€ch0s con sus manos, de hundir su p0ll@ dentro de sus rosados pli€gu€s para hacerla tensarse en torno a él llenaban su mente. La f0ll@ría una y otra vez hasta que olvidara todos sus problemas y sólo se acordara de él.
 
Cuando Diamante se encontró haciéndose una p@j@ en el baño de hombres, casi se asustó. ¿Pero qué c0ñ0 le pasaba? Serena seguramente no había vuelto a pensar en él. Estaba comportándose como un adolescente, así es como ella le estaba haciendo sentir: de nuevo joven.
Al final, marcó el número de su oficina para comprobar que todavía estuviera en el trabajo y luego fue directamente allí para tomar posición fuera en la calle. Había salido pronto del trabajo por primera vez en años, sosteniendo flores, y unas cuantas cejas se habían arqueado.
Cuando Serena salió casi se la pierde. Llevaba un traje de falda gris, camisa rosa y corría con la cabeza gacha calle abajo. La levantó una vez y justo entonces cinco fotógrafos estuvieron sobre ella, rodeándola, metiéndole las cámaras en la cara. Ella se sacudió, dirigiéndose al tráfico, y por un momento a Diamante se le paró el corazón al pensar que la había atropellado un coche.
Cuando empezó a caminar hacia ella, echó a c0rr€r en dirección contraria.
— Mi€rd@ —siseó Diamante, sabiendo que ella iba a hacer las cosas peor.
Él siguió a los sabuesos.
 
Serena no podía c0rr€r más allá. Sus pies la estaban m@t@ndo. Sus pulmones dolían. Se preguntó por qué había comenzado a c0rr€r en primer lugar, por qué no los había afrontado. De todos modos tenían sus fotos. Ellos conocían su nombre. Probablemente sabían qué papel higiénico compraba y quién la atormentó en la secundaria. Tomó una buena inspiración de aire y se dio la vuelta.
— Serena, por aquí. —
—¿Por qué lo hizo? —
— Dénos una sonrisa. —
—¿Qué va a pasar ahora? —
—¿Hay alguna posibilidad de que vuelvan juntos? —
Entonces ella lo vio, de pie d€tr@s, un ramo de flores en su mano, sonriéndole.
Aunque intentó que su corazón no se emocionara, seguía latiendo. No quería tener esperanzas, pero se le atragantaba la garganta. Casado. Con niños.
Flores para su esposa, dijo una voz en su cabeza, pero él caminaba hacia ella y Serena se quedó allí de pie, deseando ser salvada o destruida.
— Ya tienen sus fotografías. Déjenla tranquila —dijo Diamante.
— Jódase —dijo uno de los fotógrafos.
— Jódase usted. La están acosando —Diamante sacó su teléfono—. Voy a llamar a la policía.—
La prensa desapareció como la niebla, mezclándose entre las personas que se habían parado para mirar hasta que al final sólo quedó Diamante.
— No soy un mentiroso pedazo de mi€rd@ —dijo él—. No estoy casado. No tengo niños. Esa era la casa de mi hermana. Están en Estados Unidos y les cuido la casa. —
Serena dejó ir un largo suspiro, una expiración de cada pensamiento negativo que había tenido de él. Suspiró y miró a Diamante, recordando cada detalle de lo que habían hecho.
Él dio un paso hacia ella.
— Pero ni se te ocurra pensar en mutilar mi coche. —
— Yo no... —
— Lo sé —él sonrió y le ofreció las flores.
—¿Para mí? —
— No, para el precioso pájaro d€tr@s de ti. —
Serena comenzó a darse la vuelta y de repente estaba en sus brazos y la besaba. Labios suaves apretados contra los suyos, su l€ngü@ que iba encendiendo el camino a su boca. Vagamente registró que ya no sostenía las flores y luego Serena dejó de pensar y sólo sintió. Los brazos de Diamante la mantenían a salvo, sus fuertes manos le acariciaban la espalda, su dulce beso, su cuerpo firme bajo su toque, su p0ll@ rígida entre ellos.
Una mano en su espalda, deslizándose debajo de su chaqueta, a su piel, haciéndola arder.
Un movimiento rápido.
Sostén desabrochado y Diamante suspiró en su boca. Sus dedos se movieron poco a poco, con toques como plumas bajo su p€ch0 y se acercó para t0c@r su p€z0n.
Un brazo la mantenía cerca mientras jugaba con ella, hizo que le diera vueltas la cabeza por la lüjüri@ hasta que estuvo tan lejos del mar que Serena perdió de vista la playa.
— Buscaos una habitación. —
La burla los trajo de vuelta. Diamante se arrancó de su boca con un jadeo y sostuvo ambos lados de su cabeza con sus manos.
— Olvidé dónde estamos. Me hiciste olvidar dónde estamos. Nos arrestarán —susurró él.
Serena pasó su mano por su €r€cci0n.
— No, tú serás detenido. —
Él se rió. Ella se inclinó, rec0gi0 las flores y se las dio.
— Camuflaje —dijo.
— Ven a casa conmigo —dijeron al mismo tiempo y se rieron.
— Por favor —dijo Serena y le ofreció su mano.

***En un ratin subo el siguiente capítulo!!!

Serena en el medio (Adaptación) TERMINADAWhere stories live. Discover now