Amante animal

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Me crucé una tarde con él.
Me frenó su risa desconcertante,
¡qué encanto!, tostada su piel,
sus cejas, su mirada lacerante.

Y me nombró.
Y oyó mis alucinaciones.
Y me leyó.
Y cantó mis canciones.

Como un tierno animalito bueno
reptó en mi piel con sus labios caramelo,
y exploró mi íntimo humedal, sereno,
e hizo un nido con sus dedos en mi pelo.

Fue trocándose en mi adicción su pequeña furia.
Sus embestidas entre besos fueron curas de dolor.
Y cuando ya no entendí otra vida que su lujuria
mi pequeña adicción fue trocándose por amor. 

Por qué un día lo harté, nunca lo entendí.
Cambió mi nombre por "tonta". Fue mi culpa otra vez.
Se rio de lo que dije. Me ignoró si enmudecí.
Calló mi risa con burlas, y mi canción, de un revés.

Mi abrazo más sensual se disolvió en sus empujones.
Mis ojos cárdenos plañeron. También mi doliente matriz.
Me sangraron también la vida, el introito y los pezones,
y me pidió perdón. Y me esforcé por hacerlo de nuevo feliz. 

Como un atroz animal acechante
me enseñó a sumirme, a acatar, a servir.
Con las mismas manos que fueron amantes
convirtió mi amor en ganas de morir. 

Con los mismos dedos que anidaron mi cabello
desintegró mi intimidad y me hizo callar.
Con los mismos besos que inquietaron mi cuello
convirtió mi pasión en ganas de matar. 

En mi cansada indolencia vio un atisbo de alegría;
ese día, la furia incendió su celo brutal.
Ese día le prometí que solo a él sonreiría,
y ya nunca negaría mi cuerpo a su amor animal. 

Desperté al anochecer después de aquella mentira
y con el brío del dolor, el torso de la cama despegué.
Con un desierto en los ojos y la humillación hecha ira,
con la vida casi fuera del cuerpo, en la penumbra, escapé. 

Ángeles de verde esperanza lograron mi hemostasia,
me devolvieron las lágrimas hidratando mis venas,
desoyeron mi deseo de practicarme una eutanasia
y me afirmaron que era bella, que era mujer, que era buena. 

Listo el cuerpo para volver al mundo, ya con nueva piel impoluta,
al mirar afuera tuve miedo, y me quise quedar
con ellos, que me recordaron que mi nombre no era "puta",
y que me mostraron que las manos son también para curar. 

Sabiendo ellos que mi herencia, más que un alma con grietas,
eran la rabia, la fobia, la desconfianza, la aversión,
me ofrecieron como parche un arsenal de tabletas,
la denuncia en la fiscalía, y la semanal conversación. 

De rosado a blanco, las cicatrices acompañaron mis días.
Menos brutales fueron las guerras de mi país que aquel juicio.
"Momentos de nervios fueron" determinó su señoría,
y se fue el amante animal jurando ya no sacarse de quicio. 

"El señor ha de pagar su multa", fue el veredicto.
Me aconsejaron no provocarlo, cubrirme el pecho y las rodillas
para ya no seducir a nadie, y dieron fin al conflicto.
Caso cerrado. Herida abierta. "¡Necesito el frasco de pastillas!". 

Me crucé con él otra tarde.
¡Qué lindo estaba! Se acercó.
Su perfume...  Y yo, cobarde.
Grave su voz me entonó.

Su diestra me ofreció el saludo. Su tacto me heló.
Trémulos mis muslos me hicieron descaecer.
Pero de su mano iba, amoratada, una mujer como yo.
Y en sus lóbregas pupilas, otra vez, ganaba Lucifer. 

Oí una súplica en la mirada de ella, como un susto.
Sentí la represión en la respuesta de él; una injuria.
Ella, encogida, bajó el rostro. Él irguió el busto.
Entonces resucité mi miedo, pero lo convertí en furia. 

La tomé de la mano, y mi tacto le dijo "estoy contigo".
Ella presionó mis dedos y se deslizó de su brazo.
Él perdió el control y la tiró del abrigo.
Ella se acurrucó a mi lado custodiándose del puñetazo. 

En un incendio de ira lo amenacé con voz mortuoria,
y, temeroso del escándalo, se oscureció de pusilanimidad.
Hipócrita, me quiso besar, como si no tuviera memoria.
Como si seducirme a mí teniéndola a ella le diera virilidad. 

Y grité. Grité súplicas. Grité espasmos. Grité liberada.
Ella se templó, como un marino que en tempestad se hace timonel.
Él pretendió amedrentarnos como verdugo a ajusticiadas
con avidez de callarnos a fustazos, como antaño cochero a corcel. 

Mientras nuestras heridas se volvían a hender
el escándalo atrajo cronistas y curiosos en un segundo,
pero del tropel brotaron flores vestidas de mujer
que se enlazaron a nuestro ruego hasta hacer temblar el mundo. 

El animal cosechó hiel de su propio viñedo.
Ello reencarnó la voz de más mujeres silenciadas.
Nunca estuvimos muertas, sólo tuvimos miedo,
pero aprendimos el valor, y los enjaulamos aunadas. 

Le concedí perdón, y tal vez siga amando al preso,
pero tengo paz. Me miro al espejo y siento seguridad.
Yergo la vista. Ningún puño jamás volverá a quebrarme un hueso
y nunca más un coxal desgarrará mi feminidad.

PoesíaWhere stories live. Discover now