Depresión mayor

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Culpa.
La culpa no sirve para nada.
Ahora siento culpa por sentir culpa.
Yo tengo la culpa de todo.
Todo lo hice mal.
Pésame.
Y me arrepiento mucho.
Quiero una segunda oportunidad.
No sé cómo se hace.
No sé ser. No sé hacer.
No sé qué hacer.
No sé nada.
No puedo ser sincera,
siempre sobreactuada.
Mientras todo el mundo está bien
y la vida sigue haciendo sus cosas
a mí, la vida se me pesa.
¿Cómo puedo ser más valiente?
Quisiera saber traducir
las palabras que me sisea el miedo
y que en vez de cortarme las piernas
me ayude a hacer algo al respecto.

Como una sor Juana,
Es mi noche oscura del alma.
Tengo esa sensación
que me roba la calma
de que todo lo hice mal.
Que no fui nadie, y que es el fin,
y de que se acaba el camino
al usar, en vez de "soy", "fui".
Yo sé, la mayoría de la gente
es heroína desconocida.
No es que sea pretenciosa,
es solo una sensación mía.
Esa sensación triste
de que no hice suficiente,
de que se me termina el tiempo
sin haber sido valiente.
Quisiera una oportunidad
para regresar al principio
y vivir menos tonta,
y mejorar el camino.
O tal vez nacer Judas
y volver a antes del inicio
y pensar que no merezco
ni siquiera haber nacido.
Pero como mi vida es paradoja
igual siento miedo a la muerte.
La muerte de quienes amo,
o la mía, que no soy fuerte.
Noche oscura en el camino
llena de luz artificial.
Noche de resistir el dolor
del hierro del mangual
desangrando mi cabeza,
reabriendo mis heridas,
desbridando mi alma...
noche oscura de mi vida.

Esa vista para atrás
y sentir el dolor
de las torpezas cometidas
cobrándome cada error.
Sobrevolar mi historia
desde lo más reciente
hasta lo más remoto
y ver mi culpa, impotente,
pegarme en la espalda
sin mínima lástima,
y sentir con decepción
que merezco cada lágrima.

Nadie. Nadie escucha
que silenciosa y vulnerable
gimo mi oscura pena
y me declaro culpable.
Nadie me ve. Nadie me extraña.
Nadie nota mi lejanía.
Mientras todo está dormido
yo peno mi noche sombría.

Mis mejores decisiones
fueron equivocadas,
desde la infancia, siempre triste,
y por todo castigada.

Te extraño, mamá
pero no puedo contarte.
Te extraño desde pequeña
y no puedo volver a las tardes
en que dibujábamos juntas.
Ahora, sola, vieja e inmadura
quiero pedirte que me abraces,
para llorar en tu cintura.

Puede explotar todo, no pienso
perderme otro instante
de risas con mi hija amada
porque mi vida fue tan parpadeante,
tan pobre en aciertos
y tan aguda en bofetadas.
Sí, yo sé, me las di solita
satirizando todo, exagerada.

Pero no sabía abrazar a mi dolor.
Ahora abrazo a mi duelo feroz
y me duele cada año de mi infancia,
de mi juventud, de mi ancianidad precoz,
porque ustedes no saben
pero soy una anciana.
La vida me duele, me pesa, me asusta
la vida me confunde, me gana.
Yo no sé vivir, no aprendo,
estoy distraída, como alejada,
desde el día aquel en que sentí
que no era parte de nada.

Nací solamente para tratar de no morir,
frágil, expuesta, extraviada.
Pero si nunca salí de esta tierra,
¿por qué siento que no tengo patria?
Siempre en soledad, con miedo,
¿por qué no dije que me lastimaban?
Ahora me doy cuenta de
de que casi nunca lloraba.
De que siempre tuve miedo
a que me mataran.
De que siempre fui tan absurda,
tan despistada y tan rara.

De que nunca fui mejor en nada.
¿O sí? Y ahora que pienso, tal vez
por eso siento que fui mala.
Egoísta, enjuiciadora, doblez.
Todo el tiempo desaprobada,
racional, sin arte y sin ciencia,
camuflada entre normas y etiquetas
que reforzaron todas mis creencias,
sintiendo con obsesión
que quisiera volver a empezar
inmaculada como al nacer,
retrocederlo todo sin nada olvidar
para saber ser, para aprender
a vivir más sencillamente
sin tanto cuerpo, sin tanto adorno,
con menos corazón y más mente.

Yo sí me arrepiento
y bajo las armas
que atentan con mentiras
a la verdad de mi alma.
Yo me equivoqué en esta vida
más que lo que tuve destreza
desde el momento en que me traicionó
la falta de entereza.
Miedo a la gente, siempre inferior,
quién fui para humillarme tanto,
quién fui para creerme grande
incapaz de procurar mi propio llanto.
Perdón, alma, por mi torpeza,
no quise herirte así.
Noche oscura, alma,
hoy toca resistir.
Hoy te toca estar doliente.
Hoy, vida, no estamos en paz;
te debo todo y no tengo nada.

Pongo cada lágrima a las puertas del alba
para seguir resistiendo la vida
conmigo misma cabizbaja,
como mi propia compañera, yo, tullida,
con exceso de piel y grasa,
y con una joroba en el centro
como queriendo resguardar
a la pequeña miedosa de adentro.
A la que no está segura
en la superficie de la tierra;
que, suspendida en el espacio,
rota y a la vez yerra
a velocidad exorbitante
como las cosas que pasan,
con miedo al incendio en la tele
que del bosque va a las casas,
con miedo los polos florecidos
y en el trópico, el calor global,
a no alcanzar a las cuentas,
o al trastorno mental.

A no poder alcanzar
lo que los hijos desean.
A no vender nada.
A que nadie me lea.
Miedo al ruido de las motos,
a la frenada de los coches,
a la explosión, a la aceleración.
A la oscuridad de la noche.
Miedo a la guerra
entre Israel y Palestina,
entre Rusia y Ucrania,
miedo a la ruina.
Con miedo a que mi amor
se canse de este divague demente,
que se harte de mi literatura,
de mi ausencia con cuerpo presente,
de mi ancianidad prematura,
de lo que mi palabra intoxica.
De que se dañe mi hijo grande
y no me recuerde mi hija chica.
De que todo el mundo se vaya
y me quede sola, y se cierre el telón
sobre este teatro de títeres,
sobre mi personaje bufón.

Sin haber superado nada,
ni la vergüenza, ni la rosácea.
Sin haber librado la batalla,
ni la depresión, ni el miedo, ni la culpa.
Sin haber descansado,
sin haber ido de viaje.
Sin conocer de verdad el mundo
ni que me haya leído nadie.

PoesíaWhere stories live. Discover now